Ecos de Mi Onda

La Tecnología y el Lado Humano

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¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil, nos aporta tan poca felicidad? La repuesta es esta: sencillamente porque aún no hemos aprendido a usarla con tino.

Albert Einstein

A fines de los años cincuenta mi padre se hizo de un automóvil que para entonces ya se veía antiguo, era un Ford, no sé, tal vez modelo 1939. El caso es que aún tenía manivela de arranque, la que se debía de ensartar en el frontal del carro e iniciar el ritual de darle vueltas para que encendiera. No lo compró como objeto de colección, claro que no, en realidad necesitaba un vehículo que le ayudara a transportar insumos en su negocio de manufactura de calzado, que en ese tiempo apenas empezaba a prosperar. Pero los domingos temprano, le ensartaba la manivela, o crank, para encenderlo y toda la familia nos subíamos para irnos de día de campo, parando en algún lugar de la carretera de León a Lagos de Moreno. En una ocasión, precisamente por esa images (1)carretera, en la que saliendo de León presenta una cuesta empinada, vi que en el auto de adelante, también algo desvencijado, iba un niño menor que yo, asomándose por la ventanilla y agitando en la mano un billete. En el avance lento alcancé a observar que el billete se le soltó y voló por el aire, pasando tan cerca de mí que casi lo atrapo, pero se me escapó, miré hacia atrás para ver si no venía algún coche y de manera totalmente imprudente abrí la portezuela, brinqué hacia afuera y corrí para tomar el billete que estaba a media carretera y volví a correr para subirme al auto. Todo fue muy rápido, pero mi papá se dio cuenta y aminoró para hacerse a un lado de la carretera. Evidentemente, y con razón, estaba enfurecido y me puso una tremenda regañada por el riesgo a que me había expuesto por esa insensatez. El billete era de un peso, de aquellos que tenían por un lado el calendario azteca y por el otro la columna del ángel de la independencia y me alcanzó para comprar golosinas en toda la semana.

Por supuesto que para entonces había ya excelentes carros que viajaban a más de cien kilómetros por hora, pero afortunadamente en ese momento no me topé con uno que me hubiera irremediablemente atropellado, así se dieron las circunstancias, de tal forma que el caso es para mí ahora sólo una anécdota inolvidable. Pero lo que me trajo a recordar este episodio es un hecho central aparentemente sin relación con la tecnología, es decir, la importancia de que la felicidad estriba en los acontecimientos y no en los objetos. Por varios años más continuamos saliendo a pasear los domingos y luego mi padre pudo adquirir un auto más moderno, y sí, era fundamental el medio de transporte, pero la función del objeto era esa precisamente, un medio de transporte. No estoy descubriendo nada nuevo, pero la felicidad era el acontecimiento de viajar con la familia y disfrutar de un paseo corriendo por entre los arroyos que se formaban en la temporada de lluvias, pateando una pelota en el llano, trepándonos a los árboles, cortando tunas y espinándonos las manos, regresando cansados a revisar la tarea para volver a clases el lunes siguiente. En este marco quizá demasiado simple, nuestra felicidad dominical dependía del vehículo exclusivamente como el medio que nos facilitaba el traslado, desde luego como mejor opción a caminar o utilizar el transporte público.

03-06-14-TIC-aLos nacidos en el siglo pasado, antes de la era del internet, hemos sido testigos de cambios extraordinarios generados por los avances científicos y tecnológicos, de tal forma que los nacidos en este siglo XXI nos pueden catalogar como seres un tanto torpes y lentos, para adaptarnos a las permanentes actualizaciones de los artículos producidos por la tecnología, en todos los campos de la vida cotidiana. Confieso con sinceridad que se me dificulta deslizar los dedos por la pequeña pantalla de un celular para responder una llamada, no digamos para hacer funcionar las múltiples aplicaciones que incluye este sistema. Para mí un teléfono sigue siendo un teléfono y una cámara fotográfica, eso mismo, una cámara fotográfica. Me acostumbré al correo electrónico en las computadoras personales, pero no a leer mensajes por el celular. Se me complica el uso del Whatsapp y ni pensar en utilizar la aplicación de Instagram.

La Tecnología la podemos definir como el conjunto de conocimientos técnicos, obtenidos y ordenados mediante la aplicación del método científico, que se pueden utilizar como base para crear, adaptar o mejorar los bienes y servicios que demanda el ser humano, útiles para la satisfacción de sus necesidades esenciales, e incluso algunos caprichos. En efecto, nuestra generación fue testigo de la aparición, mejora y uso democratizado de cientos de productos en forma de materiales, aparatos, instrumentos y sistemas de todo tipo, con muy diversas aplicaciones, tanto domésticas e industriales, utilitarias y de ornato, como profesionales y de esparcimiento, dispuestos en el mercado con objeto de mejorar la calidad de vida de los usuarios, estableciéndose el auge de la producción industrial y la compra-venta masiva, no sólo en los países capitalistas, sino también en los países que tenían como bandera el socialismo marxista. Ambos sistemas pugnando en plena guerra fría, por demostrar superioridad en el campo científico y tecnológico, y apropiarse, de una forma u otra, del gran mercado de consumo mundial.

