Candil de la Calle

Duarte, el impune.

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¿Por qué Javier Duarte de Ochoa, quien hasta hace unos días era gobernador de Veracruz, salió por la puerta de atrás del Palacio de gobierno; tuvo tiempo de hacer la maleta, entregar las llaves, apagar la luz y cerrar tras de sí?

1d8bd17cbea8a7c9ab-150831_duarte_yr-cEl mandatario veracruzano, cuyo periodo quedará sin duda como uno de los más oscuros y desastrosos en la historia de ese estado, pudo anticipar en un noticiero de cadena nacional que dejaría el cargo para el que fue elegido por miles de ciudadanos (a los que no dio la cara en mucho tiempo); pudo preparar el documento, entregarlo al Congreso, obtener la licencia sin contratiempos, designar a su sustituto (uno de sus más cercanos colaboradores)…y esfumarse.

¿Por qué?

Esa pregunta tiene una fácil respuesta: porque se le permitió.

Porque no hubo en el sistema político, en los niveles de gobierno, en la estructura institucional del Estado, alguien capaz o con la calidad de impedírselo, de frenarlo, de negarle la licencia, de investigar, procesarlo y desaforarlo en cuanto estuvieron claros y a ojos vistas el cúmulo de expedientes acumulados en su sexenio.

Porque la podredumbre y la complicidad permea en todas estas estructuras, en todos los niveles.

Porque son tapaderas unos de otros.

Porque no hay a cuál irle.

Porque la justicia en México tiene el rostro del pobre y del jodido, no del rico y menos del político encumbrado.

El sustituto de Duarte contesta con un “no sé dónde está”, ahora que se supo que la Procuraduría General de la República libró una orden de aprehensión por la utilización de recursos de procedencia ilícita y delincuencia organizada.

Desde mucho tiempo atrás, el mandato de Duarte había sido marcado por observaciones de fiscalización federal que apuntaban a desvíos de miles de millones de pesos o erogaciones justificadas de manera irregular, amén de la violencia imperante durante todo su gobierno en el estado, y que en las últimas semanas dejó a varios grupos de jóvenes secuestrados y posteriormente asesinados, además de cientos de desaparecidos.

Los saldos del desastre, quizás para muchos equiparables o peores que los de Guillermo Padrés, ex gobernador panista de Sonora que enfrenta la misma situación legal.

Sólo que en lo personal, como periodista, la deuda de Javier Duarte es mucho peor, ominosa, terrible:

Diecisiete periodistas fueron asesinados durante su gestión y 3 desaparecieron, en medio de denuncias por el hostigamiento, acoso y amenazas por parte de funcionarios o personeros del propio mandatario, molesto por las críticas.

Dos de los periodistas fueron colegas, compañeros, amigos. Estas pérdidas han sido devastadoras, no solo por el acallamiento de sus voces, de su escritura, de sus cámaras, sino porque lograron sembrar el miedo en muchos otros.

El lunes, una vez más en un noticiero de la empresa Televisa -donde Duarte dio a conocer que presentaría su solicitud de licencia para, supuestamente, enfrentar las acusaciones por desvíos- se dio a conocer que un juez federal libró una orden de aprehensión en contra del ahora ex mandatario veracruzano, bajo acusaciones de delincuencia organizada y uso de recursos de procedencia ilícita. Para ello, Duarte de Ochoa se valió de una red de 33 empresas fantasma.

En principio se le señala por desviar 500 millones de pesos en esta investigación, pero los señalamientos hablan de varios miles de millones, según las irregularidades detectadas por la Auditoría Superior de la Federación.

En unos días veremos, como ocurre con Padrés, la emisión de la ficha roja de Interpol para buscar a Javier Duarte por todo el mundo.

A ver si lo hallan. Si es que quieren hallarlo.