Ecos de Mi Onda

El Heróico Tecolote Azul 

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un héroe guanajuatense que adquirió poderes nocturnos y que con un espíritu noble, los utiliza para defender a los ciudadanos de los malandrines violentos. Héroe callado que trabaja de policía siempre en el turno de noche, pero que se desdobla para evitar injusticias, aún cuando sus informes diarios digan casi siempre «Sin ninguna novedad». A menudo los héroes son desconocidos, dice una frase de Benjamín Disraelí.

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A fin de cuentas, un héroe es alguien que quisiera discutir con los dioses,

y así debilitar a los demonios para combatir su visión.

Norman Mailer (1923-2007)

Era una tarde perezosa en Guanajuato, sentado en una banca de Mexiamora bajo la sombra fresca de uno de esos árboles que les llaman hule, empezaba a leer Amadís de Gaula, sobre del cual sabía que se trataba de un libro medieval de caballería, de esos que leía Don Quijote y que le sorbieron el seso. Iniciaba diciendo Aquí comienza el Primer Libro del esforzado caballero Amadís hijo del rey Perión de Gaula y de la reina Elisena…

Estaba en eso cuando se me acercó Ponciano, quien me sorprendió muy formalito con un uniforme azul de sargento segundo de la policía municipal, y digo que me sorprendió porque no hacía mucho tiempo lo había encontrado por el rumbo del puente del Campanero y me pidió diez pesos para curarse la cruda y hasta donde yo sabía estaba trabajando de minero en no sé qué mina de los alrededores, así que verlo muy serio vestido de policía no era muy, digamos, trivial, como decía uno de mis profesores de la Preparatoria. Yo conocía a Ponciano desde que era un jovencito y la opinión que tenía sobre él era de un muchacho serio y respetuoso, pero inclinado seriamente a la bebida, vicio heredado de al menos, me consta, de sus dos generaciones anteriores, Ponciano su abuelo y Ponciano su padre, también personas serias y respetuosas, pero que inclinaban el codo con patente devoción, aun cuando se sabía que nunca dejaban de dar el chivo a sus mujeres.

Se sentó junto a mí y permaneció en silencio, pero como ordenando sus ideas para decirme algo, hasta que tímidamente se atrevió a preguntarme –Oiga mai ¿usted cree en los superhéroes?–  ¿De qué superhéroes me hablas Ponciano? Le contesté –Pos como el Hombre Araña mai– Esos son puros cuentos, le dije, son fantasías que leen los chamacos en los comics…  –¿Los qué?– Olvídalo… no, no creo en ese tipo de superhéroes –Pos yo veo que usted lee mucho y se ve que es una persona culta, además también siento que usted no es chivato y le quiero contar algo sobre de mí que nadie sabe– ¡Ah caray! Pues gracias por la opinión y por la confianza ¿De qué se trata Ponciano? Respondí.

Me narró entonces una historia que sonaba a todas luces inverosímil, pero a la que presté gran atención debido a que veía en el semblante de Ponciano, en sus palabras y ademanes, una auténtica convicción, una experiencia personal única que le estaba afectando y sobre la que trataba de ahondar para buscar algunas explicaciones del fenómeno que le ocurría y, digo, no se veía ni borracho ni drogado como para estar alucinando. Medía las palabras con serenidad y e hilvanaba con claridad su relato.

Me contó que desde hacía ya varias semanas le había empezado a invadir una extraña sensación, algo parecido a una especie de desdoblamiento de personalidad, y que de su manera de ser normalmente apaciguada, introvertida y silenciosa como sombra ambulante, de pronto se transformaba y se sentía ágil, audaz y decidido. Además desarrollaba una visión nocturna impresionante que le permitía percibir los mínimos movimientos registrados a su alrededor, pudiendo incluso girar el cuello en una cobertura de casi trecientos sesenta grados. Por las noches todos los sentidos, me decía, se le agudizaban de manera impresionante y era capaz de realizar una especie de planeo a gran velocidad entre los callejones estrechos de Guanajuato, para llegar de inmediato y atender cualquier situación relacionada con imponer la ley y el orden, asunto que, continuaba, ya había asumido plenamente como una misión de vida y un compromiso con la sociedad de su amada ciudad cervantina, para lo cual, justificaba, no había dudado un instante en enlistarse en la corporación policíaca de la ciudad, con el fin de estar institucionalmente del lado del bien. Ante ese desdoblamiento en él apreciado, había discurrido que su otro yo, debería tener un nombre y tras varios días de cavilaciones sobre las características que estaba desarrollando, decidió nombrarlo, o nombrarse, El Tecolote Azul, un auténtico cazador nocturno de ratas –de dos patas– especificó por si hubiera alguna duda.

Como para explicarse mejor, me platicó la historia de Peter Parker, y de cómo le había picado una araña genéticamente modificada y tras la picadura había desarrollado los poderes del Hombre Araña, el héroe de los cuentos que más admiraba, porque Parker era un joven idealista y enamorado limpiamente de Mary Jane, así como él estaba enamorado de Susanita, además de que las intenciones honestas del héroe se plasmaban en el lema que le servía de guía moral, Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, justo lo que Ponciano pensaba. Si había adquirido poderes, tenía la obligación de usarlos de manera responsable en beneficio de la comunidad. Por tanto, él también había pensado en un lema que definiera el carácter de las acciones que emprendería en defensa de las personas que sufrieran agresiones de todo tipo por parte de malandrines: Para los que se sienten valentones, ya llegó su medicina.

