Histomagia

Invocación

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 “A veces, en esta vida tienes que jugártela para poder tener el dinero de los muertos”, eso le dijo un familiar a mi amigo Zamora, antes de escuchar su macabro relato.

Jesús Zamora es un buen amigo nacido en la ciudad de León, Guanajuato. Me cuenta que cuando era niño y había fiestas familiares siempre jugaba en una de sus propiedades. No eran ricos, pero lograban vivir al día con lo que lograban ganar trabajando honradamente. Sin embargo, como en toda familia, no todos tenían ni las mismas necesidades ni las mismas penurias monetarias, por lo que, uno de sus tíos, desesperado por la precaria situación económica vivida en esos días, y enterado por alguien de malas mañas de que si se le invocaba al demonio, el de cuernos le daría lo que quisiera por su alma, se dispuso a llamar a ese ser innombrable con el fin de salir ya de su desespero, y sin pensar en nada más que en salir de su situación, esa misma noche se involucró en uno de los momentos más amargos de su vida.

Zamora hace una pausa en su relato, y me dice que esto nunca nadie lo había contado, de hecho, especifica que el tío en cuestión, ahora ya fallecido, les hizo jurar a sus familiares que no se contara esta historia mientras viviera, y así se hizo; mi amigo me la cuenta al poco tiempo del fallecimiento de su familiar.

Pues bien, me relata mi amigo que su tío, determinado con su plan, se había asesorado con los que saben de estas cosas mágicas de cómo se podía comunicar con los seres de bajo astral: debía comprar una medalla de San Benito, bendecirla y cuando hiciese la invocación, ponérsela debajo de la lengua para poder hablar con ellos y saber qué es todo lo que desean de ese simple mortal. Le advirtieron que, en el proceso de comunicación, su hablar sería lento, muy lento, y que, cualquier cosa que viera, oyera o sintiera, no interrumpiera, que ese ser le diría dónde estaba el dinero que él con desesperación buscaba.

Así que esa noche de angustia llegó al lugar indicado para invocar al señor de las tinieblas, el miedo lo hacía presa, pero su desesperación de estar sin un céntimo y el tener a su familia que mantener, “bien valdrían su sacrificio”, pensó. Arrodillado, cerca del lugar donde le dijeron que se aparecía el chamuco, y con una vela encendida, el señor rompió el silencio de la noche con gritos tan fuertes y guturales que lograban aterrorizar a cualquiera, lo llamó, y lo llamó… no pasó nada. El viento frío le pegaba en el rostro, el cantar de los grillos fue su respuesta y la vela se quedó inmóvil. Nada. Casi al punto de la desesperación, el tío, pensó en hacer otro intento, pero con la certeza de que esta vez sí se apareciera el ángel caído. En esas cavilaciones estaba, cuando la vela comenzó a danzar de manera extraña, pareciera que la flama levitara, comenzó a temblar la tierra que se abrió y un fuerte olor a azufre salió de las profundidades, el tío no daba crédito a lo que veía, y fue entonces que se acordó de la medalla de San Benito, habría que ponérsela debajo de la lengua ya, la sacó, la colocó y entonces lo vio: de la nada apareció un ser enorme, semihumano color rojo, con un rostro horrible, indescriptible, de manos con garras, y patas de cabra, dando un alarido rugido que cimbró de pies a cabeza al tío quien a boca jarro le preguntó si podía ayudarlo a salir de su pobreza, el ser innombrable le contestó que sí, que él en vida se había portado muy mal, que su calvario era el estar en los infiernos, que si él se comprometía sacar sus huesos de ese lugar y darles cristiana sepultura con una misa, le daría el dinero para que dejara sus penurias mortales. El tío se comprometió a hacerlo, y temblando de miedo, miró a los ojos a este ser que en segundos se hizo pequeñito y se esfumó.

A la mañana siguiente, el tío se abocó a realizar todos los trámites legales necesarios para poder sacar los restos de la propiedad que en ese entonces ya era de otra familia, exhumó los restos, le mandó decir una misa, se vio en figurillas para hacer todos los trámites, pero él tenía la fe que el ser demoníaco humanoide -porque no fue el mismo diablo que se le apareció sino un humano venido a menos por su maldad en la tierra cuando estaba vivo-, le daría el dinero que tanto necesitaba; por ello,  cuando hubo terminado su labor, esa noche, se dirigió al lugar de la invocación, y esperó, la zanja estaba ahí, en la oscuridad profunda intentaba ver si ese ser se manifestaría de nuevo, pero no fue así, por lo que se asomó a la zanja y ahí estaban: en la zanja donde había aparecido el muerto con forma demoníaca, se encontró dos enormes cántaros de barro llenos de monedas de oro llamados centenarios. Fue su pago por sacar a ese infeliz del infierno.

No hace falta decir que, desde ese momento, las penurias económicas de su familia terminaron, se volvió próspero y logró incluso hacer crecer ese legado que obtuvo de las manos muertas demoníacas que Zamora jura fue a recogerlo el día que falleció, pues todo tiene un precio, tal vez el tío ocupó el lugar de su rescatado en los infiernos. La verdad yo espero que el tío se encuentre bien y que Dios le haya perdonado el haber quebrantado las leyes de comunicación con los muertos, pues logró encaminar una de las tantas almas perdidas al cielo. ¿Quieres conocer el lugar donde encontró los centenarios? ven, lee y anda Guanajuato.