Ecos de Mi Onda

Apenas Recién Despierto (Cuento Cuántico)

Compartir

Apenas recién despierto y todavía con el resabio de un sueño absurdo…

Compartir

 

Los electrones tienen la propiedad de superposición, es decir, de poder estar en dos lugares diferentes al mismo tiempo. Esto se trata de explicar mediante una caja cerrada y opaca que tiene en el interior un gato, además de una partícula radiactiva que presenta una probabilidad del cincuenta por ciento de desintegrarse en un tiempo dado, con lo cual se activaría un mecanismo liberador de un gas tóxico que puede matar al gato. La superposición nos dice que, en tanto no abramos la caja, el gato está vivo y muerto a la vez.

Paradoja de Schrödinger

Apenas recién despierto, todavía con el resabio de un sueño extraño, tuvo cierta conciencia que lo empujó a tratar de definir las alucinaciones que se volatilizaban en la somnolencia y que trataban de integrarse en ideas partiendo de palabras sueltas:

El universo, la nada, el todo… El universo, la nada, el todo… El universo…, la nada, el todo…

Con las palabras se empezaron a formar frases que daban paso a la definición de un posible concepto:

El universo cuántico es la suma del todo y de la nada. Pero la nada no es la nada que conocemos normalmente, a la que nos referimos siempre como nada, como cuando a uno le preguntan ¿Qué te pasa? Y uno dice “nada”, o ¿Qué se movió por allá? “Yo no vi nada”. No, aquí la nada son los volúmenes de espacio–tiempo de los planos que se traslapan. Por eso, por ejemplo, yo hoy estoy aquí, y también hoy estoy acá y en varias partes a la vez.

Esas ideas que le parecían vagas se repetían en su cerebro y repentinamente sintió la necesidad de escribirlas y con un impulso instintivo saltó desde la cama hacia la mesita adjunta para tomar una pluma y una hoja de papel. Vio que se encontraba completamente desnudo, lo que le pareció raro, no recordaba haberse desnudado para dormir. Se metió entre las sábanas y empezó a escribir las ideas de sus ensoñaciones. La claridad de la luz filtrándose por la ventana le permitió ver la cara de su agresor, un hombre maduro, de gran bigote, y su mirada rencorosa, así como la bala humeante de plomo calibre veintidós, que se dirigía directamente hacia su cabeza, a una velocidad de aproximadamente trecientos cincuenta metros por segundo.

 

En ese momento volvió a despertar y recién despierto, todavía con el resabio de ese sueño, no supo por qué, pero tomó una pluma y una hoja de papel que tenía en el buró y escribió:

El todo es el universo cuántico menos la nada. Los todos son como globos de incertidumbre, volúmenes de espacio–tiempo dominados por lo incierto que se hace realidad en lapsos que nos parecen el instante a cada instante y que inexorablemente sentimos como el avance del tiempo en ese espacio. Si quiero conocer el especio, medirlo, explorarlo, interpretarlo, entonces no me queda más remedio que envejecer, pero puedo aprehender su conocimiento, sólo que necesitaré de generaciones humanas para lograrlo. Si quiero conocer el tiempo, medirlo, explorarlo, interpretarlo, entonces necesito quedarme quieto en el instante, para que el tiempo se mueva en mí y me recorra en la incertidumbre de mi espacio.

Lo que sí se – consideró – es que somos seres humanos que anhelamos adquirir conocimiento. Por eso en esta vida estudiamos, viajamos por el mundo, tenemos hijos, envejecemos y morimos. Pero a la vez algo en nosotros  busca un punto de quietud, una ventana para mirar hacia el interior, tratando de olvidarnos del tiempo, o tal vez teniéndolo muy presente en la inconsciencia, si bien en realidad tenemos casi siempre muy poco tiempo para explorar el tiempo. Qué curioso saber que sentimos que se requiere mucho tiempo para saber que para conocer mejor el tiempo, lo que probablemente menos se requiera sea precisamente tiempo.

 Sonó la alarma del despertador  y presuroso se dirigió a la ducha. El agua tibia resbalaba por su cuerpo enjabonado. Se rasuró y luego aspiró la fragancia de la loción de lavanda, sintió la suavidad de la camisa azul de seda y algodón al arropársela. Vistió el pantalón caqui de casimir, se anudó la corbata y las cintas de los zapatos, se puso el saco y salió a la calle dirigiéndose calmadamente hacia la cafetería a tres cuadras de su departamento. Sentado a la mesa con una servilleta de tela en la rodilla, lo envolvió el aroma del café y de los huevos con tocino. Veía su mano levantar la cuchara y dirigirla hacia la boca, alcanzando a ver el borde del bigote moviéndose hacia arriba y hacia abajo al masticar el bocado, luego la taza de café levantándose con su vaporcito caliente llegando a la nariz.