Había asimismo otra circunstancia que lo unía al Hombre Araña, precisamente en la forma en la que pensaba que había adquirido los poderes. Aquí hizo una larga pausa que en un momento me hizo sentir en que ya no quería seguir platicando su vivencia, pero no, de nuevo era que trataba de ordenar los pensamientos para exponerlos de manera razonada. Prosiguió diciéndome que siendo un joven tímido, siempre se le había dificultado relacionarse con las jóvenes de su edad con fines amistosos tendientes a  formalizar un noviazgo serio con fines de matrimonio, era así que por lo tanto a sus veintidós años, permanecía soltero, sin novia, viviendo solo en una casita de dos cuartos y un baño, casi independiente de su familia, y decía casi porque su mamá le llevaba cada tercer días comida, la que guardaba en un pequeño refrigerador para sólo calentarla cuando llegaba hambriento después de trabajar. Ya había sido bolero, mesero, albañil, ayudante de mecánico, cargador y era minero cuando le ocurrió la transformación de la que hablaba y cuyo origen trataba de articular.

Susanita le sorbía el seso y solamente la veía desde lejos sin atreverse a encararla y confesarle sus sentimientos amorosos y esto sucedía desde que tenía dieciocho años y ella quince, cuando la conoció en el mercado de Embajadoras en un puesto de verduras. Al paso del tiempo, cuando él andaba ya en los veinte años, y ella lógicamente en los diecisiete, fue que la vio del brazo de otro muchacho y lo peor, que ya siendo tarde contempló frustrado como se escabulleron a lo oscurito y se daban de toqueteos y besos apasionados. Si Ponciano ya gustaba del alcohol, se dio entonces al vicio por completo, con su trabajo de minero siempre pendiendo de un hilo. Era tal su desilusión que se quedaba tirado de borracho en los callejones, en las plazas y jardines.

La madrugada de un día, viernes o sábado, no recordaba bien, amaneció tirado boca arriba en un callejón, a un lado de una alcantarilla pestilente, rodeado de palomas negruzcas, grisáceas, plomizas, de patas rosadas, que picoteaban desperdicios de los brotes malolientes y sintió con asco que tenía en la boca excremento de paloma y que seguramente ya había tragado alguna fracción.  Se levantó y fue directo a su casa para asearse, pero precisamente, señaló convencido, a partir de ese día y por las noches, comenzó a percibir el desdoblamiento que lo afectaba, pero además algo milagroso, desde ese día perdió el gusto por la tomadera, permaneciendo sin probar una sola copa hasta el día de hoy.

Es decir, Ponciano argumentaba que fueron palomas transgénicas las que le habían producido la evidente transformación que le ocurría por las noches. Traté de decirle que entre una paloma y un búho había diferencias importantes, pero no hizo caso, para él eran dos pájaros y eso le bastaba.

Más tarde me invitó a su casa y presencié cuando se puso el incómodo chaleco antibalas, se ajustó el cinturón con la pistola y tomó el casco con la mano izquierda, para persignarse devotamente con la mano derecha ante una imagen de San Judas Tadeo. Abrió la puerta y salió de casa con el pie derecho, no era supersticioso, pero no estaba por demás tomar ciertas precauciones. Se colocó el casco y cerró la puerta con doble llave, hay muchos rateros sueltos, me dijo, en tanto daba media vuelta y se enfilaba hacia el sector que le habían asignado sus autoridades. Ponciano me pidió que no mencionara el rumbo que vigilaba, a fin de no herir las susceptibilidades, ya que después de todo, mencionó, la violencia y la delincuencia no son privativas de una determinada zona de la ciudad, lo mismo puede ocurrir en cualquier punto de Guanajuato, desde el mismo centro histórico hasta los barrios más alejados o marginados.

Al día siguiente lo busqué para que me platicara cómo le había ido en su turno. Me contó que había resuelto algunos acontecimientos delictivos, ubicado en una posición estratégica desde la cual actuaba en cuanto advertía el peligro. Así enfrentó a una pandilla de grafiteros, a los que les confiscó una enorme acopio de latas de spray de distintos colores y conminó a dejar sus prácticas vandálicas so pena de darles una golpiza, primero tenía que respetar los derechos humanos, precisó. Evitó varios asaltos a mano armada, robos de casa habitación, intentos de violación de jovencitas; clausuró y decomisó cuatro expendios clandestinos de drogas; aleccionó a distintos grupos de chamacos estudiantes que borrachos escandalizaban al vecindario… Pónganse a estudiar muchachos, no engañen a sus padres, no se puede estudiar alcoholizados con caguamas. Su premio, lo dijo muy serio, era el triunfo de la justicia y la satisfacción de aliviar un poco la terrible situación de inseguridad en constante aumento, sin que las instituciones del orden tuvieran la capacidad de resolverla.

De todo esto no dio parte a las autoridades, su informe de la noche sólo decía: Sin ninguna novedad. Me comentó también con cierta preocupación, que tenía una debilidad, una especie de talón de Aquiles, como la kriptonita para Supermán, pero que luego me la platicaba.

A menudo los héroes son desconocidos.

Benjamin Disraelí (1804-1881)