A mediados del siglo pasado la tecnología, con base en los avances científicos sorprendentes de las tres primeras décadas, que cambiaron paradigmas en la física teórica con la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, constituían la panacea, nada podía detener a la ciencia. En el campo de las ciencias de la salud se desarrollaban medicamentos e instrumentos sofisticados de diagnóstico clínico. Aparecían nuevos y mejores metales, polímeros, materiales cerámicos, para la fabricación de toda especie de motores eléctricos y de combustión, sistemas y aparatos sólidos, durables y de mayores capacidades y eficiencias; combustibles líquidos de alto rendimiento; fertilizantes y plaguicidas para la agricultura intensiva. Las estructuras industriales multiplicaban la fabricación de una inmensa cantidad de productos y se preocupaban por competir continuamente en innovación y calidad entre ellas.

Se hablaba de la tecnología para el bien y para el mal, como algo maniqueo que involucraba no a la intención deliberada de una aplicación, por ejemplo el desarrollo y manufactura de armas de destrucción masiva, sino de quien las producía y estaba en condiciones de utilizarlas, los estereotipos de los malos y los buenos, los capitalistas y los comunistas acusándose mutuamente. images (3)Así se llegaron a acuñar frases tan contradictorias como armas para la paz. Sin embargo, era la misma tecnología industrial la que generaba en su interior mismo problemas graves que imprudentemente se habían soslayado, al priorizar los intereses comerciales sobre la seguridad absoluta de los beneficios. Casos ilustrativos: la talidomina, medicamento comercializado a fines de los cincuenta, de amplia venta para mitigar las náuseas en mujeres embarazadas y que resultó un producto con marcados efectos teratogénicos. La aplicación intensa de plaguicidas con fines de erradicación de vectores de enfermedades, específicamente del mosquito anopheles, transmisor del paludismo, logró reducir de manera impresionante esa enfermedad en el mundo, pero al poco tiempo se observó el desarrollo de mecanismos de resistencia del insecto, así como la acumulación excesivamente elevada de residuos de DDT, que aún hoy permanecen distribuidos en el planeta. El desmesurado agotamiento de recursos naturales, minerales, acuíferos, madereros, entre muchos otros, que con el abuso en la combustión de combustibles fósiles, han generado una fuerte contaminación atmosférica y los efectos del calentamiento global. La permisividad y libertinaje de grandes y pequeños consorcios en la liberación de residuos tóxicos sólidos, líquidos y gaseosos, hacia el medio ambiente.

No obstante, si nos permitimos hacer un análisis serio y reflexivo, no tenemos alternativa más que concluir que si bien la tecnología ha sido responsable en buena parte de los problemas actuales en materia de contaminación ambiental, tiene que ser la ciencia y la tecnología la que los puede y debe reparar, si esto se dicta como una decisión de estado, que se respete de manera global. En otras palabras, el buen o mal uso de la tecnología es responsabilidad de quien la usa y esto requiere, está totalmente comprobado, de mecanismos firmes pero inteligentes de control.

En el libro Lo Mismo y no lo Mismo de Roald Hoffmann, ganador del Premio Nobel de Química en 1981, científico, poeta y divulgador de la ciencia, se emociona al hablar del toque humano en la Química, defendiendo lo que llama el efecto democratizador de la Química, y añadiría de la ciencia en general, dado que sus avances y beneficios están en posibilidades de llegar no sólo a una élite de privilegiados, sino a toda la sociedad, a condición de establecer, respetar y priorizar este planteamiento político, sobre el de los intereses de esa misma élite, que los defiende incluso mediante el uso de la fuerza irracional.

La situación es complicada, puesto que tiene que ser la misma sociedad la que deberá encontrar los mecanismos de defensa democratizadora, participando con voz y voto en las decisiones políticas que se dictaminen, así como en la vigilancia de que los lineamientos se respeten. Para ello parece necesario modificar el perfil de las instituciones políticas, ya que en la actualidad es fácil determinar no sólo que han sido ineficaces, sino que en muchas ocasiones son cómplices de un lamentable estado situacional. Se requiere pues, de una sociedad madura, informada y educada, que comprenda el peso cultural de la ciencia y la tecnología en todos los aspectos de la vida humana. Hoffmann alude a los ciudadanos griegos de la antigüedad, extrayendo un fragmento de la oración fúnebre de Pericles (495–429 aC), relatada por el historiador Tucídides, que menciona:

Nuestros ciudadanos comunes, aunque ocupados en los trabajos que les competen, son no obstante jueces  justos en asuntos públicos; pues a aquel que no participa en los asuntos públicos no lo consideramos como alguien meramente preocupado por los suyo, sino como alguien bueno para nada. Nosotros los atenienses somos capaces de juzgar cualquier evento, y en lugar de considerar la discusión como un escollo para la acción, la consideramos un paso previo indispensable para cualquier acción sabia.

Trabajar por el bien común era una necesidad y la participación activa era premiada con la honra de ser considerado un buen ateniense. Los avances tecnológicos continúan avanzando, pero los civiles y espirituales parece que van en retroceso y esto es cuestión fundamental de una revolución pacífica.