Ecos de Mi Onda

Paciencia en la impaciencia

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Adopta el paso de la naturaleza: su secreto es la paciencia.

Ralph Waldo Emerson (1803-1882) Filósofo,

escritor y poeta norteamericano

La paciencia se puede definir como una actitud frente a la vida, en la que el sufrimiento y la desgracia se aceptan sin lamentaciones estridentes, e incluso con una serenidad suficiente para buscar espacios de reflexión y explorar posibilidades de solución a los problemas que se padecen, es decir, extraer del padecimiento un valor para la vida, así como el paciente de una enfermedad espera la salud tras el tratamiento médico que está recibiendo.

En el cristianismo, la virtud de la paciencia se encarna en Job, quien soportó de forma estoica los embates del demonio, tras el célebre pasaje en el que Dios le dice a Satanás que no todas las personas son malas y señala a Job como ejemplo de fidelidad. El demonio muestra su desacuerdo expresando que eso no tiene gracia, puesto que Job es bendecido con una vida feliz, llena de bienestar. En esa especie de apuesta, Dios permite al demonio que le quite a Job todos los bienes con los que ha sido bendecido, incluyendo familia y salud, sólo para que se confirme que Job, a pesar de eso, seguirá siéndole fiel. Finalmente, Job acepta todas las aflicciones a las que se ve sometido, expresando siempre con resignación y paciencia: Dios me lo dio, Dios me lo quitó.

Esa actitud proverbial se ilustra en forma bella y poética, en la Plegaria de la Serenidad, atribuida al teólogo protestante Reinhold Niebuhr, en la que se implora en paz: Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia. Viviendo día a día; disfrutando de cada momento; sobrellevando las privaciones como un camino hacia la paz; aceptando este mundo impuro tal cual es y no como yo creo que debería ser, tal y como hizo Jesús en la tierra: así, confiando en que obrarás siempre el bien; así, entregándome a Tu voluntad, podré ser razonablemente feliz en esta vida y alcanzar la felicidad suprema a Tu lado en la próxima. Amén.

Dentro de las prácticas budistas para alcanzar la perfección existe el Kshanti, que comprende la actitud de paciencia, tolerancia y perdón, como la elección consciente, que no significa un estado de indolencia frente a las adversidades, de actuar bajo una disposición sabia en espera de mejores condiciones como gratificación. En este caso, se contempla la actitud individual frente a las personas del entorno, puesto que comprende el ejercicio de la tolerancia y el perdón con quienes en algún momento no se comparten las mismas ideas y conductas. Esto también lo señala San Pablo, cuando en Tesalonicenses exhorta a los cristianos a ejercitar la paciencia entre ellos mismos, no sólo comprendiendo a quienes se muestran indolentes o débiles, sino además alentándose a ser justos y bondadosos, e incluso alegres, frente a las desventuras.

Por el contrario, la impaciencia significa la incapacidad de mantener la calma para enfrentar una situación que requiere un análisis detallado, antes de tomar una decisión importante, lo que puede llevar a una excitación perturbadora que, incluso, pueda empeorar las condiciones iniciales de una situación ya de por sí compleja. Por la impaciencia, muchas actividades cotidianas esperanzadoras se han venido abajo, por impaciencia se han perdido batallas importantes, así como tomado decisiones trascendentes que han perjudicado a la humanidad entera. La impaciencia se emparenta con el arrebato violento, con la ira cegadora y la ambición desmedida, cuando se estima de manera irreflexiva que se tiene las condiciones para alcanzar un objetivo, valoradas justamente sobre la base de falsos razonamientos.

Se dice que las generaciones recientes son de naturaleza impaciente, tal vez motivado por la inmediatez que viene presentando la respuesta, cada vez más rápida, con la que se maneja la información, a través de los espacios cibernéticos. Resulta sorprendente la rapidez con la que los jóvenes se familiarizan con las herramientas electrónicas, así como la forma como se adaptan a las permanentes actualizaciones de las mismas. También es notable la forma como estos jóvenes se impacientan con personas de mayor edad, cuando se les solicita apoyo para comprender y operar algunas de las aplicaciones, mediante las cuales actualmente se manejan datos importantes a través de las redes, incluso para movimientos considerados cotidianos. 

