El Hilo de Ariadna

San Sebastián y el cenotafio de los héroes

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A lo largo de la geografía nacional, se constata que en cada uno de los pueblos y ciudades de México hay rincones que guardan sorpresas ocultas. Y Guanajuato, con su ya larga historia, no es ninguna excepción, un sitio en el que se pueden encontrar detalles, datos relevantes, sitios de belleza poco conocida o misterios legendarios.

El sobrio interior del templo dedicado a San Sebastián ©Benjamín Segoviano

Los templos suelen ser, particularmente, fuente de hallazgos inesperados, debido a su arquitectura, su antigüedad o su importancia histórica. Uno de ellos, dedicado a San Sebastián, localizado en la calle del mismo nombre, cerca de del Jardín Embajadoras, posee un entorno que le da un singular atractivo, donde además existe un recoveco que liga el sitio a la gesta de Independencia que celebramos por estos días.

Pero vayamos por partes…

Como todos sabemos, la lucha por liberar al territorio nacional de la dependencia de España inició formalmente con el famoso “Grito” que Hidalgo dio en Dolores, una vez que se descubrió la conspiración organizada en Querétaro por un grupo de criollos, inconformes con la situación que se vivía en lo que entonces era la Nueva España.

El 16 de septiembre de 1810, ese puñado de valientes, al frente de una multitud mal armada pero llena de entusiasmo guerrero, inició su desafío, pero no al imperio hispano, sino a quien en esos momentos lo gobernaba: José Bonaparte, que había sido colocado en el poder por los ambiciosos sueños de su hermano mayor, el famoso Napoleón.

Cenotafio donde reposaron las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez ©Benjamín Segoviano

Si nos apegamos a versiones históricas dignas de crédito, Hidalgo, Allende y los otros cabecillas no pretendían, al menos en un principio, liberarse de la corona española, sino impedir que el imperialismo francés impusiera sus normas por estos lares. Por eso, entre las proclamas que Hidalgo lanzó esa madrugada, en el atrio de la parroquia de Dolores, estuvo la de “Viva Fernando VII”, en alusión al rey español derrocado por los galos.

El caso es que la multitud, impregnada de una fe ciega en la victoria, se lanzó  con determinación en pos de su objetivo: combatir a los españoles que, llegados de Europa, mantenían en sus manos todo tipo de privilegios, sin que importara si el rey era su paisano o había llegado de Francia. Así, luego de más o menos organizarse, los a partir de entonces llamados “insurgentes” atacaron Guanajuato, por entonces una de las ciudades más ricas de México.

La victoria lograda en la Alhóndiga de Granaditas fue el primer gran éxito rebelde, y también la primera muestra de salvajismo: incapaces de contener su furia, Hidalgo, Allende, Aldama y los otros jefes vieron cómo los combatientes improvisados pasaron por las armas a todos los españoles que se habían refugiado en Granaditas, una vez que el mítico “Pípila” logró quemar la puerta, sin que importara edad ni género.

Lo malo es que esa hazaña tuvo también como efecto despertar al monstruo. Esa vez la piedra de David no logró abatir a Goliat, sino apenas descalabrarlo. Y hacerlo enojar. Todavía el vuelo que llevaban alcanzó a los bisoños soldados de la lucha insurgente a ganar otras batallas, entre ellas la del Monte de las Cruces, a un paso de la Ciudad de México. ¿Por qué Hidalgo no tomó la capital de la colonia, como proponía Allende? Es uno de los misterios de nuestra historia patria. Quizá Don Miguel no le vio ninguna importancia estratégica, o tal vez eso no coincidía con sus planes, pero probablemente la verdad sea más prosaica: se dio cuenta de que desafiar a las autoridades virreinales iba a causar una reacción furibunda y decidió, sabiamente, desde mi punto de vista, ir hacia el norte para conseguir más hombres, recursos y el apoyo de Estados Unidos.

Sin embargo, ya los realistas habían puesto en marcha su maquinaria militar para aplastar el movimiento, y además le encargaron la misión a un hombre odiado, pero sumamente capaz: Félix Ma. Calleja. Y no quedó mal, pues persiguió al ejército rebelde y le propinó severas derrotas en Aculco (Estado de México) y Puente de Calderón (Jalisco), además de recuperar Guanajuato.

La sangrienta represalia

Los jefes insurgentes y las tropas que les quedaban se encaminaron hacia su objetivo, la frontera con EE. UU. Fue necesaria una traición para poder capturarlos. Ignacio Elizondo, haciéndose pasar por simpatizante de la rebelión, logró arrestarlos en Acatita de Baján (Coahuila) y los entregó a las autoridades coloniales.


Tumbas y cenotafios rodean el jardín y el templo ©Benjamín Segoviano

La venganza del gobierno virreinal fue brutal: Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron fusilados, sus cabezas fueron cortadas y se colgaron de cada una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, como macabra advertencia de que no habría compasión ante cualquier acto de rebeldía.

Y aquí entra el templo de San Sebastián a la historia. Luego de 11 años y 11 días de lucha, la Independencia fue pactada entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. Las cabezas de los iniciadores, que para entonces seguramente sólo eran cráneos, fueron bajados, sacados de sus jaulas y colocados en una urna dentro del panteón de esa iglesia, donde permanecieron hasta el 31 de agosto de 1823, según reza una placa en el muro exterior.

Esa urna, ahora convertido en cenotafio (tumba vacía o monumento funerario sin restos), hoy puede ser vista en una de las esquinas exteriores del templo. No es el único detalle digno de admirar en ese lugar. El antiguo panteón (el templo fue construido en 1782), donde fueron enterradas muchas de las víctimas de una epidemia de cólera, fue clausurado en 1861, pero hoy está convertido en un hermoso jardín rodeado de más tumbas y cenotafios.

Ofrece un corto, pero interesante recorrido que invita a la paz y la reflexión en pleno centro de la ciudad. Lo malo es que no permanece abierto todo el día, sino sólo en las horas previas y posteriores a las misas que allí se celebran, que no son muchas. Me parece que las autoridades deberían tomar cartas en el asunto y darle mayor promoción, no sólo como atractivo turístico, sino como lección de historia.