El Laberinto

Por el vuelo de la mosca

Compartir

Cuando queremos desacreditar los móviles emocionales de los otros ocupamos la expresión: “hasta por qué pasó una mosca”, insertando la acción a criticar al inicio de la oración, como llora hasta porque pasó una mosca o se enoja por el mismo motivo. He estado pensando mucho en esto, ninguna mosca ni ningún motivo son insignificantes.

Mis recientes experiencias me han demostrado que las moscas son despreciables seres creados tan solo para comer excremento y arruinar nuestros días, a pesar de su diminuto y en teoría insignificante tamaño. Imaginen que están encobijados, conformes con el universo disfrutando de aquellos cuarenta y cinco minutos semiconscientes de flojera matutina, el sol sonríe por la ventana, el cuerpo se encuentra en un estado de relación y placidez y entonces, sin previo aviso una zumbante y antihigiénica criatura se introduce en nuestro oído, dando por terminada la felicidad.

Enojarse por esa mosca o por la que te camina sobre la piel con espeluznantes cosquillas o por aquel kamikaze que se ahoga en el café  tiene completa validez, pueden parecer acciones pequeñas, pero son capaces de perturbar nuestra estabilidad o retrasar e incluso frustrar nuestros deseos.

La cuestión se pone un tanto más turbia cuando a la caza con radicales métodos acabamos sobrepasándonos, abusando hasta toser del insecticida, rompiendo algún florero con el matamoscas, persiguiéndolas más de lo necesario o infringiéndonos daño al soltar una intensa palmada estando el bicho sobre nuestra persona. Supongo que de ahí viene la jocosa expresión: “matar moscas a escopetazos”.

Exactamente lo mismo ocurre con los motivos, si algún estímulo, por más insignificante que parezca a los ojos de los demás, nos provoca alguna emoción o reacción -no importa si ésta es negativa o positiva- tenemos que darle su valor y preguntarnos: ¿cómo esto suma o resta a mi felicidad, estabilidad o realización? Es más que válido sentir y necesario tomar acciones ante aquello que lo detona. Solo tendremos que tener las mismas precauciones que con las moscas: cuidado con intoxicarnos, con destruir nuestro entorno, con obsesionarnos demás y con hacernos daño. En pocas palabras, hay que racionar la escopeta.