Histomagia

El testigo

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Guanajuato sigue siendo fuente de historias macabras, ya sea porque es una ciudad mágica o porque realmente, los que vivimos aquí, somos muy propensos a convivir con fantasmas, aparecidos, espíritus que nos siguen todo el tiempo. Vivir aquí es estar en contacto con energías que no comprendes, seres que pueden hacer de tu vida un paraíso dándote el dinero escondido en vida, o que pueden hacer de ella un infierno.

Me cuenta mi amiga Daniela, que cuando ella era pequeña, vivía por el callejón de Moyas, no había salida por arriba, por el cerro, así que era la entrada y salida por el mismo lugar, por eso todo mundo se conocía y se saludaba, nunca hubo nada extraño que fuera digno de contar, sin embargo, la historia de Daniela, habla de que siempre tuvieron ante sus ojos, lo extraño y desconocido, sin saberlo.

Pues bien, ella cuenta que ahí, en uno de los escalones de la entrada, siempre estaba sentado un señor que era muy apasible, amable con todos, siempre lo veían ahí, tanto que por ese hecho ya era parte de la decoración del lugar. Mañana, tarde y noche lo veían, saludaba desde lejos a todos los que pasaban, con su mano antigua llena de arrugas, eso sí, dice Daniela, que jamás los niños se le acercaron, recuerda que nunca lo vio hablar con alguien o caminar, siempre lo veían sentado, viendo pasar a las personas y el tiempo…para ella el señor ni siquiera iba a dormir a su casa, “si es que tuviera una casa”, me dice.

Una noche casi en la madrugada, de esas típicas de Guanajuato con viento frío y la brizna que viene de la sierra, el olor a tierra mojada, las hojas bailarinas de los árboles que vienen de quién sabe dónde, fue el presagio de la verdad. Alguien preocupado por el anciano, se asomó por su ventanal para ver si el viejo necesitaría ayuda o hacia dónde se iría; desde arriba, se veía que el señor tenía frío, a su edad, necesitan el calor para no enfermar, pensó quien lo veía desde su altísima ventana y no le quitaba la vista de encima, el anciano se cerraba con una mano su gabán en su pecho y con otra sostenía su sombrero de ala ancha, de pronto se levantó al ver llegar a una mujer de cabello negro que vestía un vaporoso traje blanco de encaje que con el viento levantaba vuelos y dejaba ver debajo de su vestido, el testigo no dada crédito a lo que veía, la mujer no llevaba nada debajo de sus ropas, y nada me refiero a nada, sólo se veía el puro hueso, el fémur que la sostenía en vilo para poder llegar con trabajos  hasta el abuelo y caer en los brazos de un ahora ya  joven hombre que la besaba apasionadamente en donde alguna vez estuvieron unos carnosos labios, ¡el joven besaba a la calavera! El hombre la tomaba con tal delicadeza que la mujer se dejaba llevar en una especie de baile macabro con el joven-viejo quien estaba risueño y contento de tener otra vez a esa extraña mujer en sus brazos. El testigo estaba helado, inmóvil, no podía procesar lo que había visto, esa transformación de un hombre enamorado desde el inicio de la historia, el verlo cambiar ante una que fuera hermosa mujer en otros tiempos… entonces entendió que el anciano siempre estaba ahí esperándola a ella, a ese amor y que siempre, pese al pasar de los años y del desgaste de la carne, el amor y el encanto de las almas sigue hasta la eternidad. Pero la felicidad es pasajera, en el baile, el hombre vio cómo lentamente la mujer iba desapareciendo poco a poco, en un intento de retenerla, la abrazó llorando desconsoladamente y solo, al tener el último polvo de ella en su mano, se escuchó un espantoso grito: “Noooooooooooooooo”. Cayó de rodillas, llorando a borbotones, y simplemente se desplomó. Comenzó a llover de poco y lo último del polvo de esa mujer se disolvió en la nada, al igual que su enamorado. El testigo cerró su cortina, incrédulo, en silencio, conteniendo sus lágrimas.

A la mañana siguiente, ahí estaba otra vez el viejecito sentado, cansado, saludando cortésmente a todo el que pasara por ahí, la lluvia había limpiado los restos de su amada, el testigo comprendiendo su dolor, pasó esta vez más cerca de él, quiso mirarlo a los ojos, y solo alcanzó a ver cómo, en esa mirada triste, había un dejo de esperanza, tal vez sea porque ahora había que esperar la llegada de su amada el siguiente 14 de febrero, ahí en el antiguo callejón de Moyas, cerca del centro de la ciudad.

Me dice Daniela que ese testigo era su abuelo, que ahora, lo estamos viendo sentado frente a nosotras en ese ventanal testigo, viendo hacia abajo, como esperando el tiempo, a ver si logra ver, aunque sea en otra fecha, ese amor incondicional que el pobre anciano del callejón de Moyas, sigue esperando. Ven, lee y anda Guanajuato.