Nuestra legión de ultratumba

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(Este escrito está secretamente dedicado a Adolfo Lagos)

En una de sus inspiradas creaciones el poeta y músico de todos Silvio Rodríguez nos narra la desesperada tarea de formidables y luminosos ángeles que una y otra vez fallan cuando se lanzan desde alguna altísima nube como vertiginisos pero siempre tardíos dardos en defensa de los que por ello terminan siendo famosas y tan lloradas víctimas. La canción se llama Cita con Ángeles y en mi caso funciona como un imán para que en este empolvado ático de memorias se congregue un número de descarnados compatriotas y uno que otro turista reclamando cada uno a mi razón una explicación de su trágico destino. Es ahí cuando por necesidad hay que rellenar fuerza de grotescos conjuros las grietas que se nos van formando en la CPU del alma.

Procedamos pues, con la argamasa… Puedo imaginar, casi ver a un nutrido y variopinto grupo de académicos en torno a una mesa. Indistíntanente serían filólogos o médicos forenses. Ultimadamente de destripar se trata. Están curiosamente ataviados con batones blancos o negros mientras efectúan alguna soñada autopsia. Este último detalle es el más claro de la visión… “La palabra obsceno…” dice el más anciano del grupo, mientras agita con su ganchuda mano algo que, así, a contraluz, igual podría ser un borrador, un pie humano o un pedal de bicicleta. Adelfa, la más joven de aquella congregación cierra un segundo sus ojazos azules como lagos. Una endócrina respuesta humedece las intrincadas redes de su cerebro que acude a aquella otoñal visión de una azulada masculinidad torneada en brillante licra y que sobre el sillín se enfilaba vertiginosamente hacia sus pirámides con color de crepúsculo…

El minúsculo volcán de una espinilla estalló entre los mugrientos dedos del joven Sosa a la par que la percudida cerilla de sus pronunciadas orejas se amalgamaba con las palabras “impúdico, torpe”… El académico mirando al vacío todavía sentía un cosquilleo en la laringe y en el esfinter mientras rebanaba capa tras capa de significados entretejidos con aromas de entraña humana. Todos los ahí presentes sentían que este conjuro tenía suficiente poder para retorcer las ocres charamuscas de sus añejos encallecidos y recónditos reservorios de pudor… Fue en ese momento cuando de aquella mesa, disertación y plano astral se desprendió con todo y chacras la recién desvivida nueva adquisición del decimotercer batallón mexicano de legionarios de ultratumba. Mientras recorría un interminable y húmedo laberinto de periódicos desteñidos alguna voz suficientemente estremecedora le informaba todo lo concerniente a los motivos de su existencia, su esencia misma y ulterior destino… Es una lástima que el espacio con que contamos para este relato no nos permita abundar en tan relevante temática.

Baste decir el trayecto fue largo y lleno de sabiduría. Una vez concluído, la recepción fue impresionante. Ahí estaban relucientes y victoriosos, emplumados o gallardamente vestidos según su época y usanza, los propietarios de los cráneos de todos los zompantlis, de fosas comunes y clandestinas y las víctimas de cada inexplicable y escandaloso crimen que tuvo lugar desde antes de que la tierra mexica besara la planta del pie del primer olmeca. Había un manantial de blancas aguas y una estela escrita en un elevado y críptico idioma celebrando que allí ya no les faltan muchos, muchísimos mas de los 43 infelices jóvenes de antaño. No faltaba tampoco una sola de las mujeres que fueron expulsadas a balazos, puñaladas, puntapiés y empellones del reino de las vivas. Había mexicanos de todos los tipos colores y edades. Por primera vez en toda su existencia el recién llegado sintió sin titubear que estaban todos abarcando la plenitud de lo cabal y entero. Entonces; solamente entonces al sentirse completo acompañado y solidario con su batallón, regimiento y legión nuestro amigo supo que se había devaluado absoluta y totalmente la torpe, terrible, impúdica e inexplicable necesidad humana de definir y entender la palabra “obsceno”.