El Laberinto

Señora

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Recuerdo aquella vez que, al intentar atravesar el pasillo del lugar donde vivo, unos niños que jugaban a la pelota gritaron: «¡Dejen pasar a la señora!». Voltee a todos lados para ver a quién se referían y al notar que no había nadie más buscando pasar,  la primera de mis  patitas de gallo se dibujó en el borde de mi ojo derecho: la señora de la que hablaban era yo, lo peor: en ese entonces todavía no cumplía ni veinte años.

Entre mis contemporáneas existe un terror patológico de ser llamada señora y hasta hace poco lo compartía sintiendo que había caído en una terrible omisión hacia mi persona, por descuidar mi juventud, por no retocar mi apariencia. Todas tenemos alguna historia molesta en la que un bello día se nubló cuando alguien soltó la desprestigiada palabra, todas hemos tenido que corregir a algún despistado diciéndoles nuestro nombre o puesto o situación civil.

Primero tendríamos que pensar ¿cómo es que se llega a ser señora? Considero que hay tres vías y que todas implican cierto nivel de sacrificio, sufrimiento o propiedad: la boda aunque no haya hijos, los hijos aunque no haya boda o la edad aunque no haya ni boda ni hijos. Este último es el único caso piadoso de ser señora, porque una señorita anciana es lo más triste si nos ven como seres que aspiran solamente a gustar y a reproducirse.    

Puede sonar superficial, pero una reflexión más profunda del tema nos va a demostrar que en realidad no es una cosa tan inofensiva cuando influye y mucho en el modo en el que las mujeres solemos ser tratadas por el mundo, las atenciones, la visibilidad y la individualidad están reservadas para las mujeres jóvenes, para las mayores quedan las sombras, el vivir para los demás, el que nadie te escuche, aunque mínimo obtienen respeto, que debería ser una atribución de fábrica y que es muy útil en las cuestiones intelectuales, donde se nos infantiliza hasta que adquirimos experiencia, pues se cree que se nos resuelve todo y que la caballerosidad nos saca de varios trances por lo que no tenemos temple o fuerza.  Si además se es bonita esto se multiplica por mil, visto así, nadie quiere pasar de princesa a madrastra, de dama joven a primera actriz.

Supongo que aún tenemos muy fresca la imagen de lo que significó ser señora para la generación anterior, yo pienso en una mujer descuidada y más bien enojada calificada injustamente de mandona, cuando lo que tiene  es mucha responsabilidad desde hace mucho tiempo y por otro lado una realidad que las  hace a un lado.

Pensar en nuevas formas de señorear que impliquen frescura, soltería por elección y no por desgracia, belleza y auto cuidado, pero a su vez un mando legítimo, experiencia y reivindicación de los años vividos y de los logros obtenidos es el reto que tenemos las mujeres. Yo voy empezando con un pasito chiquito, amo que me digan señora, no me avergüenzo de mi edad y tampoco hago o dejo de hacer cosas para parecer joven. Mi siguiente paso es convencer a otras señoras. Cuento con ustedes.