La pandemia del coronavirus Covid-19, ha venido a exponer los riesgos que conlleva conducir tanto la conducta individual, como social, por las vías de la impaciencia, al enfrentar una situación no sólo imprevista, sino además impensable hasta hace apenas unos cuantos meses, con repercusiones en los campos fundamentales de la salud humana y de los sistemas económicos. La impaciencia no resulta una buena actitud en momentos en los que se está consciente de la posibilidad de llegar a perder la vida por un contagio indeseado, o de constituirse en agentes de contagio para los seres queridos, al privilegiar irresponsablemente la estabilidad laboral sin respetar las normas propias del período de confinamiento social previsto en los protocolos sanitarios, que impone restricciones a la realización de muchas de las actividades productivas, no consideradas como indispensables. 

Estos son momentos históricos, cuyos resultados se verán reflejados en la historia futura y que dependerán precisamente de la forma como los individuos y la sociedad en su conjunto, reaccionó frente a los hechos implacables. Como en la plegaria de la serenidad, existen situaciones que no se pueden cambiar, el coronavirus invadió los espacios, así haya sido por los mecanismos propios de la replicación orgánica de estas entidades nanométricas, o mediante alguna de las burdas hipótesis de conspiración que luego parecen apuntar hacia el terrorismo biológico. Eso no lo podemos cambiar. Lo que sí está en nuestras manos, es el cumplimiento de las reglas para reforzar las barreras de control, frente a la dispersión descontrolada de la epidemia en nuestras áreas de vida, con una actitud individual responsable que se sume efectivamente a las del colectivo.  

Está también en nuestras manos colaborar para que las personas que, debido al confinamiento, vean mermados sus ingresos normales para el sostén de sus familias, puedan disponer de alternativas para superar las expectativas adversas. Asimismo, coadyuvar en la medida de nuestras posibilidades, para que todas aquellas personas que desempeñen labores impostergables, lo hagan con las medidas sanitarias establecidas en los protocolos, tanto para la seguridad misma de esos trabajadores, así como para evitar el progreso de la epidemia.

La intención del presente trabajo no es en esta ocasión, detenerme a revisar la responsabilidad por parte de los gobiernos de todos los niveles, la cual sin duda es fundamental dentro de la organización, operación, información y control de todos los sistemas sanitarios. Sólo mencionar que normalmente siempre tardan en reaccionar frente a las eventualidades. En este caso, resulta también muy importante la forma como la ciudadanía recibe y procesa la información emitida por los órganos oficiales de difusión, de lo cual se deriva en su momento el desarrollo de un frente que resulta más o menos funcional y homogéneo.

Hemos sido testigos, no sólo en México, sino en la mayor parte de los países, la distinta forma de interpretación, tanto por los mismos emisores, como de los receptores de la información oficial emitida, lo que ha generado respuestas muy diversas por parte de la sociedad, desde reacciones serias y solidarias, hasta otras de franca incredulidad y rechazo, con los distintos argumentos con los que cada una de las fracciones pretenden sostener sus posicionamientos.

Es digno de analizar esta disparidad de opiniones y conductas, pero en aquellas que presentan referencias de ansiedad, y que son muchas, está de por medio la impaciencia, relacionada también con el temor, por una fracción de ciudadanos de resultar contagiado y enfermar de gravedad, incluso morir, y por otra fracción, de ver que el trabajo se pierde, que la empresa a la que se le dedicaron por años enormes esfuerzos para levantarla, está asimismo en riesgo de colapsar. Tiempos muy difíciles en verdad.

En el confinamiento, con la apuración con la que cada uno de nosotros la percibe, debe caber el momento de la reflexión, buscar en el silencio, respirar hondo, despertar el espíritu e invocar a la paciencia, tanto para inundarse de ella en el plano personal, pero asimismo, invocarla con solidaridad para los seres que nos rodean, incluso para que sea asumida por las autoridades competentes, de tal forma que surja una actitud renovada, que se incline por dominar las emociones y que guíe las acciones bajo el mando de la sabiduría. Una herramienta muy adecuada para esto, lo significa precisamente la Plegaria de la Serenidad, que nos ofrece un marco extraordinario de referencia: Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.