No están ustedes para saberlo, ni es este folio digital un pañuelito donde secarme las lágrimas, pero este mes de que ha transcurrido no formará parte del cuadro de honor de los más gratos que haya yo vivido, aunque ha tenido sus sabrosas chispas de chocolate sobre una galleta de mala calidad.
El punto es que justo en estos días de angustia naif (todo bien, pero caray como se nos nubla el mundo de pronto) me di cuenta de que me encontraba leyendo un libro que no me llamaba demasiado la atención hasta que me sentí desdichada, supongo que los mensajes están ahí siempre y que lo que cambia son las herramientas de interpretación con las que contamos para descifrarlos, ya sean estados emocionales, conocimientos, circunstancias e incluso medios técnicos, es eso o creer en la magia o la causalidad para colgar el milagro de que “todo llega cuando debe de llegar”.
El libro en cuestión, que además estoy tratando de terminar de leer antes de acabar con él físicamente pues realmente ha pasado infortunios como los que narra en su interior, es Las Tribulaciones de un chino en China (1879) de Julio Verne ,cuya trama se centra en un millonario aburrido y por lo tanto infeliz por puro ocio y su sabotaje personal para experimentar por contraste el gozo, que lo llevan a pagar para que lo asesinen, pero justo cuando la fortuna le sonríe y decide frenar todo descubre que ya no está en sus manos y tiene que huir por todo el territorio chino acompañado de dos guardaespaldas y un criado bastante perezoso.
Afortunadamente yo no cuento con los medios ni los contactos para contratar un sicario para mi misma y mis medios de sabotaje son más temporales, pero el libro nos deja una serie de buenas lecciones para el desencanto y la desdicha, que igual me han servido para no seguir embarrando la leche derramada.
Primero es que tendríamos que dejar de invisibilizar y dar por hecho lo bueno, resulta que percibimos más puro el blanco cuando tiene algo negro junto y que en cambio lo negativo siempre es más visible y más vivido. Puede ser un gran aliado para el auto sabotaje, pero si es que no funciona y tronamos en un mal rato, está la siguiente lección.
No debemos tomar decisiones graves desde ningún estado transitorio pensando que será definitivo, ni prometer enamorado ni quitar enojado por que la emoción puede pasar y la consecuencia prevalecer y entonces el exterior no corresponde con el interior y entonces notamos que teníamos todo menos la actitud y que por ésta lo perdimos.
Si al meternos en la trampa no nos quedamos solos, si a pesar de todo aún nos queda algo o alguien tendríamos que aprender las penurias como una oportunidad para valorar las cosas y a las personas que nos rodean, simplemente fijarnos en lo agradable que es respirar por la nariz después de un mes con gripe o lo bien que se siente un mensaje de texto para saber cómo seguimos; tal vez es también en este momento en el que valoramos que aprendemos a darle a los demás aquello que puede hacer una diferencia en un momento y que no cuesta nada.
Lo interesante aquí es que si ya perdimos algo o todo, si nos sentimos solos, si nos metimos en la ratonera en un momento de locura, si el mundo a nuestro alrededor se derrite y solo escuchamos hostilidad y vemos sombras, todavía queda un último lugar al que podemos correr, el pilar del que podemos asirnos en el caos y ese somos nosotros mismos, ver en el fondo qué somos, qué nos gusta, qué sabemos o podemos hacer, todo eso que no nos pueden arrancar y que nos pertenece. Por que de ahí viene la materia para construir todo el resto las veces que se caiga.
