Histomagia

Cuidador

Compartir

En Guanajuato se piensa que los muertos sólo salen en la noche, no aquí salen de día también.

Esta ciudad se engalana no sólo de luces y de fiesta, sino que también muchos seres fantasmales deambulan por las calles, plazas y callejones, regresan a cubrir algún pendiente que tuviesen o que les faltó completar en esta vida o muchas de las veces no se van porque ni cuenta se han dado de que están muertos. Un entrañable amigo, Efrén, me cuenta que varias de sus experiencias paranormales han sido en ese tenor, la vida le ha manifestado que aún en la muerte muchos de estos seres piensan precisamente eso: que aún están vivos, yo no lo creía, pero después de lo que me narró, no me ha quedado ninguna duda.

Me contó es de cuando él tenía 24 años se dedicaba hacer los inventarios de los bienes muebles de Gobierno del Estado, y una vez le tocó ir a Atarjea, Guanajuato, a una escuela rural. Joven y entusiasta él se acercó a los lugareños a preguntarles cómo se llegaba a esa escuela, alguien le dijo que siguiera todo el camino serrano hacia arriba y llegaría. Confiado él sube el cerro, era temprano, como las tres de la tarde, y entre matorrales se va abriendo paso en su camino, daba algunos pasos y el camino se cerraba por sí solo, pareciera que la naturaleza del lugar le negara el acceso a esos parajes escondidos que pocos transitaban, pues las plantas de esta área semidesértica le impedían moverse con soltura, tal vez y sólo tal vez, la naturaleza le quería ayudar, pero él no lo supo hasta que… caminó como veinte minutos, llegó a un claro en donde ahora sí se marcaba un camino sinuoso entre los cerros. Extrañado por el silencio sepulcral aunado a la ausencia total de viento, Efrén detuvo su andar, miró alrededor y agradeció esa la luz parda del atardecer que en ese momento fue la que le permitió ver dónde estaba: en el cenit de esos montes rodeado de barrancas, solo, envuelto en ese silencio abrasador, volteaba de un lado a otro buscando una salida, no podía creerlo, y se preguntó; “¿Qué pasa? son las tres de la tarde…¿aún estoy vivo?, ¿dónde está la comunidad?…” sus preguntas no obtuvieron respuesta. Con la angustia hasta los huesos, desesperado cerró los ojos y gritó: “¿Hay alguien aquí?, ¿para dónde sigo?, ¿para dónde voy…?” Silencio. Nada. Nadie. Entonces suspiró, abrió los ojos y ahí enfrente de él, estaba un viejecito que le dijo: “Joven, ¿qué anda haciendo acá?, el camino es para abajo, regrese, antes de que oscurezca, antes de que la noche no le permita regresar…” Efrén de inmediato se volteó para seguir el camino indicado, ya con la esperanza de regreso en su cuerpo, giró su cara para ver al viejecito y darle las gracias y no estaba nadie. Pensó que era imposible que alguien como ese anciano hubiera bajado por los peñascos, ni mucho menos que subiera corriendo camino arriba. Volteó la mirada y siguió camino abajo como le dijo ese señor, en cinco minutos ya estaba en el pueblo, ¡no era posible, había durado más de veinte minutos para llegar arriba!, algo extraño sucedía… Para ese entonces, sus compañeros ya estaban preocupados, el delegado de la comunidad le dijo que a dónde había ido, Efrén le respondió que a la escuela. El delegado movió la cabeza diciéndole: “No joven, no haga eso, en el monte en la serranía hay muchos peligros, hay animales de presa, salvajes, pues, y otras cosas que no quisiera relatarle…” y le palmeó la espalda, y se fue meneando la cabeza, con una sonrisa en su rostro, como diciendo: “estos de la capital…”  Mi amigo pensó en preguntarle por el viejecito, pero no lo hizo, pensó que al menos con ellos en la comunidad, ya no estaría solo y se sintió por fin a salvo.

Ayer me contaba ésta y otras historias, así me he dado cuenta que es de reconocer esa vida de los muertos, pues es una de las maneras en que tienen de estar con nosotros aún. Todavía Efrén se pregunta si sería un antepasado quien le guió en ese momento desesperado, aún no lo sabe, sólo sabe que por él sigue vivo y aquí… Ven, lee y anda Guanajuato.