Hace muchos años, durante un aguacero considerable, me encontraba librando una batalla cómica con un paraguas sin seguro que se cerraba a su antojo encerrándome la cabeza y justo en ese estado de ánimo, mientras cruzaba el puente que me separaba de mi amiga Patricia, un gañan me cortó el paso para robarme, le ateste un golpe con mi artefacto defectuoso y corrí de regreso a mi punto inicial, donde mientras me recuperaba del susto los vendedores del puesto de hamburguesas se acercaron para preguntar si habían logrado asaltarme.
Podemos dividir a los testigos de las acciones reprobables en varias categorías basándonos en tres puntos de vista: partiendo de las circunstancias de la observación en accidentales, que lo ven sin desearlo y curiosos que lo presencian con morbo; desde el que ejecuta en deseados como los de una humillación e indeseados como los de un crimen o una acción vergonzosa y desde el testigo mismo como pasivo que por miedo a salir perjudicado o por apatía no hace nada, activo antisocial que puede unirse al acto en contra de la víctima y activo prosocial que interviene a favor del agredido ya sea de forma directa o indirecta. Lo interesante es que todos estos tipos de testigos pueden provocar una reacción en cadena y orillar al resto a reproducir su conducta.
Retomando mi historia, los espectadores eran curiosos por que eligieron observar, indeseados para el ladrón y pasivos, al paso del tiempo puedo asegurar que más que la empapada que me puse, lo tarde que llegué a mi cita o que casi me quitan mis pertenencias me indignó y me sigue indignando el hecho de que había un público presenciando la escena sin hacer nada, sin llamar a la policía, advertirme antes de subir o simplemente pasar en montón para intimidarlo.
La línea entre testigo y cómplice se torna entonces sumamente difusa, quien se anima a cometer una mala acción cuenta con que existen factores que le confieren ventaja sobre la víctima pero también sobre los mismos observadores, esta superioridad puede ser tangible como ser de mayor tamaño o contar con un arma o intangible como una posición jerárquica superior, la aceptación tácita de los hechos, el miedo a las represalias, con su consiguiente silencio, e incluso la posición del agredido que puede hacer parecer que merece lo que le está sucediendo.
Sin buscar sacrificarnos estúpidamente o convertirnos en policías morales del resto, no debemos olvidar que normalizar lo injusto nos coloca en una posición de vulnerabilidad a futuro y que incita a que más personas lo consideren como una alternativa viable.