No juegue con mis penas, ni con mis sentimientos que es lo único que tengo
Elías Nandino, Gabriel Ruíz
Homo sapiens tiene frío, pero el hambre lo hace salir de la caverna, ya tiene conciencia de sus responsabilidades y sabe que necesita proteger a la familia, al clan que se mueve con él en el entorno y con el que ha ido estrechando lazos de unión, de compañía, de solidaridad. Homo faber ha elaborado artículos que son de utilidad y ha echado a andar la primitiva industria lítica, corta, horada, excava, despelleja (y curte), tala, siempre intentando facilitarse la realización del conjunto de actividades cotidianas, absolutamente necesarias para sobrevivir en un medio adverso, hostil, lleno de peligros y dificultades. ¿En qué momento emerge Homo ludens?
El ser humano nace, crece, se reproduce y muere, pero el curso la vida le descubre una compleja secuencia de eventos que tiene que enfrentar, poniendo a prueba sus capacidades individuales en función de satisfacer no sólo sus propias necesidades, sino también aquellas que lo involucran como ente social. Cuando se piensa en una necesidad, hacemos referencia a la sensación de carecer algo que debemos de alguna manera satisfacer, desde cuestiones inaplazables inmediatas, como comer y beber, hasta problemas complejos, como la necesidad de afecto e identidad, la necesidad de entender el entorno circundante, o comprender la sensación de libertad, paz o equilibrio emocional.
Podemos cuestionarnos si el ser humano comenzó a jugar pensando, o si jugando comenzó a pensar, porque tal vez saltando instintivamente de una rama a otra al estar trepado en un árbol tuvo conciencia de la adrenalina de subir hasta el tope y a pesar del riesgo de una caída brutal, el dominio del hermoso paisaje que se mostraba ante sus ojos fue más que suficiente para que valiera la pena, ya que se asomaba a la sensación novedosa de un acto divertido, que además le hacía conocer el sentimiento memorable de la libertad. Juego y libertad en la baraja de las posibilidades de maniobra en los ambientes azarosos de la vida humana. Era algo diferente al retozar divertido de los críos, el cual es inherente a muchas especies de animales en la naturaleza. El juego era un acto consciente que empujaba a cierta inconsciencia controlable, orden en el caos. No me parece que el juego haya aparecido en los momentos de ocio, me parece que la idea brillante de jugar no pudo surgir del reposo, sino de la acción y en la acción.
Cazando animales a tiro de piedra con la finalidad de obtener el alimento necesario para la subsistencia, el hombre primitivo se vio precisado a mejorar sus habilidades como tirador, a desarrollar técnicas de precisión, conjugando el movimiento justo de los brazos y la fuerza dinámica del impacto certero. La voluntad y perseverancia conducían a la competencia, a ser competente y el buen tino, además de la presa, generaba satisfacciones y sonrisas, un placer natural necesario, de acuerdo a Epicuro. Sin embargo salir a cazar era un trabajo que generaba la tensión lógica del compromiso de regresar con alimento, pero el control de las técnicas le fue permitiendo contar con cierto margen de excedentes y percatarse gradualmente de los deleites del ocio; esto facilitó mayores posibilidades para el desarrollo humano incluyendo ahora una dimensión lúdica, es decir, el ser humano y su relación con el juego, el placer de practicarlo y vivir experiencias individuales y sociales distendidas, inspiradoras e impulsoras de creatividad y generación de conocimientos. Me gusta la opinión de que el método científico se puede sustentar en la dimensión lúdica: la observación curiosa y la argumentación fenomenológica para la elaboración de hipótesis, la comprobación de la misma por medio de los modelos experimentales, la exposición de resultados para la confrontación de ideas enfrentando la crítica de los pares y la confirmación de la veracidad de la tesis. Todo un entramado de actividades encaminadas a fortalecer el desarrollo psicosocial y la importancia de la justa ubicación del ser humano en el mundo.
