Ecos de Mi Onda

Apocalipsis ¿ahora?

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¿Qué pasa cuando llegas al fin del mundo? A veces encuentras una fiesta. Esta fiesta lleva mucho tiempo. Hay música, luces, gente bebiendo y bailando. Cosas extrañas suceden en estas fiestas. Después de todo, es el fin del mundo. 

Kelly Link (1969) en Las cosas más extrañas pasan.

El fin del mundo es una idea que ha ocupado la mente de los seres humanos, tal vez considerando que muchas de las cosas que experimentamos durante nuestra vida, tienen un principio, un desarrollo, un proceso de caducidad y un fin. Eso lo vemos en las personas cercanas con las que convivimos, que luego fallecen y entonces sólo quedan los recuerdos que se van desvaneciendo a través del tiempo; pero la idea del fin ahí está, siempre cerca, asomándose en nuestro caminar, en los medios de comunicación, en los sermones dominicales, en las cavilaciones filosóficas que luego nos asaltan, en los diálogos con los amigos, en los libros de historia, en las clases de ciencias naturales, siempre rondando, siempre.

Claro que hay quien hace de este tema una especie de modus vivendi con raíces religiosas, que les impulsa a pregonar el fin de los tiempos y ordenar toda una especie de protocolo, para superar una etapa de agitación violenta y salir inerme de ella, revestidos de una luminosidad propia de la membresía que tuvo la disposición de seguir los pasos indicados para salvarse y a continuación dar el salto a una nueva forma de vida llena de felicidad y bienestar compartida. Es pues el retorno a la inocencia, al jardín del Edén del cual Adán y Eva fueron expulsados por atreverse a comer del fruto de la ciencia del bien y del mal.

Sin embargo, la historia nos permite ver que a través de los siglos y milenios han ocurrido fenómenos que destruyeron formas de vida conocidas, en algunos casos de magnitudes globales, como el impacto del meteorito que hipotéticamente fue la causa de la extinción de los llamados dinosaurios y que dejó características geológicas peculiares en la península de Yucatán. En otras ocasiones han sido fenómenos intensos localizados en regiones importantes, las cuales han dado pie a narraciones extraordinarias de diversas culturas desde el inicio de la historia, como el Diluvio Universal, en el que Noé recibió la notificación divina de juntar un par, hembra y macho, de todos los animales de la Tierra y subirlos a un arca enorme en la que se salvarían de la terrible inundación, provocada por el nivel de maldad que se observaba en el género humano en aquellos tiempos y dar inicio a una época con una nueva oportunidad de supervivencia a través de la recuperación de los valores que conducen al bien.

Y así, los seres humanos a través de los tiempos nunca han dejado de padecer cataclismos, desgracias y siniestros, en forma de explosiones volcánicas, meteoritos, epidemias catastróficas, cruentas guerras prolongadas, sequías y hambrunas indescriptibles, los jinetes del apocalipsis cabalgando en la historia con sus secuelas, cicatrices que recuerdan la fragilidad humana ante las contingencias propias de la vida misma y la idea de que el mal comportamiento conduce inexorablemente hacia condiciones propicias al desarrollo de calamidades de terribles consecuencias.

Una de las últimas predicciones sobre el fin del mundo fue impulsada por los llamados mayas galácticos, que sostenían que, con base en conocimientos de la civilización maya, el mundo sufriría una catástrofe de dimensiones colosales que llevaría al fin del mundo, exactamente el día 21 de diciembre del 2012, sugiriendo colisiones con un cuerpo celeste de enormes proporciones o quizás un período de actividad solar fuera de lo normal, entre otras posibilidades. Otros grupos expresaban que se trataba no de un fin material de la Tierra, sino de un cambio positivo hacia una nueva espiritualidad que traería la paz al mundo convulsionado.

Este tipo de creencias subyacen en el conjunto de cualidades de carácter espiritual y material, que caracterizan a un determinado grupo social y que, surgidas racionalmente, se manifiestan a través del arte, tradiciones, valores, conducta individual y social, es decir, la cultura humana, proyecto dinámico y consciente mediante el cual los seres humanos buscamos nuestra posición en el universo, el significado de nuestra propia vida, el impulso creativo para tratar de trascender continuamente en el tiempo.

Son las formas de vida individual y social las que de pronto de forma consciente o inconsciente, siguen patrones que se desvían inexplicablemente de las estructuras reflexivas por circunstancias de diversa índole, y que gradualmente condensan en actuaciones contradictorias. Por ejemplo, integrarse en grupos humanos que acatan la voluntad de un líder, convencidos de que las directrices que impone son correctas, a pesar de que hasta con un análisis sencillo se observe que no cumplen un nivel mínimo de coherencia. Son conciencias enajenadas por la fascinación de un futuro trascendente en lo material o espiritual, que provoca que esos grupos sientan pertenecer a una élite destinada a estacionarse en niveles de superioridad sobre sus congéneres. Hitler y la Segunda Guerra Mundial hablan claramente de una situación de este tipo.

