Histomagia

Apariciones que se desvanecen…

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Guanajuato es una de las ciudades más encantadas del mundo. Muchos creen que al venir acá los espíritus y fantasmas se abalanzarán sobre de ellos como en las películas, pero no, no es así. Guanajuato tiene el encanto de la charla, del estar bien tranquilos en una banquita en la plaza, de estar en tu casa descansando, de estar feliz paseando por la ciudad, y que de repente, no sabes cómo, alguien llega y habla contigo, o sólo se sienta a tu lado, sin decir nada, pero sabes, tú sabes que ese alguien es un espíritu. Ellos, generalmente no son agresivos, pero de que los hay enfurecidos como que no se conforman con su muerte, los hay.

1097972_652574198086303_1996477798_nMe cuenta mi amiga Charo que hace algunos días, ya muy de madrugada, después de una fiesta, ella estaba sentada en las banquitas afuera del Museo Iconográfico del Quijote. Ahí se encontraba solita, disfrutando del casi amanecer, del viento que a esas horas es frío pero característico de esta hermosa ciudad. Cerró los ojos para sentir el viento en su cara, cuando se percató  que alguien se sentaba a su lado. Sorprendida, abrió los ojos y ahí vio a una persona sentada, con la mirada fija en el horizonte. “Buenas noches”, atinó a decir mi amiga. Ese alguien, volteó poquito a poco, como si le costara mucho trabajo mover su cabeza, y miró a los ojos a Charo sin decirle nada y volvió a su posición incólume. Mi amiga volvió también a ese momento de disfrutar la madrugada fría y pensó que esa persona  era alguien como muy deprimido porque su mirada estaba fija, ni siquiera parpadeaba.

El asunto comenzó a tomar tintes distintos cuando de pronto la persona en cuestión comenzó a hablar como en una especie de balbuceos, como queriendo decir algo. Charo de inmediato volteó para auxiliarla y cuál fue su sorpresa de ver el cómo de la boca del ser brotaba a borbotones sangre negruzca, fétida, sobre su pecho, con rostro de desesperación el fantasma miraba la sangre negra, manoteaba y se agarraba el pecho en forma de cruz. A  la vez, su piel se transformó en transparente y el espectro -esta vez sí rápidamente volteó a ver a Charo, con una ira centenaria- se desvaneció en segundos. Mi amiga aterrada se levantó rapidísimo, incrédula, buscando una explicación a lo sucedido, repasando cada instante que ella recuerda al lado de ese espectro. Muy asustada agarró su bolsa y se fue corriendo de ahí. No entendía el cómo es posible eso, cómo la naturaleza divina permite que estos seres vivan aquí y no en la dimensión que les corresponde. «No es posible», se repetía una y otra vez.

Me dice que no paró de correr sino hasta su casa en el Temezcuitate, volteando a cada rato para corroborar que no la siguiera nadie fantasmal. Entró, no sin antes voltear a ver si ese ente la seguía en la forma de bruma, fantasma, o lo que fuera. Se sirvió y tomó un vaso con agua para calmar sus temores ya en la seguridad de su hogar y sólo atinó a pedir al Supremo que la resguardara de esos seres que ahora sí sabe que existen y conviven con nosotros.

Hasta la fecha no quiere recordar más lo que le pasó,  pero ahora que me lo contó me dice que a veces, en sus cavilaciones, se pregunta si fue una imaginación parte del cansancio de esa noche, pero no es así, sabe que la realidad es tan cruel que a veces tiene que mostrar eso que no ves o no quieres ver siempre cuando sales por la ciudad o no pones atención. Ese ser le demostró que la convivencia dimensional es posible. ¿Quieres experimentarlo? Ven, lee y anda Guanajuato.