Había sido un par de días monótonos que reafirmaron su creencia en la reencarnación: era todo tan aburrido que parecía imposible que fuera la primera vez que lo experimentaba.
Colson Whitehead, escritor estadounidense
Camino de regreso a casa, envuelto por la luminosidad de la luna llena que se filtraba por las nubes grisáceas precipitando gotitas de rocío, se ocupaba en remover la maleza que en tramos se hacía espesa y estorbaba el camino. Era un trayecto de media hora caminando en una vereda que conducía desde la carpintería instalada en el pequeño poblado, hasta su casa en las laderas del monte despoblado. La soledad pesaba como rueda de molino jalada por las mulas machacando las piñas de mezcal cocido, pero hacía apurar el paso para tomarse un cafecito muy caliente con piquete y alborotar la cabeza divagando entre retales de recuerdos, mariposas impacientes que trataba de espantar para que no terminaran de recobrar la memoria que luego le daba por construir escenarios en los sueños, que lastimaban por el realismo que casi lo arañaba, como si fuera un moroso sufrimiento en las dimensiones de otra vida.

Ella lo había abandonado por otro sujeto que afortunadamente nunca conoció, pero que tomaba miles de rostros, complexiones y temperamentos en las nubes de los celos que a diario lo envolvían y no se diga en los sueños, era por eso que siempre trataba de evitarlos con el grato alboroto del alcohol. Doce años de entregarle la vida y sólo una lacónica nota en el buró, con una absurda solicitud de perdón por ya no soportarlo. Llegó a pensar que era una broma pero nunca volvió ¿Qué hizo pues mal? No le deseaba sufrimiento, pero a veces se le resbalaban en la mente breves lapsos morbosos viéndola sufrir el abandono del amor sustituto y gozar el desplante de rechazarla al pedirle perdón de rodillas.
Por las mañanas, saliendo de casa rumbo a la carpintería buscaba tréboles de cuatro hojas entre la maleza, donde crecían en abundancia como mala hierba con tallos hasta de medio metro y bastaba remover la espesura para dar fácilmente con uno, lo arrancaba y lo desmenuzaba entre los dedos y lo arrojaba de nuevo hacia la hierba como signo paradójico de sus infortunios. Su trabajo era apreciado, desde mesitas sencillas hasta muebles con molduras de maderas finas, pues si bien era lento y trabajaba solo, la gente lo sabía y aceptaba los largos plazos de espera, que cumplía con seriedad y a precios moderados, justos. Nunca se involucraba en discusiones sobre política o religión, no gustaba de participar en grupos sociales y detestaba llegar a ser víctima de burlas, o incluso agresiones, debido a la infidelidad de su mujer.
No podía fingir ser devoto en medio de la amarga realidad, olvidó que le gustaba bailar y reír, mirar al cielo oscuro en busca de estrellas fugaces, considerando que no había en el mundo sufrimiento mayor que el suyo, la soledad era un claustro protector del que estaba orgulloso, en el que aplacaba los placeres ordinarios que le fueron cortados de tajo en una tarde de ya hacía no sé cuántos años, llegando cansado a casa después del arduo trabajo.
Fueron párrafos que leía en voz alta para tratar de entender los conceptos en la cabalidad de su extensión, la reencarnación era probablemente la causa de la desventura, su samsara, un retroceso por el juicio adverso del karma, malas acciones en una vida pasada, pero ¿cómo creer en eso? Trató de concentrarse en busca de pistas sin ninguna respuesta, le resultó imposible pensar en hechos de su etapa de lactancia y por consiguiente inconcebible hurgar en recuerdos anteriores a su nacimiento, eso no era juicioso, era más bien una locura. Le parecía algo inútil, pues se preguntaba qué caso tenía haber vivido una supuesta vida anterior si no se recordaba absolutamente nada, como para efectivamente corregir errores de las vidas pasadas o sentirse satisfecho de haber superado un peldaño llegando a un nivel superior. Sin embargo la idea estaba sembrada ¿Por qué no pensar en una infelicidad kármica que le proporcionara un planteamiento esperanzador para encauzar esa vida desdichada que llevaba?
En un viaje a la ciudad para comprar materiales de trabajo y sin tener una razón explicable para ello, se encaminó decidido a la hemeroteca y buscó si existía alguna noticia del aparatoso accidente en carretera que había sufrido hacía cinco años, justo antes del penoso episodio de la huida de su mujer, pues concluyó que después de dejar el hospital, jamás sintió curiosidad de conocer detalles sobre el suceso. Tenía una idea aproximada del día del percance, así que reunió los periódicos más importantes alrededor de la fecha que recordaba y empezó a revisar con cuidado la nota roja.
