“No gasten su pólvora en infiernitos” nos dijo el hombre sabio mientras nos quejábamos amargamente de alguna nimiedad, la frase además de soltar la tensión provocándonos una sonora carcajada, no lo niego tal vez un poco nerviosa, cuando ya me encontraba sola tuvo la capacidad de volverse recurrente en mi cabecita despeinada durante varios días.
La pólvora, mezcla de azufre, carbón y salitre, la inventaron los chinos tratando de descubrir la inmortalidad y por ironías de la vida término siendo utilizada para todo lo contrario, es decir para llevarse la vida de sus adversarios de maneras sádicamente ingeniosas que se fueron perfeccionando en su ruta por el medio oriente hasta llegar a Europa… y también para hacer los fuegos artificiales, tan agradables a la vista como molestos al oído, aunque retumbar en realidad sea su objetivo ritual pero eso es otra historia.
Evidentemente no es de esta pólvora de la que les hablo, si no de nuestras energías, que podemos utilizar para reventar de forma vistosa como cohetes, para llegar muy lejos como una bala, para volarle los dedos a algún incauto que no sabe cómo manejarlas o para crear infiernitos en combustión constante.
Nuestras fuerzas son finitas, no tenemos cabeza para pensar en muchas cosas a la vez, ni manos, ni tiempo para hacerlo todo así que tenemos que decidir sabiamente si con ellas queremos amar, ayudar, disfrutar, crear y hacer lo que nos gusta o lastimar, impresionar al vacío, enfrascarnos en discusiones infinitas e improductivas, ir tras personas que no quieren, tratar de cambiar a los demás y torturarnos con ideas dolorosas.
Porque son estas últimas cosas las que podríamos considerar como infiernitos, lugares hechos por nosotros mismos para sumergirnos en el cuestionable placer de achicharrarnos lentamente junto con todas las personas que nos rodean, dejándonos quemados y sin fuerzas. ¿Están gastando su pólvora en crear infiernitos? ¿En tratar de apagar los creados por otros? Recuerden que se puede ocupar una sola vez, piensen en que están dejando de usarla.
