Ecos de Mi Onda

La Felicidad como Alternativa

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Como dice Galeano, «La utopía se aleja en el horizonte cuando camino y así entonces la utopía sirve para caminar».

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La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación.

Immanuel Kant (1724-1804)

 

Un cuestionamiento filosófico central consiste en saber a qué viene el ser humano a este mundo y se dan respuestas contradictorias, con algunas opiniones que aseguran que se viene a sufrir a este valle de lágrimas, mientras que otros replican con insistencia en que el objetivo de la vida es ser feliz.

Paisaje de la sierra de Santa Rosa (Foto: Archivo)

Cuando somos niños, y yo lo recuerdo en mi lejana infancia, vivimos el momento, sin preocuparnos de lo que nos pueda tener preparado el futuro, pasando la vida en juegos y pasatiempos mediante los cuales pretendemos de manera espontánea pasarla bien, lo cual no siempre ocurre, pero mientras no se trate de traumas significativos provocados por los inevitables riesgos a los que se ve expuesta la inocencia infantil, por lo general resulta fácil olvidar los malos ratos y continuar la existencia con lo que sigue, como dándole la vuelta a la página para escribir el siguiente capítulo en el libro de la vida, en la que se va ensamblando el carácter a punta de experiencias fortuitas o deliberadas, afortunadas o dolorosas.

En ese acontecer de las etapas tempranas, no se tiene la sensación de libertad hasta que alguna circunstancia nos impide realizar alguna acción, mediante la cual deseamos obtener algo tangible o intangible y sobre lo cual se comienza por consiguiente, a generar juicios de valores que conducen a reflexionar sobre los derechos y las responsabilidades que advertimos conllevará  necesariamente la vida. Es paradójico que se tiene más conciencia de la libertad una vez que se experimenta su carencia, lo que nos permite estimarla como un valor fundamental al que aspiramos construyéndola día con día.

Es muy vago en detalles pero definido en lo sustancial, un recuerdo de la infancia en el que teniendo, no sé, tal vez unos cinco años de edad, iba en un autobús urbano acompañado por mi mamá y probablemente íbamos de regreso a casa después de realizar alguna compra en el centro de la ciudad. A esa hora, pienso que eran como las seis de la tarde, el autobús iba casi vacío y yo cambié de asiento para mirar a mis anchas por la ventanilla. Unos dos asientos adelante iba un niño como de unos nueve años, quien iba jugando con un avioncito de papel al que le había atado un hilo y lo sacaba por la ventanilla, seguramente para ver como volaba pendiente del hilo debido a la velocidad del autobús, y cuando eso ocurría lo tenía al alcance de la mano. Por alguna razón pensé que sería divertido jalar el hilo para arrebatarle el avioncito y después sencillamente soltarlo. Así lo hice y todavía tuve el descaro de verlo a la cara y sonreírle como festejando la broma absurda. Pero me encontré con un rostro que mostraba enfado, desencanto y que con la mirada me expresó lo estúpido que le había parecido mi accionar. Era mayor que yo y por primera vez tuve la sensación de que podía ser agredido, pero me dio una lección mayor al mirarme fijamente y menear la cabeza en señal evidente de desaprobación, para luego volverse con indiferencia.

Siendo tan pequeño, esa experiencia me hizo sentir notoriamente en carne propia, que la libertad y los derechos de una persona llegaban hasta donde se pueden afectar la libertad y los derechos de las otras personas y que por tanto debemos guardarnos de cometer acciones abusivas que dañen de alguna manera a los demás, considerando que también podemos ser nosotros los afectados negativamente por este tipo de procederes. Asimismo, me di cuenta de cómo una acción en ese momento inocente, me causó emoción y en cierta forma me proporcionó un momento de satisfacción y bienestar, de felicidad, pero también logré advertir que lo hacía a costa de la insatisfacción de otro ser humano.

Se sabe que etimológicamente la palabra felicidad procede del término latino felicitas, que significa placer, fortuna, alegría, el cual procede a su vez del vocablo felix, traducido como fértil, fecundo, fructífero y también como próspero, afortunado, opulento. Quien es feliz se siente envuelto en una sensación placentera, de alegre complacencia y entonces se vuelve muy interesante analizar objetiva y subjetivamente los factores que pueden desencadenar esa primordial condición.

