Histomagia

Vivir los muertos

Compartir

Andrea sufre de pesadillas que la hacen sentirse extraña, pues dos espíritus la poseían en sueños, buscando su cuerpo y su alma.

Compartir

Estar en la ciudad de Guanajuato es vivir un sinfín de experiencias, se conjugan cosas reales con lo inexplicable, por ejemplo, una pesadilla con una posesión. Desde siempre, esta ciudad ha sido un mosaico de convivencia entre vivos y muertos, casi siempre en una relación de respeto, pero a veces, los espíritus no quieren seguir en donde están y extrañan la vida humana, por lo que poseen a alguna persona sea como sea. Así me lo ha contado mi amiga Andrea, quien, de pequeña, vivió una historia de terror que hasta la fecha no comprende por qué le pasó a ella.

Me cuenta que cuando tenía como seis o siete años, comenzó a tener pesadillas muy desesperantes: soñaba que en un fondo blanco y puro, como una pantalla, comenzaban a aparecer círculos negros que mientras iban creciendo surgían más y más, y se distribuían en ese espacio. Desesperada ella buscaba que esa especie de bucle tiempo-espacio se terminara, pero no, seguía de manera infinita lo que le causaba, en sueños, un terror al convertirse en un objeto más que era testigo de lo fortuito e infinito en esa pesadilla recurrente. Siempre al despertar, se levantaba con cara como de ausente, como de estar ida en un lugar que nunca supo qué era. Dice que su mamá le hablaba y le hablaba, pero que se tardaba un rato en regresar, en contestarle.

Un día, después de que su mamá se espantó con esas reacciones de no estar en su cuerpo, su mami puso una virgen de Guadalupe en la sala, y cada vez que Andrea se levantaba después de esas pesadillas recurrentes, la llevaba ante la virgen y le rezaba durante esos estadios de contemplación y ausencia de sí. Hubo un día en el que, aún somnolienta, Andrea le dijo con otra voz, una voz macabra y ronca: “no me gusta que me hagas esto”. En ese momento su mamá se espantó a más no poder porque se dio cuenta que “eso” no era su hija.

Días después, aún espantada por lo sucedido, llevó a Andrea con una señora curandera y vidente que le dijo que traía dos encima, montados. En ese momento no le dijo qué era lo que traía, porque la pitonisa no quería asustar a Andrea, pero después le dijo a su mamá que la niña era propensa a atraer a los muertos, y lo que sí hicieron es que le pusieron una medalla de San Benito –para protegerla- y le hicieron una limpia –para despojarla de los espíritus–. Andrea dice que no recuerda con qué elementos, pero lo que sí recuerda es que quedó muy cansada, tanto que se quedó dormida y esa fue la primera vez que no soñó esa atroz pesadilla que siempre, literalmente, era la puerta para una posesión espiritual.

Desde allí, cada vez que pasaba una carroza funeraria, alguien mayor tenía que cubrir a la niña porque era propensa a que se le volvieran a meter esos dos que, después de varios años supo por su mamá, eran dos muertos: un niño y un anciano.

Un año después la volvieron a llevar con esa señora vidente. Su diagnóstico fue que ya su espíritu se había fortalecido y que ya no le volvería a pasar esas cosas en la vida real, porque, lo peor, es que aún se le manifiestan en las pesadillas, el terror sigue, no se ha ido, pero al menos no se le meten a su cuerpo, pues al parecer la curandera le hizo un tratamiento espiritual que limita la entrada de seres de otra dimensión en ella, por lo que Andrea está y estará eternamente agradecida.

No, si vivir en esta ciudad llena de espíritus es realmente una aventura, ¿quieres soñar tanto como lo ha hecho Andrea a lo largo de su vida? Igual y no tienes pesadillas, igual y las vives como ella las vivió antes. Ven, lee y anda Guanajuato.