Las cosas como son

Cuestiones aritméticas de poesía

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Si bien los números son representación abstracta de los diez mil seres (desprendidos del Tao), y en su serie cabe también el cero, las operaciones a que dan lugar tienen por lo menos dos sentidos posibles. Dichas operaciones, es cierto, son abundantes, mas interesa por ahora, sólo eso, enfocar la mirada en la suma, tal vez en la multiplicación, puestas en el cuerpo sensible de los niños, cuando se hallan en tránsito de perder, de amaestrar para siempre, su libertad primigenia (¿qué otra cosa padece quien se educa?).

En otro tiempo, no pocas lecciones de aritmética se aprendían a base de repetición, oral o escrita. El salón de clase se llenaba con esa recitación monótona bajo la mirada vigilante, severa, del maestro. Así lo consigna en su “Recuerdo infantil” Antonio Machado: “Y todo un coro infantil / va cantando la lección; / mil veces ciento, cien mil, / mil veces mil, un millón.” Estrofa donde se arracima la vibración unísona de las voces niñas, el grito domeñado por la memorización de unas cifras cuyo secreto conoce casi en exclusiva el profesor, “un anciano / mal vestido, enjuto y seco, / que lleva un libro en la mano.”

Afuera, consigna Machado en el mismo poema, mientras los colegiales estudian, hace “una tarde parda y fría / de invierno”, y, como bordón, “Monotonía / de lluvia tras los cristales.” Imagen precisa, nítida vivencia de un viejo recuerdo, cuya escena es objeto de una formidable reconstrucción sensible. Las palabras consiguen aprehender una atmósfera, un modo pedagógico, el candor de los escolapios, a partir de lo cual adquiere forma, conforme pasan los años, un imperdible recuerdo.

Con talante parecido, Baudelio Camarillo convierte en poema una experiencia relacionada con la vieja aritmética. En los versos iniciales de uno de sus Poemas de agua dulce declara: “El maestro nos regaña / porque no hemos aprendido a sumar ni a restar. / Nos pone como ejemplo al estudioso niño que usa gafas / y que nunca se equivoca en aritmética.” Oraciones concisas donde puede leerse, también, un modo pedagógico, pero ahora junto a un hecho promisorio. Además de que se ratifica la autoridad del maestro, se exhibe su grosero proceder, ya que intenta estimular a los niños no estudiosos presentándoles un modelo de cómo debieran ser (ejemplo fiero de libertad amaestrada). El hecho promisorio, por su parte, alza su mano cuando el poeta, al desenvolver el texto, deja al descubierto la razón a causa de la cual no aprenden los alumnos entre los que se cuenta: “El maestro no sabe que al salir de la escuela / ese niño nos mira con tristeza / porque no puede transformar, como nosotros, / dos pétalos de rosa / en una mariposa / con tan sólo pasar la palma de la mano / sobre ellos.”

Así, el mundo exterior de la escuela es territorio ignoto para el maestro, ámbito cerrado para el niño de la libertad cautiva, universo donde reina lo maravilloso. Ignorada de seguro por el maestro, esa operación de índole poética está situada —esto es paradójico— al nivel del piso, sin embargo sólo pueden ejecutarla niños que no han dejado de ser niños, que no han perdido su libertad primigenia (¿será la misma libertad con la cual se escriben lo poemas?), de la cual se dan cuenta y defienden sin candor.
Hay aún algo más. En el “Recuerdo infantil” de Antonio Machado, la escena sucede muros adentro del aula, mientras la clase se muestra en su totalidad bajo control de un maestro omnipotente. En el poema de Baudelio Camarillo se contrasta lo que ocurre en el aula donde el maestro tanto enseña como regaña y lo que acontece extramuros, en el reino de la infancia sin sujeciones; la soledad del niño obediente y dedicado con la alegría del corro de niños dispuestos a transformar lo que llegue a sus manos. En este sentido, ¿con qué clase de operación aritmética puede asimilarse la transformación de dos pétalos de rosa en una mariposa?

Hace falta traer a colación, dado su carácter de síntesis indispensable, el último poema del Sueño de un mediodía de verano de Yannis Ritsos. “En otro tiempo aprendíamos las lecciones, rezábamos nuestras oraciones y repetíamos que dos más dos son cuatro”, afirma en el comienzo. ¡Cómo no agradecerle que nos convida a dejar atrás las aulas, el dominio del profesor y las repeticiones monótonas! Mas debe tenerse cuidado, pues acto seguido, sin más ni más acicatea el asombro: el mundo abierto propicia la ejecución de operaciones aritméticas singulares. “Ahora, dos flores más dos rayos de luz no son cuatro —son nuestra alma. / Y una rosa más una mariposa no son dos —son un Dios.” De esos resultados se desprende la desconfianza cierta hacia la representación abstracta, numérica, de los diez mil seres, mientras se opta por avivar otro sentido, uno que toma partido por las esencias en lugar de por los accidentes medidos en cifras de cantidades.

Sin participar del coro infantil monótono, sin regaños, sin compañeros amaestrados y tristes, Ritsos congrega a lo humano, a la vez somete a escrutinio al pensamiento lógico: “¿Cuántos son entonces nuestra alma más el alma de Dios? / El maestro no sabe. / Nosotros sí sabemos cuántos son: uno. / Lo leímos hoy en el libro abierto del sol; hoy, que olvidamos los demás libros.” Sumas extrañas, desde luego, por obra de las cuales se consuma un itinerario liberador, iniciado en aquel salón sometido por el invierno, según lo recuerda Antonio Machado. Sumas extrañas, lenguaje del cuerpo sensible, a cuyo través se preserva la libertad interior primigenia. Olvidar los demás libros; leer el libro abierto del sol. Aritmética de la poesía.

Este texto forma parte del libro Solo es tiempo, de próxima publicación bajo el sello editorial Los Otros Libros.