La antigua Grecia, con sus ciudades estado, tenían en su compleja mitología religiosa conducida por Zeus un elemento unificador. Se tiene registros de que desde el año 776 a.C., los griegos ofrecían en honor a los dioses una celebración de cinco días, cada cuatro años, denominada las Fiestas Olímpicas, que se realizaban precisamente en Olimpia y que consistían en ofrecer a los dioses una competencia deportiva, considerando al deporte ya como un juego sustentado en una actividad física sujeta a un conjunto de normas, en las que un individuo o un grupo de individuos demostraban una serie de habilidades o destrezas: citius, altius, fortius (como lo proclamó el barón Pierre de Coubertain, en la inauguración de los primeros juegos olímpicos de la era moderna en 1896, dos mil seiscientos setenta y dos años después del festejo de los antiguos griegos). Las pruebas eran básicamente el salto largo, la carrera, el lanzamiento de disco y dardo, y la lucha. Es muy significativo que en el transcurso de las fiestas olímpicas, toda acción bélica cesaba y se establecía un período de paz convenido y respetado rigurosamente por todas las partes.
Por otra parte, en Mesoamérica, se consideraba que el juego de pelota, practicado desde el año 1400 a.C. tenía una implicación ritual y que en algunos casos servía para resolver querellas comerciales, de límites de terrenos, de dominio, liderazgos poblacionales, o pago de tributos. No es completamente claro si en algunos o en todos los casos, los ganadores o los perdedores eran sujetos de sacrificio humano en ofrenda a los dioses, lo cual en ese contexto histórico se vinculaba al ordenamiento cósmico y no a un mero asunto de simple barbarie, como nos resulta bajo la óptica de un análisis contemporáneo.
Siguiendo con Epicuro, este nos habla asimismo de los placeres vanos, o no naturales ni necesarios, que surgen del deseo de poder, riqueza y aclamaciones, produciendo una necesidad insaciable de satisfacerlo en una especie de perturbación anímica. Cuando el deseo de ganar en el juego conduce a este desequilibrio emocional, el juego se ensucia y ofusca la auténtica satisfacción lúdica, se sale de la zona de diversión pura. Son los juegos del poder que se infiltran en las relaciones humanas sociales, vistos como la búsqueda del mando, del dominio, como si se tratara de una actividad deportiva, en el que las reglas se imponen por medio del imperio de la astucia y de la fuerza.
Algunos asuntos fundamentales como son la política y el gobierno, son muy susceptibles de caer en el juego del poder, compitiendo por el control interno de la actividad lúdica, siendo muchas veces los jugadores, los políticos, quienes decretan el rumbo en el que deben encaminarse los acontecimientos y el pueblo fungiendo, en el mejor de los casos, sólo como un simple espectador en la dinámica histórica, pues los gobernantes, de todas las formas de gobierno, mueven las piezas, eligen los enemigos, definen alianzas, convocan a la lucha heroica en defensa de la patria, delinean los motivos (sus motivos) de las confrontaciones y como generales napoleónicos se emplazan en la retaguardia de la soldadesca carne de cañón ¿cuántas veces los combatientes desconocen las verdaderas causas de la lucha?
Es la triste historia del bravo general Urías y del juego amoroso del rey David, quien jugando a las miradas indiscretas nocturnas en la terraza de palacio, reparó en la belleza de Betsabé, quien inocentemente se bañaba en el patio de su casa. En pleno ejercicio de su poder, la mandó traer y la tomó, a pesar de saber que era la mujer de uno de sus generales más nobles y leales. Betsabé concibió y mandó llamar con urgencia a Urías, quien peleaba por su rey contra los amonitas y bajo engaños trató de que Urías se acostara con su mujer para endosarle la concepción, solo que Urias se negó el placer de estar con Betsabé justificando que no podía darse ese lujo mientras sus compañeros estuvieran en batalla. Como jugador que tiene el poder de determinar las reglas del juego, decidió sencillamente eliminarlo enviándolo, por medio de una orden de su general en jefe Joab, casi inerme al frente de batalla más reñido. Betsabé hizo duelo por su marido, pero al pasar el luto David la llevó a su casa y la hizo su mujer. Jugó y ganó su juego, a pesar de saber que había actuado mal a los ojos del Señor.
En el juego que todos jugamos, pocos se salvan de abusar del más débil, en el nivel que corresponda. El abuso del rey sobre sus súbditos, del amo sobre los esclavos y de las autoridades sobre el pueblo, se diferencia poco del abuso del marido sobre la mujer e hijos, del patrón sobre los trabajadores, de muchos profesores sobre los estudiantes y cuando se inquiere al abusador sobre las causas de los alevosos atropellos, es muy frecuente la respuesta, “es que sólo estábamos jugando”.
“Usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos, y soy aunque no quiera esclavo de sus ojos, juguete de su amor. No juegue con mis penas, ni con mis sentimientos que es lo único que tengo” (Música de Gabriel Ruíz y letra de Elías Nandino)