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Ciencia y cultura, hacia una nueva realidad

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La misma nueva sociedad, a través de los dos mil quinientos años de su existencia, no ha sido nunca más que el desarrollo de una ínfima minoría a expensas de una inmensa mayoría de explotados y oprimidos; y esto es hoy más que nunca.

Friedrich Engels (1820-1895) filósofo y sociólogo alemán.

Cuando pensamos en cultura, aparecen en la mente definiciones y conceptos muy variados, propios de un ejercicio de reflexión interna para sacarlos a flote y expresarlos con cierta claridad, con apoyo de información interpretada a través de lecturas, cátedras o conversaciones. Hablar de cultura es siempre relevante tanto en la relativa pasión o mesura reflexiva de las charlas, como en el debate intenso hasta con uno mismo, cuando se desea expresar algo coherente sobre este tema. A lo largo de la vida se van sumando aprendizajes que estructuran conocimientos e ideas, que nos permiten asimilarnos en las comunidades y ajustarnos, con mayor o menor medida, a los patrones que regulan la conducta, que de manera relativa se señala como “normal”, con cierta flexibilidad o rigidez, dependiendo de circunstancias localizadas, que incluyen las tradiciones y costumbres mantenidas por muchos años, pero susceptibles de modificarse con el tiempo.

La cultura puede implicar un molde riguroso por períodos largos, pero siempre existirán factores individuales o colectivos inherentes, que en el tiempo y en determinadas regiones, inducirán cambios sutiles o profundos en los esquemas establecidos. La cultura se relaciona entonces con ese modelo conceptual vigente en una población, que no es un molde absolutamente estable, sino relativamente dinámico, que transforma y es transformado, reformando ese modelo en el transcurso del tiempo.

Muchos de nosotros tal vez desearíamos que nuestra forma de pensar sobre el cauce de los acontecimientos, fuera establecido como el correcto y normativo para la selección de las acciones prioritarias, pero eso es imposible ante la desmedida diversidad de enfoques y la enorme variedad de ideologías, procedimientos y conductas en el seno de la sociedad.

Para algunos resulta lógico que la diversidad de pensamientos y conductas debe ser normalizada, que es deseable que se nivelen las ideologías desde la voz en una tribuna discursiva, amplificada por el megáfono difusivo del poder mediático. Es decir, pugnar porque la gente piense igual, convencerla de que la voz del poder tiene la razón y que el pueblo no tiene por qué preocuparse, pues el poder siempre piensa en su bienestar, en sus requerimientos para sentirse satisfecho y feliz. La cuestión es apuntar y atinar a los argumentos que les lleguen a las masas y constituyan algo así como valijas en las que las personas descargan sus penurias y resentimientos, para luego dirigirlos por un rumbo predeterminado, operación que resulte una catarsis, un recurso enervante que provoque una dulce sensación de venganza satisfecha, contra todo aquello que se estimaba como factor de opresión e impedía su bienestar. Si esta sensación se comparte con otras personas del entorno, se convierte entonces en una especie de atuendo de identidad, como vestir la camiseta del equipo deportivo de preferencia.

Sin embargo, en esa atmósfera alienante, se soslayan los problemas fundamentales que aquejan a los individuos y a la sociedad en su conjunto, enmascarando la conveniencia de propuestas para darles solución, trabajando en conjunto y construyendo las bases para que, en un marco de legítima dignidad, levantemos el vuelo en busca de nuestro propio desarrollo y madurez, libres y autónomos, enfilados en la ruta seleccionada para la realización personal, que se inserta en la comunidad y se retroalimenta con ella, un círculo virtuoso que reconfigura y enriquece, y que el efecto de esa función transformadora, se convierte en impulso de genuinos cambios sociales.

La función del estado es imprescindible. Un estado alienante, que tiende al autoritarismo frente a una sociedad pasiva que le conviene y que fomenta, ya sea mediante la violencia represora o a través de una propaganda manipuladora, jamás abrigará una sociedad libre que se ocupe en el desarrollo progresivo y autónomo de sus potenciales, para que estos finalmente resulten herramientas provechosas para su beneficio.

La política social no puede tomar el camino de la perpetua dádiva que a la larga resulta humillante, en una situación que obstaculiza las vías del desarrollo humano. Los programas sociales gubernamentales que pretenden resolver los problemas mediante dádivas piadosas, en realidad sólo buscan mantener los estados de pobreza y la permanencia indefinida en el poder de esos sistemas asistencialista, instituyendo modelos ideológicos paternalistas, que se introducen en médula de la cultura popular como práctica política, luego sumamente difícil de erradicar. Esto es una infamia opresora que atenta contra los derechos de hombre y mujeres, delimitando severamente las aspiraciones de una sociedad sana. La infamia es más perversa cuando la manipulación institucional logra que el pueblo aplauda ese sistema, sin atreverse a confrontar la realidad enajenante de esas prácticas miserables.

El camino alterno es más arduo y requiere una sociedad dispuesta a razonar, analizar, argumentar, opinar, participar en discusiones edificantes y en la divergencia tener la capacidad de lograr acuerdos y acciones de consenso, identificando conjuntamente las justas prioridades y elaborando propuestas de solución acertadas y convenientes para la comunidad. Adicionalmente es necesario que la sociedad se mantenga atenta a la marcha de los planes, que se informe y participe en el monitoreo y evaluación de los avances programados y sea capaz de advertir errores o desviaciones de los objetivos planteados, y saber exigir las correcciones oportunas. En este marco es indispensable que los gobiernos estén realmente comprometidos con las demandas sociales y no ligados a intereses grupales, que pueden dar margen a prácticas corruptas, perjudiciales para los fines originales.