Si se concede razón a quienes proponen que a esta vida se viene a ser feliz, entonces quienes acepten que la felicidad constituye una mejor alternativa de vida, deberán por lo menos detenerse a pensar con serenidad, sobre la interpretación que bajo argumentos válidos se le debe otorgar al concepto de felicidad, puesto que la idea de placer y prosperidad no corre parejo para todos las personas, siendo en ocasiones hasta totalmente opuesta para diferentes individuos y grupos sociales. Lo que a uno le puede generar felicidad a otro lo contrario.

Buda Gautama señala que no existe un camino a la felicidad: la felicidad es el camino. En el camino nos vamos conociendo a nosotros mismos, siendo deseable que este conocimiento genere el aprecio a las virtudes que mantienen a una sociedad unida, compartiendo con generosidad los elementos que producen bienestar común, participando así en la construcción de un camino llano por el que todos transitamos y que se acerque un poco a la idea de Buda. Pero no sucede así, sobre todo debido a las enormes diferencias que existen en el mundo, tanto en el planteamiento de lo que implica la satisfacción de las necesidades, como en los recursos que tienen los diferentes individuos y sus sociedades para concretarlas.

Un individuo puede llegar a ser feliz con la satisfacción de las necesidades básicas de casa, vestido y sustento, completada con la libertad de moverse a donde el viento lo lleve; de ejercitar un pensamiento reflexivo que le permita expresarse intelectual y culturalmente; de trabajar en lo que ama hacer y que le permite ser productivo y útil a los demás; de arrodillarse ante el Dios que le fortalezca el espíritu; de compartir experiencias y sentimientos lúdicos, filiales y amorosos en el entorno; todos ellos factores que le producen efectos biológicos que le estimulan el sistema límbico y le vigorizan la salud y la paz interna que lo llevan a un equilibrio interno, que trasciende hacia el exterior influyendo positivamente para fecundar la felicidad en el seno de los grupos humanos con los que convive cotidianamente. Es lo que pudiera ser la humildad bien entendida frente a la naturaleza, de la que toma lo necesario para nutrir su desarrollo integral y constituirse en un elemento de equilibrio, de lo que puede ser la felicidad como alternativa de vida, el camino del Buda.

Pero ese camino natural ha sido olvidado por otros afanes, que impulsan la satisfacción de otro tipo de necesidades diferentes a las básicas, que resultan en muchas ocasiones transitorias,  insustanciales y hasta frívolas, pero que para poderlas satisfacer se requiere de pasar por encima de los derechos de los demás, imponiendo condiciones con base en la fortaleza física o en la capacidad de enajenación, pero que no se pueden adquirir mediante el diálogo pacífico para lograr un convencimiento voluntario, puesto que los derechos humanos son inalienables, no se pueden negociar.

Para lograr establecer a la felicidad como alternativa de vida, es pues necesario desprenderse del apetito de poder para imponer condiciones unilaterales de formas de vida, en la que sea posible que unos pocos consigan mediante las armas del poder, acumular bienes y servicios, a costa de reducir los recursos para satisfacer las necesidades básicas del resto de la humanidad y este objetivo tiene pinta de utopía.

Se dice que la felicidad puede buscarse por mucho tiempo y que cuando se pierde la esperanza de alcanzarla, puede ser entonces cuando toque a la puerta, o que se busca esforzadamente y que es al pararse a descansar y ocuparse en mirar alrededor hasta con desdén, cuando se advierte que para encontrarla sólo era necesario levantar la vista para captarla. También se piensa en muchas ocasiones que la felicidad viene revestida de detalles de esplendor, sin considerar que se decora más bien con los pequeños detalles cotidianos de la convivencia humana, del saber dar, del saber aceptar, del saber agradecer, de tener la disposición y el convencimiento de que la felicidad es un logro personal que se comparte y que al hacerlo le confiere dignidad a la persona. Que no es acumulable en el sentido de querer ser más feliz que los demás.

La felicidad entonces significa saber vivir para construir el camino de la felicidad como alternativa sustentada en la libertad del ser humano para dignificarse en la paz y en el equilibrio de funciones y recompensas justamente distribuidas, objetivo que ciertamente tiene traza de utopía. Pero como expresa Eduardo Galeano (tomando prestada la idea del cineasta argentino Fernand Birri): Ella está en el horizonte, yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar.

Bajo estas consideraciones la frase graciosa del comediante estadounidense Groucho Marx en la que aconseja: Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna… será entonces realmente sarcástica.