Histomagia

Antepasados

Compartir

Hasta ahora no he sabido de alguien que viva en Guanajuato y no haya tenido -queriendo y no- un encuentro con lo extraño, lo diferente, lo paranormal. En serio, vivir en esta ciudad encantada, hace que te transportes a otras dimensiones por momentos, incluso por segundos, pues en un abrir y cerrar de ojos, ves otro lugar, parecido a este colonial lugar, y luego volteas y ves el Guanajuato de hoy, ese que ahora, por la pandemia, debería de estar vacío, pero que los que andan por las calles y se escapan, las más de las veces no son vivos, son los muertitos que han contribuido a la fama de lugar encantado, no por nada Guanajuato ahora ya es catalogado como “Pueblo Mágico”.

Me cuenta un amigo mío, de esos que le gusta trasnochar, que ahora que está la contingencia por el virus COVID 19, extrañaba tanto el salir de madrugada que una de estas noches decidió arriesgarse a pasear, a caminar las calles vacías de la ciudad, aunque las autoridades lo regresaran a su casa, “al menos, dijo, respiraré el aire frío que viene de la sierra y podré sentir que soy libre un momento”. Él vive por el centro histórico, por los Escalones de Cortés, así que su “escape” no pudo ser más que exitoso. Y sí, no le importó salir con el riesgo de que se le apareciera la llorona que siempre pasa por su casa, o que los aullidos de los perros -porque Guanajuato es una ciudad de perros, a dos de que los caninos te abran la puerta- avisando de las almas en pena que pasan por el callejón, lo alertaran de las fatalidades que pueden suceder en una ciudad de aparecidos, fantasmas y espectros nocturnos, no, él ya lo tenía decidido, se armó de valor, abrió la puerta, y salió. Pisó tímidamente el escalón de la puerta de su casa, miró a ambos lados, no vio a nadie, las luces de sus vecinos se apagaban, el corazón le latía a mil, tal pareciera que se le iba a salir… si daba el siguiente paso ya no habría marcha atrás, decidido pisa el siguiente escalón, y siente en sus plantas la libertad. El frío de la casi medianoche lo siente en su cara, se sube el cuello de la chamarra, las luces tintinean, el viento las mueve en un compás que el rechinido lo hace querer voltear a cada escalón que baja. En la soledad absoluta, ve a lo lejos la calle, unos escalones más y logrará pisar las calles nuevamente, “hace más de un mes que no salgo”, es su disculpa ante esta irresponsable acción. De pronto, las luces de su callejón se apagan. Queda la luz de la calle, que ahora sí lo invita a que con más presteza se apure a llegar a su seguridad. Y sí, camina tan aprisa que parece que levita en los escalones hasta que siente en su tobillo cómo una mano helada lo detiene, a punto de caer, logra asirse de una reja, y entonces baja la mirada, y en la penumbra, con la luz de la luna  y de la calle que está a unos cuatro escalones, ve con horror como una mano descarnada lo sujeta, él trata de zafarse, no quiere gritar, ahoga el grito y sólo atina a ver cómo ya no es sólo una mano que lo detiene, son dos, tres, cuatro, cinco…incrédulo, patalea para que esos espectros lo dejen libre para ahora sí…. la calle está tan cerca… pero él sabe que debe regresar a su casa de la que no debió haber salido, ahora lo sabe porque si esas manos espectrales no lo sueltan, ¿cómo regresar?… entonces recurre a decir en voz alta: “gracias por detenerme, déjenme ir, regreso a casa, suéltenme ¡”#$%&/(“ porque en esos momento recordó que los muertos y espantos te dejan en paz cuando les dices maldiciones. Santo remedio. En instantes regresó la luz a los candiles, pudo ver que su tobillo ya estaba libre, el viento arreciaba, “son vientos de lluvia” -pensó-, y sí, sus pies eran libres… sin pensar y a zancadas, regresó a su casa, y más aprisa que nada abrió la puerta y la cerró de un portazo, prometiéndose ya no salir a media noche y quedarse afuera hasta el amanecer.

Mi amigo ahora sabe que debe de quedarse en su casa, no por la cuarentena, sino porque es lógico que, si él quiere salir, quienes están deambulando en la ciudad son los fantasmas de los antepasados, no son extraños, son esos mismos que alguna vez vivieron protegidos por estos cerros mágicos que rodean la ciudad y que ahora muchos de ellos la patrullan para avisarnos que aún no es nuestro momento de morir. Dicen los que saben, que si nos callamos cuando salimos a las calles en la madrugada, puedes oírlos clarito, clarito, así como escuchas esta lectura en tu cabeza, y eso que escuchas no es magia, es tu espíritu que está contigo siempre, y ahora mismo te está leyendo esta Histomagia y te dice: “Ven, lee y anda Guanajuato”.