Entre caminantes te veas

15 años de servicio

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Armando “El Lobo” acababa de ser encontrado acribillado y su cuerpo amaneció abandonado en una carretera, investigaba un probable desvío de fondos por parte de un funcionario. Ahora el tema quedaría en el olvido.

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15 años en servicio, y a veces sentía que le faltaba tanto por hacer, por vivir, por aportar y por escribir. En 15 años el número de notas escritas son tantas que se termina perdiendo la cuenta. Lo que nunca se olvida es la sensación y el sentimiento de ver por vez primera tu nombre impreso, entonces es imposible salir del hechizo. Quedas atrapado, sabes que eso es lo que te hace feliz y que nunca más quieres dedicarte a algo que no sea investigar, buscar la nota, redactar para que la gente sepa, para llevar a los hogares y oficinas los sucesos que se gestan en el día a día.

Al principio recortaba sus artículos  y los pegaba en hojas de cartulina negra que después cosía a mano. Hasta que comprendió que su departamento no tenía tanto espacio como para almacenar tanto papel. Ahora solamente guardaba las que representaban algo significativo como cuando entrevistó a su escritor favorito y supo de primera mano la historia de su vida y sus anécdotas. O como aquella vez en que en plena inundación debió dejar la cámara a un lado y bajar para asistir a una mujer varada que estaba en franca labor de parto. El bebé se llamó Gabriel, como él. También tenía fotos impresas con gobernantes, artistas y modelos. Pero la que permanecía en su mesa de noche enmarcada era aquella en la que estaba siendo abrazado por una indígena a la que le dio voz publicando aquel discurso en el que exigía respeto y denunciaba las vejaciones de las que eran objeto ella y los suyos por su condición.

Dicen que el periodista es como un sabueso cuyo olfato se va desarrollando conforme está en contacto con los sucesos. Gabriel creía que sí, porque con los años de servicio se había  vuelto más perspicaz y hábil. Su padre seguramente estaría muy orgulloso de él si continuara con vida. Pero murió en un accidente carretero que necesitó tres días de trabajos continuos para el rescate de las víctimas. Gabriel supo que su padre había muerto en el lugar porque estaba cubriendo la nota justo cuando el cuerpo ensangrentado fue sacado trozo a trozo de entre los fierros retorcidos.

Un día, se encontró frente a frente con el periodismo político, y descubrió que ahí estaba su vocación. Fue ahí donde tomó la decisión de ser la voz de quienes, para los gobernantes,  no existían. Se dedicó a destapar abusos, a denunciar, a escribir de lo que no debía ser escrito.

Encontró una segunda familia entre sus compañeros de trabajo. A fuerza de toparse en los sitios de costumbre, en medio de ruedas de prensa, entre desvelada y desvelada los lazos se estrechan. Así, nombró hermano a Armando “El lobo” y juntos pasaron una que otra juerga. Luego se unió Pedro, el del diario semanal; más tarde Tere, la chica ruda de las notas. Y entre los cuatro hacían equipo denunciando e investigando a fondo para soportar la información publicada.

15 años en servicio que estaban a punto de terminar. Lo sabía, podía olerlo de la misma forma en que aprendió a oler la sangre cuando cubrió la nota roja; de la misma manera en que se acostumbró al olor del sexo en las sórdidas habitaciones de los prostíbulos que visitó para hacer aquel reportaje de trata de blancas que le valió un prestigiado premio periodístico, aunque por cierto, lo único que cambió después de aquel revuelo fue el nombre de los sitios, pero lo demás permaneció completamente igual.

Todo estaba a punto de terminar.

Armando “El Lobo” acababa de ser encontrado acribillado y su cuerpo amaneció abandonado en una carretera, investigaba un probable desvío de fondos por parte de un funcionario. Ahora el tema quedaría en el olvido. A la pobre de Tere la hallaron en su departamento violentada, torturada hasta la muerte, desnuda y con un mensaje invitándonos a callar.  De la familia periodística solamente quedaban Pedro y Gabriel. Y este último sabía que era el siguiente.

15 años de servicio y terminaría con un funeral donde los asistentes con pancartas pedirían justicia a gritos. Aun así terminó de redactar su nota, la firmó, la envió y se sirvió un tequila. El último de su vida. Un trago por los niños casi bebés abusados dentro de un club para millonarios en donde los ofrecen como un “plus” para la diversión de los adinerados asistentes. Nombres, testimonios, fotos. Todo iba incluido en la nota. Todo ¿Acaso esta vez algo podría cambiar?

Apagó la computadora, casi todas las luces y se sentó a esperar. Nuestro caminante sabía que de aquella noche no pasaría.

-Salud –Se dijo a sí mismo.

Y bebió el tequila sin quitar la vista de ese teclado, compañero de vida y causante de su muerte.