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San José 1

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Dicen que en esa casa hay muchos espíritus que se encuentran colgados en los techos y las paredes, pero que hay dos que al parecer son los que dominan a los demás…

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Como toda ciudad universitaria, Guanajuato aloja a miles de estudiantes cada semestre en casas antiguas del centro de la ciudad. Una de esas casas cercanas al Edificio Central de la Universidad de Guanajuato, es la que se ubica en San José 1, casa antigua, de tres pisos, y quien vive ahí sabe de la suerte de encontrar un lugar en el centro, pero lo que no sabe y aprende conforme pasan los días, es de la existencia de seres de otro mundo que conviven con ellos y siempre, siempre, los observan.

Me cuenta mi amigo Marco Antonio que él conocía a las personas que vivían en el primer piso, eran estudiantes de Contabilidad y Relaciones Industriales, compañeros de escuela que cada viernes se reunían a convivir y olvidar lo pesado de los estudios de la semana. Una noche, muy entrada la madrugada, él fue testigo de que hay otro Guanajuato con nosotros, y no precisamente el que está enterrado debajo de la ciudad, sino ese que no se ve, pero que se manifiesta cada que hay oportunidad.

Me dice que esa vez se reunieron para jugar uno de los juegos más riesgosos para los estudiantes no versados en las artes ocultas: la ouija. No recuerda a quién, pero alguien lo propuso como un reto en el que ninguno del grupo de amigos se pudiera negar, así que él, no creyente de las cosas que dicen que pasan cuando invocas espíritus con esa tabla de juego, se presentó a las diez de la noche en esa antigua casa. Tocó la puerta y el rechinido de la madera vieja le dio la bienvenida junto con su amiga quien rápidamente lo condujo hasta fondo del patio, donde estaba la cocina y sus amigos. Fue allí, donde al ya estar completos, el grupo de amigos sacó la ouija y comenzó a hacer las típicas preguntas tontas de: “¿de qué color traigo la ropa interior? ¿me voy a morir rápido? ¿dónde voy a morir? ¿Juan me quiere?” y preguntas por el estilo. Las risas y carcajadas no se hicieron esperar y de pronto lo que debiera haber sido una reunión esotérica, se convirtió en la fiesta que cada viernes hacían, tanto así que la tabla de pronto fue olvidada en la mesa, de hecho hasta bebidas espirituosas le fueron puestas encima. Todo iba bien en la fiesta hasta que, de pronto, el foco que colgaba del techo comenzó a moverse en un vaivén extraño, aun así pensaron que era el efecto del alcohol consumido, pero Marco Antonio no había bebido nada, sorprendido, observa que el hecho no causa ninguna impresión a sus amigos, ellos siguen en la fiesta; Marco hace lo mismo y es en ese momento en que el foco explota, y ahí sí, todos gritaron al unísono. Aterrados por lo sucedido, no dan crédito a cómo todas las cosas de la alacena se comenzaron a mover, primero lentamente y luego con tal fuerza que las cosas salían volando; entonces la puerta del refrigerador se abrió violentamente y todos su contenido fue arrojado al suelo, los frascos se estrellaron, las comidas se derramaron. Al instante todos se pusieron de pie y salieron estrepitosamente de la cocina directo al patio alumbrado apenas por una bombilla de 60 watts. En la penumbra, juntos muy juntitos, en el grupo las risas ya se habían ido, ahora sólo les quedaba el cuestionamiento de que quién había sido el chistoso de hacer la broma, culparon a mi amigo por su escepticismo al respecto de esos temas, pero él les dijo que no, que nunca les haría semejante broma. Decidieron mejor ya terminar la reunión e irse a sus casas para no provocar otra situación extraña.

Tal vez, y sólo tal vez, el espíritu convocado a contestar sus preguntas, y del que se olvidaron agradecerle y cerrar la sesión con él, se enojó tanto que no toleró que lo olvidaran después de tanto tiempo vivir y estar ahí con ellos; no es posible que la primera vez que se comunicaran con él no lo tomaran en serio.

Dicen que en esa casa hay muchos espíritus que se encuentran colgados en los techos y las paredes, pero que hay dos que al parecer son los que dominan a los demás: un soldado y una monja que se manifiestan de pronto apagándoles la luz, o pasando a su lado por las madrugadas en que están estudiando. La casa sigue ahí, viendo pasar el tiempo, al igual que los espectros que la habitan, y créanme, yo que he vivido en esa antigua lo sé, ¿tú quieres saber más sobre ella? Ven, lee y anda Guanajuato.