Quedó petrificado cuando leyó la breve crónica, él ¿él? Había fallecido en el choque frontal del auto compacto con el tráiler. Parecía una broma macabra, o ¿un error?, revisó los otros tres periódicos y el contenido resultó ser el mismo en lo esencial ¿Quién era entonces? ¿Ya no era el que era? ¿Era la misma persona o tal vez otra? No obstante sentía que seguía siendo él continuando el hilo de su propia vida, tenía recuerdos de la infancia, de la juventud, del accidente, de su trabajo… Pero, leyó otra vez meticuloso, el nombre, el lugar, el coche, los detalles, todo correspondía, pero tuvo un sobresalto cuando leyó entre dientes, el conocido joyero. No, él no sabía nada de joyería, incluso sentía cierta animadversión sobre lo ostentoso de las joyas.
Esa noche no pudo ingerir alcohol y se removía intranquilo en el lecho, semidormido se sucedían las escenas inconexas buscando conexión, el cuerpo destrozado a la orilla de la carretera, un grupo de indígenas circunstancialmente cercanos al lugar tratan de auxiliarlo, no tiene ya vida, oran por su alma, hacen limpias en el área. Es muy noche, falta poco para el alba y va de regreso a casa, el cansancio lo hace dormitar por fragmentos de segundo que derivan en una desviación fatal. ¡No! forzando la memoria recuerda que al despertar en el hospital, su mujer le platicó la gravedad del accidente del cual logró salvarse de milagro ¿Cuál es la realidad? Fueron más de dos meses de recuperación y lentamente logró retornar a la carpintería, en la que lo esperaba una gran cantidad de trabajo acumulado, regresaba cansado por la noche y casi sin atender a la mujer cenaba cualquier cosa y se quedaba dormido en el sofá de la sala ¿De qué se trata cuando hablan de joyería?
La miraba con insistencia en el tren regresando a la ciudad, hasta pensó que podía haberla importunado, idea que se desvaneció al casi estar seguro de que al cruzarse las miradas, ella le había dispensado una ligera sonrisa. Supo que había sido contratada para trabajar en la oficina administrativa de la importante empresa del lugar y luego la llegó a encontrar varias veces en el jardín, pero tardó mucho tiempo en atreverse a entablar una conversación, si bien tenía la sensación de que ya la conocía, de las respuestas que le iba a dar a sus preguntas, de los ademanes en medio de las conversaciones. ¿Déjà vu? ¿Otra vida? Luego sobrevino un vacío de soledad inextinguible, inexplicable.
Quedó prendado de ella, de su sedosa cabellera trigueña, tez blanca, rostro aparentemente severo que con facilidad se iluminaba como el cielo del mediodía cuando sus labios sonreían y se encendían sus ojitos verde oscuros. Se adivinaban los pensamientos, se aceptaban mutuamente los acercamientos, engarces de rubíes y esmeraldas, petición de boda, anillo de compromiso especialmente diseñado y elaborado por sus manos expertas, los arreglos de la boda, los sí como respuesta, la magia de los amaneceres entrelazados.
¿Por qué todo se vuelve una rutina sin importar que se cuente con todos los ingredientes de la receta? Siempre pensando que había algo apremiante por hacer. Si se detenía por algún motivo consideraba que estaba perdiendo el tiempo, aun cuando bien sabía que no existía algún pendiente de relevancia inmediata por hacer, pero no cesaba esa zozobra extraña e impertinente que le erosionaba la vida. De forma incomprensible se fue perdiendo la magia y ella languidecía ante esa indiferente presencia.
Venía de regreso de la población cercana, había dejado a la amante (que escapaba de su marido carpintero) en la central de autobuses, con un boleto para la capital, en donde se reunirían en un par de días, así como con la llave de la casa que pronto ocuparían felices y despreocupados de las tragedias que provocaban con el egoísmo de la pasión desatada. Ya había trasladado todos los dispositivos y materiales del taller de joyería y solamente faltaba el trago amargo de confesarle a su mujer que había decidido abandonarla, pero la cobardía lo hizo regresar a una cantina en la carretera para, según él, darse valor con unos tragos. Salió envalentonado dando traspiés y se subió al coche para encaminarse hacia la muerte.
Confundido en las extrañas ensoñaciones de pesadilla, no acertaba a comprender si era él mismo, o si era otro, o si él y el otro eran el mismo, viviendo el descarrillado karma de una transmigración circulante.
Instant Karma’s gonna get you, gonna knock you right on the head. You better get yourself together, pretty soon you’re gonna be dead (Instant Karma, John Lennon)