Se dice de la Ciudad de México que gobierna la ley del más fuerte, pero no habían pasado dos horas del sismo, cuando varada del lado opuesto de la ciudad viví en carne propia lo que es recibir ayuda desinteresada de varios desconocidos; la primera en medio de un severo embotellamiento causado por la falta de luz, y por lo tanto de semáforos, donde una señora que iba en el mismo camión me permitió sentarme en el escalón de su asiento para que no me cansara tanto; la segunda cuando un joven nos subió, a mi compañero de trabajo y a mí, a su auto con otros anónimos para suplir la falta de metro y la tercera cuando al preguntar a unos transeúntes para donde caminar uno me ofreció dinero por si se me ofrecía algo en el camino.
Al día siguiente que trabajaba en un centro de acopio la solidaridad desbordaba, llegaban víveres como jamás los había visto juntos, mas aún que en los pasillos del súper mejor surtido, las provisiones, aumentaban de manera desigual y entonces había agua para llenar un estadio pero los frijoles no eran suficientes. Algo similar pasaba con el trabajo voluntario o remunerado, había personas deambulando para conseguir una tarea, sobre concentración en algunas cadenas y escasez en otras, todos servían para todo sin roles ni jerarquías definidos, pura solidaridad mecánica, y sobretodo coyuntural, para resolver un problema especifico aquí y ahora. Cada diez minutos una bienintencionada persona distinta nos ofrecía una torta o un sándwich o algo de beber, las tortas superaban en un 1 a 6 a los voluntarios y eso que éramos un mundo de personas bajo un sol implacable, pues no se contaba con lonas ni de donde sostenerlas, descuido que la lluvia torrencial nos señalaría unas horas después.
Para el tercer día de acopio, después de un segundo día de ríspida reorganización, rumores y corrección de la euforia ayudadora del primero, ya existían líderes naturales, mesas para trabajar, un laberinto de techos improvisados con polines y lonas, cadenas de armado de despensas eficaces y equitativas, distribución de bolsas, puntos para resurtir, dos armadoras de cajas y una zona localizada donde se agrupaba la comida, ante la variedad de presentaciones de los diversos productos incluidos, nos consolábamos pensando que los beneficiarios compartirían o distribuirían de nuevo lo recibido.
A partir de ese día comencé a notar que las peticiones de insumos en cada lugar eran más específicas, que se comenzaba a preguntar por los puntos de mayor necesidad de comida preparada para disminuir el desperdicio e incluso se fomentaba el intercambio de superávits para tener mayor variedad. A esta fase le corresponde una solidaridad orgánica, con especialización como la que vivimos todos los días, pero con la presencia de puntos sensibles, personas que por su función, y energía parecían imprescindibles y que se siguen reventando para ayudar, pero tal intensidad de donantes voluntarios, transportadores y conexiones no puede durar, es momento y ya comienza la iniciativa de explotar uno de nuestros recursos más abundantes, el número de personas que somos, para turnarnos en todas las posiciones y permitir el mantenimiento a largo plazo de toda la cadena. Imaginemos que la ayuda es agua, que el primer día se rompió una tubería y que solucionó las primeras necesidades a costa de inundaciones (concentración en algunos puntos y escasez en otros) que el segundo se ajustaron los grifos y que actualmente nos encontramos tendiendo las tuberías hacia otros lugares para que siga llegando uniforme, oportuna y equitativamente.
Se dice que en esta ciudad prima la ley del más fuerte y yo lo creo, pero cuando algo pasa todos nos reunimos para ser juntos el más fuerte contra lo que venga. Dejo en el aire la reflexión de que pasaría si pensando en un futuro y no tratando de luchar contra el presente mostráramos nuestra capacidad de organizarnos, ningún temblor nos movería, estoy segura.