Entre caminantes te veas

La dama y la rosa

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Rosa de reciclado EspecialUna hermosa rosa roja amaneció dentro de uno de los botes de basura en el jardín. Beatriz la distinguió en seguida. ¿Cómo no hacerlo? Una rosa delicada y roja entre los desechos. ¿Quién podría haber cometido tal crueldad? Las rosas no están hechas para estar en la suciedad. Y sin pensarlo dos veces, pasó el tallo de la flor por una de las hebillas de su cinturón y se puso manos a la obra: debía terminar de barrer la calle antes de que la gente comenzara a salir apresuradamente de todas direcciones.

Cuando terminó la jornada, la flor continuaba sujeta a su cintura pero ella la había olvidado. Fue hasta que llegó a casa cuando recordó que llevaba con ella la flor. Pero antes de que pudiera hacer movimiento alguno, Osvaldo, su pareja, comenzó a acosarla con preguntas:

—¿Quién te la dio? Ya me lo imaginaba ¡Me engañas! Siempre me engañaste, sólo te has estado burlando de mí.

Beatriz lo escuchaba sin aliento, incrédula.

—¡Por Dios! No seas estúpido, es solamente una rosa, estaba entre la basura, me dio lástima tirarla y me la traje ¿Qué tiene eso de malo?

—¿Crees acaso que me chupo el dedo? —respondió el hombre— nadie encuentra una rosa como esa en la basura.

—Pues yo sí

Y dando por terminada la conversación dio la espalda a su hombre para llenar una botella vacía de cerveza con agua y colocar la rosa dentro a modo de florero. Pero él no estaba contento con su respuesta, ni lo estaría jamás. Así que lleno de ira y sin pensarlo dos veces le dio un golpe en la cara a la mujer con su antebrazo. Más por la sorpresa que por otra cosa, Beatriz enfundada en su overol anaranjado lo miró con la boca abierta por el estupor y los ojos anegados en llanto.

Ninguno de los dos dijo nada. Solamente se miraron fijamente por unos segundos que parecieron horas. Cuando al fin la parálisis por el asombro cedió, la mujer tomó con decisión la botella con la rosa dentro y sin mediar palabra salió para siempre del cuartucho alquilado. Nunca más regresaría, ni siquiera por sus objetos personales.

Podía caminar firmemente porque conocía el camino de memoria pero la realidad era que resultaba bastante difícil mirar el callejón por el que descendía porque las lágrimas, ahora sí en plena huida, hacían que todo luciera borroso y sin forma. Nadie la detuvo, en todo el trayecto nunca apareció esa mano que hubiera querido sentir en su hombro para después escuchar: “No te vayas por favor”. De manera que no había motivos para mirar atrás.

La tarde llegó mientras ella, sentada en una banca de la plaza, aventaba galletas desmoronadas a las palomas que la rodeaban. Mientras las miraba comer pensaba que debía irse pronto. El último urbano que la acercaba al rancho de su madrina pasaría dentro de una hora. No tenía a dónde más ir, pero estaba segura que la buena viejecita la recibiría con gusto y le permitiría quedarse un tiempo con ella.

Quería a Osvaldo, lo amaba como nunca amó a nadie. Pero los acontecimientos no le dejaban más alternativa que continuar sola en adelante. No por falta de amor, sino porque las circunstancias ya no le permitían seguir a su lado.

Las palomas volaron escandalosamente cuando ella se levantó intempestivamente de la banca. Tomó cuidadosamente la botella conteniendo la rosa entre sus manos y comenzó a caminar rumbo a la parada del camión. El ocaso llegó. Mujer y rosa avanzaban con pesadumbre. Nunca es fácil salir de los deshechos y continuar viviendo con el corazón destrozado pero el alma limpia y la frente en alto. Como corresponde a una dama sin culpa y a una rosa desdeñada.