Entre caminantes te veas

Soñador

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Esther, su mujer, lo miraba desde la puerta, no la descubrió hasta que terminó aquella estrella en cuya superficie lucía el  tallado de  primorosas y perfectas grecas. No hizo falta decir más.

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Su vida siempre había estado llena de sueños.  Nunca dejaba de soñar. Y de esta manera navegaba en el mar profundo de las tristezas y sorpresas que brinda el día a día. Sin embargo, para Carmelo siempre fue más sencillo adaptarse al mundo y sus incertidumbres gracias a su esperanza, a esa voz interior que le decía que podía lograr lo que deseara, que las penas son pruebas que hay que pasar con decoro para que el camino vaya siendo más sencillo de transitar cada vez.

El hombre dormía tranquilo todas las noches, pero cuando las pesadillas invadían sus sueños simplemente se decía a sí mismo sin abrir los ojos: “Piensa en cosas hermosas, piensa en cosas hermosas y lo terrible se irá”, y sí, siempre se iba y él continuaba descansando.

Carmelo era un hombre feliz cuya vida era simple, difícil, pero simple. Con limitaciones económicas pero llena de sencillez. Pero para el resto de las personas él era simplemente un mediocre fracasado. No vivía de manera práctica, no buscaba un empleo formal sino que se limitaba a vivir de las piezas que tallaba en madera. Y sí, en realidad por su cabeza jamás pasó la idea de emplearse en una oficina o una empresa en la que se debe checar cada vez que se cruza la puerta.

Su trabajo lo hacía sentirse orgulloso de sí mismo. Pocas personas podían hacer surgir de un trozo de madera sin forma un pájaro cantor o una flor o una pluma tallada. Su hijo, solía pasar las tardes con él en su taller mirándolo trabajar, incapaz de reprimir las exclamaciones de admiración cuando descubría lo que salía de entre esas manos que tallaban y cortaban. Así que cuando llevaban a vender lo fabricado era el mejor convenciendo a los clientes potenciales de las ventajas de adquirir aquellas bellezas que parecían tener alma y corazón.

Para su hijo, él era alguien grande y para Carmelo aquello era más de lo que muchos hombres “de éxito poseían” porque su trabajo le permitía convivir con su hijo, contarle historias y escuchar sus anhelos. En una oficina detrás de un altero de papeles cumpliendo las ambiciones de otros a costa de tantas cosas no haría posible construir una comunión tal con su pequeño.

Por eso, cuando la gente lo señalaba en la calle por traer a su hijo junto a él vendiendo, volvía el rostro fingiendo no ver y no escuchar. Cuando su suegra lo sermoneaba instándolo a buscar otro tipo de trabajo, tratando de que fuera con algún amigo suyo que prometía ayudarlo con un empleo nunca cumplía su promesa de ir  porque él era feliz con su vida.

La sonrisa de Carmelo comenzó a estar cada vez más ausente, su esposa parecía cansada de tanta presión externa, su hijo siempre el más cercano, sus sueños más difusos. Empezó a dudar acerca de sí mismo, de su forma de ser, a preguntarse si estaba bien lo que hacía. Hasta que un día aceptó buscar otra forma de vida y se integró al trabajo de oficina. Atrás quedaron sus implementos de tallado, sus maderas mágicas, los cuentos a su hijo. Pero el dinero era seguro, aunque no necesariamente más de lo que ganaba con sus tallados y su suegra al fin parecía feliz.

Regresaba cada noche, cansado de revisar documentos, siempre a deshoras porque en la práctica la hora de salida era una utopía, casi nunca encontraba a su hijo despierto, la corbata lo ahogaba pero su realidad presente también.

-¿Por qué abandonaste la madera? -Le preguntó su hijo

-No la abandoné, simplemente la dejé dormida. Algún día volveré a trabajarla

El chiquillo bajó la mirada y se alejó caminando lento. Parecía que aquella  fe en su padre se había dormido también.

Aquella noche, sentado en la oscuridad, nuestro caminante contemplaba la nada sintiendo el cansancio del alma invadir su cuerpo. De pronto, un hálito en su oído lo hizo despertar de su letargo:

-Piensa cosas hermosas….piensa cosas hermosas y despertarás –le dijo la voz

Sin pensarlo dos veces se fue a su taller, tomó entre sus manos las piezas olvidadas y comenzó  a tallar sintiendo cómo el cansancio se alejaba de él y la sonrisa volvía a brillar en su rostro, incluso pudo darse cuenta de cómo se desentumían sus músculos, cansados de tanta tensión y seriedad.

Esther, su mujer, lo miraba desde la puerta, no la descubrió hasta que terminó aquella estrella en cuya superficie lucía el  tallado de  primorosas y perfectas grecas. No hizo falta decir más.

Las corbatas se fueron a una caja al fondo del armario. El soñador regresó a su vida mediocre de ingresos inestables y cuentos infinitos. Nunca más se ausentaron las sonrisas. Esther se unió al equipo y entre los tres lograron progresar. Después llegaron premios nacionales por su arte y poco a poco…los sueños de aquel fracasado, inexplicablemente para muchos…se volvieron realidad.