El Laberinto

El perro Copérnico.

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En el nombre traía la fama, debimos sospecharlo cuando vimos sus ojitos  de botón y su pelaje como de peluche rizado y café, amarradito junto con sus compañeros, donde estaba custodiado por dos humanas entusiastas que esperaban que los transeúntes  donáramos tiempo, dinero o que nos lleváramos a casa a alguno de los canes rescatados.

copernicoSe veía tierno y por eso nos lo llevamos a pasear, ahí estuvo el primer error, no preguntamos cuál de ellos llevaba más tiempo esperando o cuál necesitaba más afecto, decidimos de la manera más arbitraria y hasta superficial a quien brindarle nuestra “benévola ayuda.”

Al  verse libre el guapo cuadrúpedo  se abalanzó  sobre la comida y el agua, sus necesidades eran completamente diferentes a lo que nosotros nos imaginábamos y si no fuera por su poderosa voluntad seguramente lo habríamos tenido caminando famélico y sediento provocándole peores problemas que los que ya tenía antes de nuestra aparición. Ese fue el segundo juicio equivocado que tomamos con él, escogimos que clase de ayuda íbamos a darle sin fijarnos en su situación y por poco le hacemos daño.

Comenzamos a caminar y él iba feliz olfateando el pasto crecido, ladrándole a otros perros, marcando su territorio de árbol en árbol con su elegante patita levantada, gozando de su libertad ajeno a los incautos que sosteníamos la correa, renuente a seguir ordenes y lo que nos dejó estupefactos, completamente indiferente a las caricias y cariños que tratábamos de darle. Esperar gratitud por la caridad la convierte en un mero bálsamo para nuestro ego y no en un modo de ayudar al resto,  volvimos a equivocarnos contigo Copérnico.

Mientras regresábamos al  lugar donde lo habíamos recogido,  me puse a pensar que tal vez, el error era de origen, desde el peregrino momento en que se les ocurrió que un perro callejero necesitaba desesperadamente de un rescate, tratándolo como un humano y no situándose en su realidad que era la libertad y la autosuficiencia aunque esto le pusiera en riesgo. Me dio la impresión de que si lo soltaba correría hacia su vida pasada a disfrutar de las lluvias y las persecuciones a los coches y tuve miedo, no por él si no por el disgusto que le daría a sus cuidadoras si volvía con la pura cadena.

Hace más de quinientos años, Nicolás Copérnico, el científico, le enseñaba a los seres humanos que no eran el centro del universo con su teoría heliocéntrica, hace unos días Copérnico, el perro, me demostró de manera contundente la misma cuestión a mas pequeña escala, si en algo no se equivocó nadie con él fue en bautizarlo.