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Te llama…

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Las voces que salen del río son las voces que llaman a tu muerte, por eso eres tú quien los oye…te llaman… dicen los que saben que esos seres vienen por ti y si no los escuchas, se llevan a alguien de tu familia…

Guanajuato es una ciudad de voces. El barullo estudiantil y turístico que la ciudad vive día con día, así como las voces de los ciudadanos de aquí, impregnan el ambiente de tal manera que el silencio, cuando aparece, es sospechoso, porque siempre ese silencio tiene algo que decir: acalla esas voces, para que no las oigas que vienen por ti, eso ocurre en la ciudad, sin embargo, como me cuenta Juan, mi alumno, en el campo y las comunidades circunvecinas, se escuchan clarito, clarito, y sabes cuándo es que el llamado de esos seres incorpóreos te llama a ti y te toca morir.

Me cuenta Juan que una de las noches en que estaba en una de las fiestas del pueblo, decidió pedirle permiso a sus papás para regresarse solo a su casa, pues el huateque aún no terminaba, y él, ya cansado, sólo pensaba en llegar a su casa rápidamente y dormir todo lo que restaba del fin de semana. Sus padres, entrados en la plática y en el festín, decidieron dejarlo ir a la casa, pero sólo con una advertencia: “no pases por el río, y el camino que tomes, no escuches las voces ni voltees a ver quién te llama”, Juan, con la premura de su cansancio y con tal de que lo dejaran ir, les dijo que sí y rápidamente se escabulló entre la gente, saliendo directo al camino que daba al río. Como todo adolescente, mi alumno decidió tomar ese camino prohibido, estaba muy cansado como para rodear toda la comunidad para llegar a su casa, además todos estaban en la fiesta, así que nadie lo molestaría, quién le iba a hablar, obvio que nadie.

Juan caminada con prisa, tenía tanto sueño que sólo pensaba en ya llegar a su cama, incluso casi se le cerraban los ojos de sueño, fue entonces que decidió cruzar el río seco que le abriría el camino cercano a su casa, y sin pensarlo lo tomó, la arena estaba húmeda –le extrañó-, por lo que con solo unos pasos comenzó a hundirse en el lecho del río y fue necesario dar pasos más cuidadosos y amplios, así que a zancadas fue como pudo avanzar ese trecho. Tan concentrado estaba en no hundirse, que no alcanzó a escuchar unos pasos acuosos que lo seguían, hasta que sintió que algo o alguien caminada a iguales pasos a sus espaldas. Confiado en que era alguno de sus hermanos que querían hacerle una broma, él siguió andando, pues si les hacía caso tendría que pelear como siempre para que lo dejaran en paz. Juan caminó mucho más rápido, hasta que sintió que lo que le seguía no eran sus hermanos, ese ser estaba más alto que ellos y que él mismo, de hecho, Juan sentía el aliento de eso en su nuca, quiso correr pero no pudo, el ser se quedó parado justo detrás de él, se oía su respirar afanoso, como jadeos que terminaban en un ronco ruido, Juan decidió hacerle caso a sus padres y no volteó a ver a ese ser inefable. El miedo de mi alumno, a estas alturas, era indescriptible, pues aunado al sonido que emitía, el ser emanaba un olor ocre, rancio, fétido como si su cuerpo estuviera podrido, descompuesto. Juan juntó todas sus fuerzas y, pese a lo arenoso del río, corrió tan rápido como su voluntad pudo, ese ser se quedó ahí, como si tuviera prohibido salir, Juan en el camino rezaba para evitar que eso se le acercara, y ahí fue cuando escuchó un sonido, una voz gutural que decía un nombre, al principio y por la distancia, el sonido era ininteligible, recordó que sus abuelos y padres le habían advertido de un ser infernal que se aparecía en los ríos para dar cuenta de quién era el siguiente en morir en la comunidad, desesperado se tapó las orejas para no oír su nombre, estaba seguro que sí lo seguía a él, que el nombre que había dicho era el suyo, quiso evitar el lamentable suceso de su muerte, pero Juan ya estaba por llegar, veía cómo las luces de la casa se acercaban lentamente a él, pensando que si no lo oía rompería con ese no escuchar la maldición que llevaban esos seres. Pensando que ya estaba lo suficientemente lejos, Juan se destapó sus orejas, escuchó el silencio, que luego cobró significado al romperse y escuchar claramente el nombre de María. Aterrado, corrió y corrió, y al llegar, abrió la puerta y de inmediato se encerró. Adentro el silencio le acompañaba, y llorando de miedo se metió a su cama, así como venía, ni siquiera se cambió de ropas, sólo quería olvidar lo vivido esa noche en que ese ser lo hizo cómplice de una próxima muerte.

A la mañana siguiente, Juan se enteró que su sobrina María había muerto por la madrugada, al parecer le había dado una fiebre repentina, que, a su corta edad de cinco añitos, fue fulminante. Juan no daba crédito a lo sucedido, él sabía que ella iba a ser la siguiente en morir, la culpa lo corroía, pero era su vida, su vida, por eso nunca le dijo nada de lo sucedido a nadie.

A la fecha Juan sabe que esos seres de voces graves son los que llevan la desgracia al pueblo, son los mensajeros de mortandad y tragedias, es por eso que ya jamás cruza el río, mejor se va por la carretera, rodea el pueblo y llega sano, salvo y sin novedades trágicas a su casa, al menos sabe que todavía no va a morir… ¿Quieres conocer el río? Juan podría mostrarte dónde se encuentra, porque volver a pasar por él, jamás, no quiere ser el portador de El llamado. Si te animas a escuchar, el siguiente puede ser cualquiera…Ven, lee y anda Guanajuato.