Ecos de Mi Onda

Historieta en el Retrovisor: Raíz de Resentimiento

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Era increíble, pues hasta le habían dado detalles sobre las causas del fallecimiento y de pronto simple y sencillamente se aparece, y no como un fantasma, sino como un individuo de carne y hueso…

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El resentimiento es como beber un veneno y esperar que la otra persona muera.

 Carrie Fisher, Bendito alcoholismo (2008)

Claudia no estuvo conforme con las razones de su mamá Malena. Después de discutir gritando por un buen rato, pensó que sería mejor callar y hacer las cosas a su manera; al día siguiente se presentaría en el hotel para platicar con su padre y conocer de propia voz su versión, averiguar por qué la habían engañado vilmente diciéndole que estaba muerto. Era increíble, pues hasta le habían dado detalles sobre las causas del fallecimiento y de pronto simple y sencillamente se aparece, y no como un fantasma, sino como un individuo de carne y hueso a quien no sabía si tenía que odiar o amar, pues ese hombre que ahora decía que quería verla, era su padre y eso no podía ser cualquier cosa.

Se levantó temprano como siempre, ya encontró el desayuno servido en la mesa y a su mamá esperándola, muy serias ambas no cruzaron ni media palabra, ya se habían dicho todo la noche anterior. Dio un sorbo al café con leche caliente y el bocado de bolillo casi se le atragantaba, pero hizo un gran esfuerzo para aparentar naturalidad, para no mostrar el mínimo asomo de ansiedad ante los ojos de quien mejor conocía sus reacciones. Iba a desayunar y saldría presurosa hacia la escuela, no habría nada raro, nada fuera de lugar esa mañana. Malena notaba claramente la congoja de su hija y la perturbación que le causó la presencia inesperada de un padre que creía difunto, por el que rezaba todas las noches pidiéndole bendiciones y consuelo, lamentando su ausencia. La madre no se arrepentía del engaño, pero se moría de pena por el humillante atrevimiento de ese hombre que amó sin esperanza alguna, pero que ahora le parecía un ser despreciable.

Su hermana Beatriz, a la que notó indiferente durante la amarga discusión, bajó al comedor ya casi cuando Claudia estaba por salir de la casa y apenas alzó la cabeza como para expresarle un gesto de cierta solidaridad. Claudia salió sin despedirse, cruzó el patio de la entrada, abrió la puerta de la reja y simuló caminar en dirección de la secundaria, luego decidida se encaminó hacia el centro, hacia el hotel en el que mencionó su padre que estaba alojado. En tanto caminaba por la Venustiano Carranza, era invadida por variados y contradictorios pensamientos y se imaginaba en las posibles reacciones. Se veía reclamándole acremente su abandono, luego se veía abrazándolo con ternura, besándolo por todo el tiempo de ausencia. Dio vuelta hacia el templo de San Francisco, entró, se arrodilló frente al altar y con toda devoción le rogó a Dios que su padre resultara un hombre bondadoso, le expuso que el hecho de haber regresado significaba que las quería, y por tanto que sus padres se podían arreglar nuevamente. Concentrada formuló una petición específica: que Dios le concediera tener una familia completa y feliz. Todavía se sentó por un momento en una banca del jardín, oliendo el betún que aplicaba un bolero en los zapatos de un hombre de traje oscuro. Respiró profundo, caminó por Góngora y luego por Álvaro Obregón. Frente a la puerta del hotel volvió a tomar aire y en la recepción preguntó por la habitación del señor Gabino Saldívar – ¿Quién la busca? – Le preguntaron – Su hija Claudia – respondió nerviosa. El hombre levantó el teléfono y habló algo a lo que ella no puso atención – Dice tu papá que pases, está en la habitación quince, dobla hacia la izquierda y está en ese pasillo.

Tocó la puerta del quince, escuchó ruidos y la puerta se abrió; aún estaba en piyama. Se abalanzó a sus brazos y el hombre se sorprendió de la efusiva y espontánea muestra de afecto. Trató de atajarla pero no pudo, cruzó la puerta y entró al cuarto, pues quería platicar largamente,  decirle que su mundo se derrumbaba sin él, que sin conocerlo lo quería mucho, que tenía que regresar a casa.

– ¿Quién es Gabino?