Los meseros iban y venían con los encargos de los clientes. En la mesa del lado izquierdo se encontraba una dama muy guapa acompañada de un hombre – Debe ser su marido – pensó, y la miraba de reojo táctico, sin insistencia, sólo para solazarse con la mirada lasciva– Un bocadito de belleza – decía para sí, levantando la mano para que el mesero le sirviera más café. El Duque, como lo llamaban en la oficina los compañeros de trabajo, terminó de almorzar y pidió la cuenta; como mando medio burócrata, zalamero y tapadera de las trapacerías de los jefes superiores no tenía premura, se había ganado a pulso el derecho de tener un horario holgado a la medida de su propio ritmo… No es importante encontrar el tiempo, sino saber usarlo… era una máxima de vida que había leído en La Muerte del León, de Henry James.

Sonó la alarma del despertador y Hernando que recién había terminado la carrera de Licenciatura Ejecutiva en Línea en la Universidad Cúspide Virtual, aún con el resabio de un sueño extraño en la mente se dirigió al baño para hacer sus necesidades matinales, que no pudo cumplir satisfactoriamente ya que escuchó los toquidos insistentes a la puerta y todavía en calzoncillos la abrió con precauciones, los asaltos eran frecuentes y debía tener cuidado. Resultó ser un mensajero que le entregó un documento con el aviso de que tenía quince días para desalojar el pequeño departamento pues debía cuatro meses de renta. Se dio treinta minutos para hacerse la víctima, ya un poco calmado pudo desayunarse un café, una rosquilla reseca y un huevo estrellado con los restos de la lata de frijoles del día anterior. Imposible pedirle dinero prestado a su viejo padre, también a él le debía ya mucho dinero. No quedaba otra opción más que salir a pedir trabajo y conseguirlo a toda costa, con la pena de abandonar la lectura del interesantísimo libro La Magia Cuántica, pero más que nada del texto La Llamada de los Astros del escritor británico Sir William Yeshampton-Hump, quien había pasado un largo período en la India, aprendiendo los secretos de la meditación trascendental, con el afamado Maharishi Majahanga, enfocado precisamente a sobrevivir con dignidad sin tener que entrar en esa banalidad absurda de la civilización occidental contemporánea de tener que trabajar.

Tras subrayar las tres solicitudes de empleo en la sección de aviso clasificado, que le parecieron las más acordes a su reciente formación universitaria de ejecutivo, estableció la ruta crítica para completar las tres presentaciones ese mismo día, de tal modo de empezar a trabajar inmediatamente al día siguiente (era un joven de gran confianza en sí mismo) en la opción que le ofreciera las mejores ventajas de sueldo, prestaciones, seguridad médica y flexibilidad de horario. Se vistió la ropa más formal con la que contaba y frente al espejo peinó la pelambrera hirsuta con dificultad, luego buscó la fotocopia de su certificado de estudios y la puso en un folder amarillo para que no se arrugara.

Tuvo suerte, pues era el primer aspirante al puesto deseado en esa oficina gubernamental y después de unos minutos de antesala, la secretaria le indicó que podía pasar a un cubículo para la entrevista. El Duque lo recibió con amabilidad, como si la primera impresión hubiera sido muy favorable y ante eso, después de las presentaciones de rigor, Hernando se permitió el detalle de alabar su corbata. En plena entrevista, cuando las preguntas se empezaban a poner interesantes, el Duque  recibió una llamada urgente del jefe del departamento de personal y con pena le pidió a Hernando que lo esperara. El asunto que debía tratar con su jefe no era menor, tenían que decidir en dónde se tendría la reunión vespertina para la partidita de dominó. Al pasar los minutos Hernando se sintió muy inquieto, pues le dieron ganas de orinar. Trató de concentrarse y empezó a recitar un mantraEsto no está pasando, esto no está pasando… –  pero sin ningún resultado exitoso al punto de no poder contenerse. Reparó en una jarra de aluminio sobre el escritorio del entrevistador en la que quedaban restos de té y desesperado se dirigió al rincón menos visible para descargar el líquido ambarino. En parte tuvo suerte pues lo hizo por completo, pero precisamente cuando cerraba la cremallera del pantalón escuchó voces tras la puerta y apenas alcanzó a dejar la jarra en el mismo lugar y sentarse como si nada hubiera pasado.

La entrevista fue todo un éxito para Hernando, la impresión causada en el burócrata había sido excelente y cuando creía tener ya el empleo en la bolsa, el Duque tomo la jarra de aluminio y al sentirla tibia pensó que la secretaria había tenido la gentileza de llevarle más te, acercó su taza, la llenó del líquido y agregó una cucharadita de azúcar. Hernando recordó la escena del sueño, un hombre maduro, de gran bigote, y su mirada rencorosa. En ese instante experimentó la sensación de estar en una caja cerrada y opaca… y de estar vivo y muerto exactamente en ese mismo tiempo.

Apenas recién despierto y todavía con el resabio de un sueño absurdo…