En México los objetivos deben enfocarse a los temas centrales de alto impacto. Uno de ellos es erradicar la corrupción, pero sobre todo resolver el problema gravísimo de la impunidad. El incremento exponencial de los delitos y la soltura con la que actúan los criminales, descansa en la alta posibilidad de que las violaciones a la ley queden sin castigo. Esto incluye todas las formas de crímenes con violencia que alcanzan un nivel descomunal en nuestro país, homicidios, feminicidios, secuestros, violaciones, así como asaltos, robos, timos, fraudes, falsificaciones, estafas cibernéticas y todas las formas de delincuencia organizada. Otros asuntos imperiosos son el combate a la pobreza, educación de calidad, generación de empleos, servicios funcionales de salud, erigir la plataforma para aspirar a mejores niveles de bienestar comunitario.  

Hablar de cultura no se reduce al ámbito de las élites que cultivan las artes, que asisten a conciertos y conferencias, que se conducen con elegancia y apego a las etiquetas esmeradas de conducta social. La cultura comprende a toda la sociedad y la complejidad de todas sus expresiones tangibles e intangibles. Hablar de ciencia también suele representarse con una definición simplista, que sólo compete a “los hombres de ciencia”, quienes en ocasiones salen de los espacios de sus pares y bajan a “divulgar” entre los mortales, los beneficios del quehacer científico para la humanidad en el transcurso de la historia. La crema y nata de la creatividad, con sus conceptos, hipótesis, teorías y leyes que explican los fenómenos del universo y son insumo provechoso para el desarrollo tecnológico en artículos y mecanismos concretos.

Pero, ¿cómo surge la generación de científicos que trascienden gracias a sus aportaciones? Es imprescindible el nicho social que impulsa las inclinaciones vocacionales y las apuntala con apoyos efectivos. Una sociedad realmente convencida de que el fomento de la ciencia y tecnología vale la pena, puesto que progresivamente las aportaciones serán para el bien común. Existe entonces un sólido cimiento educativo, desde el que se promueve e impulsa el ingenio y la creatividad individual, se estimula el trabajo productivo en equipo, a sabiendas de beneficios patentes. Una sociedad que señala prioridades a sus gobiernos y exige resultados coherentes.  

Si en México se pregunta a la población sobre la conveniencia de apoyar la ciencia y la tecnología para acelerar el desarrollo nacional, la respuesta automática será un sí, y tal vez en algunos casos se den comentarios comparativos desfavorables sobre porcentajes del PIB asignados por otros países para la investigación, o sobre el reducido número de doctorados. Es también lugar común, y ciertamente ridículo en el círculo de algunos políticos y empresarios, reducir la investigación a las Ciencias Naturales y Exactas e Ingenierías, menospreciando el impacto de, por ejemplo, las Ciencias Sociales y Humanidades, cuando en estos momentos críticos, la investigación en estas áreas es realmente prioritaria. Así entonces, se observa una sociedad indiferente y desvinculada del quehacer científico, que sólo exclama vivas cuando los medios informan sobre algunos pocos avances llamativos, que en su mayoría son después olvidados, sin seguimiento informativo y el destino final de los mismos serán los almacenes del olvido.

No es difícil evidenciar el desdén oficial por el desarrollo científico y tecnológico, patente en el predominio absoluto de inversión extranjera en todos los rubros, que bloquea la capacidad científica y de innovación tecnológica, que exige para sus fines no sólo facilidades de instalación y operación, sino la demanda de mano de obra barata altamente calificada, imponiendo en los programas educativos de nivel superior los criterios de una amañada pertinencia social, que no corresponde necesariamente con las prioridades educativas nacionales, si bien esta relevancia no alcanza a ser debidamente advertida por sociedad y por tanto, no pugna por exigir cambios en estas tendencias.

Crear una plataforma de desarrollo efectivo requiere de un importante financiamiento, pero más de proyectos educativos inteligentes, de un proyecto de estado surgido genuinamente desde la sociedad misma, que incluya a todos los ciudadanos y se enfoque a promover el método científico y asimilarlo como forma de vida, introducirlo en la cultura, plenamente convencidos de sus ventajas como forma natural de actuar frente a las tareas y problemas cotidianos, que consiste en acostumbrarse a la observación minuciosa de los procedimientos y al análisis reflexivo para mejorarlos en control, simplicidad, agilidad y calidad. Convencerse de que monitoreo, evaluación, calificación y corrección pertinente, no son una carga, ni mucho menos una ofensa, sino la forma correcta de facilitar las buenas prácticas y que la satisfacción de la calidad de los resultados alcanzados será el motor para escalar gustosamente hacia niveles cada vez más altos, con objetivos de mayor complejidad, pero también de mayor relevancia.

Echar a andar un proceso de esta naturaleza no sólo se justifica en estos momentos de pandemia, sino que representa una valiosa oportunidad de cambios positivos que impulsen el desarrollo integral de una sociedad mexicana que debe dejar atrás las posturas paternalistas, para consolidar una atmósfera de libertad, favorable para el desarrollo del potencial individual, identificado plenamente con el compromiso social para la búsqueda del bien común.