El Laberinto

Pánico escénico

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Hasta bastante entrada en la adultez, no me gustaba ser el foco de atención, desde los festejos de cumpleaños, donde no sabía exactamente qué hacer mientras cantaban “Las mañanitas”, al grado de tomarla contra el pobre y suculento pastel durante mucho tiempo, hasta las exposiciones en la secundaria y la ponencias en la universidad, donde a pesar de prepararme y medir los tiempos siempre terminaba haciéndolo a toda velocidad para quitarme la horrenda sensación de estar siendo observada y calificada y de estar en un sauna, porque ¡cómo da calor la vergüenza!

Este temor, que por suerte no llegaba a ser glosofobia, que ahí ya sería una cosa cosa grave como para tomar terapia, lo tuve que domar cuando se me exigió, como parte de mi trabajo, dar talleres en escuelas frente a terribles adolescentes  rebeldes, el público más complejo que he tenido y me di cuenta de que entre más lo disfrutaba mejor salía. También aprendí bastante sobre la autoburla y su tremenda utilidad para levantarse de un tropiezo o cubrir  carencias, es decir, era mejor decirles que dibujaba como un niño torpe y hacer del descifrado de mis esquemas una actividad dentro de las exposiciones, que  tratar de ir más allá de mis habilidades y sufrir por ello.

Sobre la marcha me fui dando cuenta de dos cosas: que el peor juez de una persona ansiosa es ella misma y que la mayoría de los observadores ni siquiera notan los errores y que de los  músicos, actores, maestros y demás personas a las que considero admirables se ponen igual de nerviosos antes de comenzar y que esa sensación, que me era incómoda, es para ellos la cosquilla que los avienta hacia adelante y que le da significado a sus actividades, finalmente el no ponerse nervioso es interpretado por muchos como no darle importancia a lo que se está haciendo y así ¿qué sentido tiene hacerlo?.

Hay que hacer aquí algunas distinciones, estar frente a un público sea éste del tamaño o la cercanía que sea, es algo que a todos nos toca hacer aunque sea una vez en la vida, ya sea en la primera comunión o en la pista de baile y entonces aquí hay que pensar primero si el exponerse es el fin mismo de la acción como en el caso de los artistas; un medio para conseguir algo como los talleres que daba cuyo fin real era prevenir conductas nocivas  o un efecto colateral como bailar en un sitio público. Pensar en esto ayuda bastante a controlar el nervio, si lo haces para que te vean mostrarte con gusto, si es para algo más enfocarse en el fin y si es un colateral intentar olvidarlo y centrarse en la actividad importante.

Lo grandioso aquí es que somos un ser completo y al mover o aprender algo nuevo esto repercute en toda nuestra persona, al perder mi miedo no solo fui siendo capaz de pararme frente a un grupo, si no de disfrutar infinitamente el bailar como me diera la gana, el estar en los karaokes, conocer gente extraña, vestirme con más soltura e incluso pedir otros empleos con mucho descaro y aire burlón. Incluso ahora me fascina el pastel, dulce recompensa por unos minutos de bochorno.