Sin embargo, la enajenación colectiva puede tener rasgos mucho más sutiles y de largo plazo. A quienes pertenecemos ya a la llamada tercera edad, en la juventud, y en plena guerra fría, se nos enviaban señales sugerentes sobre futuros promisorios materialistas, fundamentados en el desarrollo científico y tecnológico del que se vanagloriaban en encabezar tanto las dirigencias afines al concepto marxista-comunista, como al capitalista, prometiéndonos en ambos casos paraísos fantásticos tanto para el proletariado, como para el ciudadano liberal, en los que precisamente la tecnología, con la automatización de los medios de producción de todo tipo de bienes y servicios, permitiría que los seres humanos nos desocupáramos de las responsabilidades productivas, para dedicarnos al cultivo físico-espiritual y a gozar de las bondades del ocio. Esa idea utópica se desvaneció en pocos años, con las luces de la enajenación inducida en los modelos económicos y sociales, basados en la ansiedad de acumular propiedades de todo tipo, con un sentimiento de insatisfacción que impide disfrutar lo que se tiene, dominados por la imperiosa necesidad de adquirir lo nuevo que no se tiene, en una carrera loca, frenética, que parece conducir al colapso, a un apocalipsis, al fin de los tiempos.

En la cultura contemporánea no se es nadie si no se tiene auto nuevo, celular de última generación con todas las aplicaciones habidas y por haber, equipo de cómputo, televisor de pantalla plana LCD, videojuegos, ropa de marca, entre muchos otros artículos cotidianos imprescindibles para demostrar un estatus socioeconómico respetable, y todo mundo hace grandes esfuerzos por tratar de acercarse a esos niveles, o quizás a los que se alcanzan mediante los artículos llamados piratas, que simulan la calidad de marca a precios mucho más accesibles. En casos extremos, las necesidades creadas requieren ajustar la apariencia misma con cirugías reconstructivas que afilan la nariz, abultan los labios, agrandan los senos, reducen la cintura, levantan las pompas, o incluso, si se considera necesario, se cambia de sexo, todo sea por evitar el sufrimiento que ocasiona tener que meditar, para lograr aquello sobre lo que los seres humanos solíamos basar el desarrollo de nuestro carácter y personalidad, tratar de conocer nuestras debilidades y fortalezas, para sentir la satisfacción de ser nosotros mismos.

El 18 de enero de 2019 tuvo lugar la explosión de un ducto de PEMEX en Tlahuelilpan, estado de Hidalgo, en el que una muchedumbre trataba de llenar cubetas de gasolina de una toma ilegal ¿Qué impulso puede llevar a cientos de personas a bañarse literalmente en gasolina, sin reflexionar sobre el enorme riesgo potencial de ser encendidos espontáneamente por una chispa? Seguramente todos los presentes no ignoraban que estaban en contacto directo con líquido y vapor inflamables, pero aun así se mantenían en el acto irracional de empaparse, como cumpliendo un rito orgiástico fatalista. La chispa se dio y tuvo lugar una trágica explosión que acabó con la vida de 135 seres humanos, que se afanaban por recoger unos cuantos litros de gasolina, la oportunidad que brindaba una mortífera toma clandestina.

Con matices diferentes, pero de forma análoga, millones de persona en el mundo danzan a su vez, en el ritual orgiástico de quema de combustibles fósiles en autos, cocinas, plantas eléctricas, plantas industriales diversas, produciendo toneladas de bióxido de carbono y toda una serie de otros gases tóxicos que van a parar a la atmósfera saturada, todos los días, sin parar un segundo; participando en la tala criminal de árboles, que paradójicamente tiene entre sus bondades precisamente la de consumir bióxido de carbono; en el consumo disparatado de inútiles artículos desechables de plástico, que van a parar a coladeras, a los ríos, a los mares, contaminando suelos y aguas sin ningún pudor; desechando cantidades descomunales de corrientes residuales contaminadas con metales pesados y otros materiales peligrosos, sin ningún tipo de escrúpulos ¿Qué impulso puede llevar a millones de personas a aceptar estos hechos con naturalidad, sin reflexionar sobre el enorme riesgo potencial de la degradación acelerada del medio ambiente, que conduce hacia condiciones francamente nocivas para la humanidad?

Las evidencias del calentamiento global y del cambio climático están a la vista ¿Apocalipsis ahora? Podemos hablar de nuevos signos del fin de los tiempos, teniendo como factor peculiar inédito, la mano misma del ser humano en la generación de los riesgos para su propia destrucción. Hasta ahora se puede considerar lógicamente, que el ser humano no puede destruir al planeta, pero sí puede acelerar su propia desaparición, junto con la cultura de muerte confundida por desgracia con el espejismo de una civilización progresista, pero la Tierra, la madre Tierra, en ausencia del hombre, se regeneraría con pasmosa facilidad.

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer ciclo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía… Entonces el que estaba sentado en el trono dijo “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas” (Apocalipsis21,1-5)