Histomagia

Ella, sí, ella…

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Una de las cosas que siempre me han llamado la atención es la vida que se sucede en los panteones, sí, la vida, porque parece que la muerte es lo que priva en los cementerios, pero no es así. Innegable es que la muerte está en donde existe vida, el asunto cobra otra dimensión cuando en las ciudades llenas de leyendas y misterios, como lo es Guanajuato, cuando mueres, puedes pasar a la historia como momia o como uno de los tantos espíritus que nos rodean y nos observan.

Me cuenta uno de los sepultureros y cuidador del Panteón Santa Paula, cómo es común ver espectros horribles, almas en pena, almas contentas, fantasmas de niños, mujeres, hombres e incluso de mascotas en el lugar. Me dice que una de las más tristes y escalofriantes es donde la protagonista es una jovencita de 18 años. “Cuando uno ya está por cerrar el camposanto para dar descanso a los fieles difuntos, siempre debe de revisar cada espacio del panteón para evitar que vagos sin hogar o alguno que otro doliente se quede a los pies de la tumba o gaveta mitigando el dolor de la pérdida”. Él y sus compañeros se dan a la tarea de sacarlos amablemente para poder, tanto ellos como los muertitos, descansar del trajín del día. Una de esas noches en que en verdad el cansancio lo apremiaba, se disponía a cerrar ya el portón de forja, límite de los vivos y muertos, cuando de reojo ve cómo una jovencita se desplaza con premura para la parte de abajo donde están los árboles; cansado y enojado, pensó en que debía de ser una de las tantas brujas que llevan sus hechizos a las tumbas para que los muertos los resguarde, porque ¡ah cómo hay de brujas en Guanajuato…! En el colmo del cansancio baja casi corriendo y la ve cerca de una de las gavetas llorando desconsolada, él, al verla, se contiene en su cansancio y enojo, y no atina a otra cosa que a tratar de saber quién es y consolarla como pueda. Se acerca a ella, y ve la hermosura de la chica: sus ojos grandes y marrones bañados en lágrimas, su piel canela, su pelo largo, lacio, sus labios rosados…pasmado por la belleza de ella, se decide y  le pregunta, ella sólo le dice que le dé un minuto y que en verdad ella quiere salir de allí, que le dé tiempo, que le dé tiempo…el joven, al verla en su sufrir, sólo se retira hacia las tumbas de los niños –más abajo—para darle tiempo a que llore su desconsuelo. Se entretiene y a los diez minutos regresa decidido a ya sacarla del panteón. Para su sorpresa, la joven ya no estaba. “Mañana será otro día”, piensa, y cierra el panteón para dar paso al velador e irse a descansar.

Al día siguiente, estaba en sus tareas cotidianas cuando ve a una señora joven y a una niña, muy parecida a la chica del día anterior, de inmediato se acerca y le pregunta por la joven, preocupado por la pena que le embargaba y lloraba desconsolada. Extrañada la señora le dice que de quién habla, que de familia son sólo ella y la niña. El cuidador le dice que ayer por la noche estaba una jovencita que lloraba en esa gaveta, y la señala, en ese instante el joven ve el retrato que está en la pared de la tumba y ve que es la misma muchacha que lloraba desconsolada ayer. A la vez, escucha las palabras de la señora que le dice que ella era su hija que murió en un accidente hace tres años, pero las escucha muy muy lejos porque no puede con el terror y se desmaya.

Minutos más tarde, se despierta y ve que a su lado están todos preocupados en espera de su recuperación, pero al incorporarse, ve, a lo lejos, cómo la joven, ella, sí ella, lo mira con agradecimiento de haberla dejado llorar su propia muerte y ve cómo se mete en su gaveta para no salir jamás.

El sepulturero y cuidador, desde ese día, sabe que no siempre estamos rodeados de vivos, a veces cree que en verdad los más que vemos son espíritus de nuestros muertos guanajuatenses que se arraigan a esta tierra como la muerte misma, como la tierra de sus amores. De hecho la canción himno de esta ciudad así la describe como: “tierra de mis amores” ¿quieres escucharla? ven, escúchala de los labios de nuestros difuntos. Te invitamos todos, vivos y muertos. Ven, lee y anda Guanajuato.