El Laberinto

Plañideras

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Son figuras peculiares y muy antiguas, normalmente se trata de  mujeres, pues culturalmente somos a las que se nos permite expresar emociones de debilidad, como miedo o tristeza y son contratadas para llorar en los funerales, como señal de status, como rito purificador o como incentivadoras de una catarsis colectiva al llorar para que otros lloren, algo así como terapia de grupo, pero con cuerpo presente. Eso son tradicionalmente, personas un con un oficio y una función, digamos un modo digno de ganarse la vida.

Cortázar lo lleva al extremo en un cuento contenido en Historias de Cronopios y Famas (1962) llamado “Conducta en los velorios” donde una familia se dedica a desplazar a los verdaderos deudos, llorando, desmayándose, tomando la palabra, cargando el ataúd y repartiendo el pan, para remarcar la hipocresía que suele haber en estos ritos  y para obtener un beneficio material y bastante protagonismo. Yo siento que si el autor viviera se daría cuenta de que las redes sociales y los programas de “realidad” están llenos de estos especímenes. A veces el absurdo de la realidad supera al de las ficciones más demenciales, pero ahora voy a explicar más detenidamente por qué llegué a esta conclusión.

Vamos a empezar por el medio, en ambos casos, las redes y los concursos y sus múltiples combinaciones, se busca captar la atención de cualquier manera, ya sea por mero reconocimiento y apapacho o por conseguir algún premio o distinción, existen diversos modos de lograr esto, ya sea siendo atractivo, controvertido, peleonero o cariñoso, pero uno que es de probada efectividad es el ser lacrimógeno, hasta en los grupos de gatitos y compraventa existen historias tristes que la gente comparte para buscar empatía o visibilidad.

Igualmente existe quien se suma a la tragedia de moda, tan solo para mostrar su fanatismo o su sensibilidad, llorando por muertes de famosos que nunca conocieron, moviendo videos violentos de animales o de seres humanos o criticando causas legítimas, que de todos modos cuando carecen de un verdadero activismo se tornan en un mero ejercicio de exhibición. Es trepar a la visibilidad dolorosa de otros.

Tendríamos que pensar que si existe esa fuerte tendencia a exhibir la propia miseria o sumarse a la ajena o espectacular, es porque existe un público que lo consume, un grupo de personas que prefieren a las víctimas que a los ganadores, una sociedad de aquellas que se esperan a los malos momentos para demostrar afecto o solidaridad, un gusto culposo por regodearse en el otro drama para desviar la atención del propio. Y como contra parte una partida de envidiosos que consideran que detrás de cada éxito o victoria siempre hay algo turbio o reprobable,  porque en el fondo también eso los hace sentir mejor.

Puede ser que ambos personajes, la plañidera clásica y la oportunista cortazariana, tienen la misma función, una especie de catarsis social y una forma de señalar la hipocresía que impera por todos lados. En mi particular caso ya me cansé un poco de buscar belleza o alegría o mínimamente entretenimiento  y encontrar tragedia, pero supongo que todo es cuestión de enfocar la vista a donde creamos que valga la pena y aprender a navegar entre los mares de lágrimas.