Preguntó la mujer robusta de piernas varicosas, camisón amarillo chillante y trasparente a los senos colgantes y a las pantaletas blancas, quien también se acababa de levantar de la cama.

– ¿Quién es ella papá?

– Calma Claudita, es mi mujer.

– ¿Y entonces… mi mamá?

– Es una historia muy larga… Espera, déjame explicarte…

Se zafó de sus brazos y al girar hacia la puerta tropezó con sus propios pies y cayó de sentón. Su padre acudió presuroso a auxiliarla, pero Claudia escuchó claramente la risa estridente e incontenible de la mujer robusta, que festejaba lo que consideró una escena ridícula. Miró al hombrón de ojos saltones y su silencio le pareció de plomo, aquilatando la patente falta de valor frente a las burlas de la mujer, entonces lo vio a los ojos con despreció y sin aceptar su ayuda salió corriendo del cuarto y del hotel. No lo volvería a ver jamás, si antes ya había muerto, ahora estaba absolutamente muerto.

Vagó por el centro de la ciudad, no notó el transcurrir del tiempo sin salir del azoro. Las campanadas del reloj de la catedral le regresaron a la realidad, era ya hora de volver a casa tal como si lo estuviera haciendo de la escuela. Se pellizcó la cara para despabilarse y eso fue suficiente para convenir en ese mismo instante un pacto consigo misma, no derramaría jamás una lágrima por un hombre y en las relaciones con ellos prevalecería siempre el interés sobre cualquier idea amorosa. Tenía trece años y en su corazón comenzó a germinar el resentimiento. Pusilánime, fue una palabra que leyó en un texto de la escuela, luego acudió al diccionario para descifrar la palabra que ahora le retumbaba en los oídos: falta de ánimo y valor para sostener las desgracias y hacer frente a las grandes empresas –Nunca seré pusilánime– se prometió mientras observaba a su mamá, en quien aquella mirada conocida de tristeza y nostalgia, se le descubrió súbitamente como una mirada de fracaso y de un profundo abandono.

Cuando conoció a Mario le pareció guapo, un estudiante de Química simpático, tierno y honesto, pero al poco tiempo empezó a parecerle más bien sensiblero, empalagoso y con un defecto muy importante del que se enteró a través de las frecuentes conversaciones: la estrechez económica de su familia. Percibía entonces en esas condiciones un futuro potencialmente incierto. Por otra parte, le resultaba insoportable ver que llegara angustiado a confesarle que iba mal en la universidad, aduciendo el estúpido hecho de decirse turbado porque ella ya no respondía a sus llamados ¿Cómo se le podía ocurrir pensar en limitarle su libertad, en  querer envolverla estúpidamente en una exclusividad? ¡Ella no era de nadie!

Artemio era diferente, erguido, seguro de sí mismo, de familia acomodada. Cuando entre las amigas se comentaba que era un ranchero, ella pensativa argumentaba –sí probablemente, pero es un ranchero con billetes– reía y mientras más lo criticaban, más se convencía de acercársele y llamar su atención, despertar en él ese interés que a ella le iba creciendo progresivamente como una esponja en la humedad. Sí, ya no le importaba Mario. Cierto, ella nunca hizo nada especial como para verlo enajenado como estaba ¿Por qué se aferraba a ella de esa forma tan desproporcionada? Era absurdo que la esperara hasta por más de una hora, cuando ella se tardaba adrede para desilusionarlo. Claudia advertía claramente el enojo por su tardanza, viendo como tiraba el cigarro y lo pisaba con rabia, pero se mofaba internamente cuando al acercarse le cambiaba el semblante y la besaba en la mejilla como si nada hubiera ocurrido, sin atreverse nunca a reclamarle ni por sus retardos, ni por sus molestos silencios, ni por su actitud de indiferencia que llegaba hasta el bostezo, cuando él trataba de animar la conversación. Esa tolerancia le empezó a parecer patética. En un momento le recordó a su madre y aquella mirada de desilusión y abandono, también le recordó a su padre y el silencio impotente frente a la risa burlona de su vulgar mujer cuando la vio caer al suelo. Sí, Mario era… patético.

Claudia decidió conquistar a Artemio a costa de lo que fuera, sin importarle los medios que tuviera que utilizar para lograrlo. Mario sólo había sido una breve relación circunstancial sin importancia.