Las cosas como son

En Guanajuato, con Ángel González

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El poeta español Ángel González anduvo por los callejones guanajuatenses, que por cierto no le son desconocidos, durante la última semana de febrero de 1998. Con su figura magra, alta, y su andar cierto de hombre más que maduro, el poeta no puso reparos para sentarse a tomar una cerveza en algún bar del Jardín Unión. Amable hasta la generosidad, Ángel González dejó en esa ocasión su voz grabada en una cinta magnetofónica, a partir de la cual se conformó un programa de radio a propósito de sus poemas, así como las palabras que a continuación se transcriben, espigadas de un par de entrevistas hechas por Mónica Uribe Flores y por mí, bajo el sol casi final del invierno, en los altos del Teatro Principal, a orillas de los andadores del Jardín Unión, al cabo de un breve intercambio de palabras con el poeta José Hierro, de una que otra andanada de bromas y recuerdos con Paco Ignacio Taibo, amigo y contemporáneo de Ángel González, o bien al paso por las calles céntricas de Guanajuato.

Nacido en 1925 (un 6 de septiembre, como hoy), en Oviedo, España, Ángel González es considerado uno de los máximos representantes de la generación de los cincuenta y de la poesía de ahora, junto a otros poetas como José Hierro, Claudio Rodríguez y José Ángel Valente, por mencionar algunos. Su obra está articulada en torno al compromiso social y la desolación, pero también vinculada con la solidaridad y el amor. «La poesía que no tiene ideas no me interesa. Ha de ser necesaria, tiene que salir del compromiso con uno mismo», declaró en alguna ocasión.

—Siempre he defendido la relación entre la vida y el arte en general. Soy partidario de actitudes que tienen que ver con el realismo, entendido como una estética, no como una imitación directa y cruda de la realidad. La literatura es elaboración, forma, un arte; por lo tanto no es la realidad. De eso no cabe duda. Por mucho que se parezca una pintura a la realidad, eso no es nunca la realidad. La literatura es trabajo, transformación de las cosas; pero en esa transformación de las cosas yo pienso que —en cuanto a mi poesía y al arte que más estimo en general—, el recuerdo, la evocación de, la referencia a la realidad tienen una importancia muy grande. Ése es el arte que yo prefiero: el que me evoca, me descubre, me hace pensar en, me ilumina la realidad. Creo que el arte es una manera de iluminar la vida. En mi caso, casi todo lo que escribo procede de… bueno, desde luego, procede de la literatura. Hace poco escribí un artículo diciendo que todo poema procede de otro poema —la idea es de Northrop Frye—, y que la poesía procede de la poesía. Yo nunca hubiese escrito poesía si previamente no hubiera leído poesía. Bécquer decía: todo el mundo siente. El sentir la realidad, el sentir la vida no es una peculiaridad del poeta ni una particularidad del poeta. Todos los demás también lo sienten; si no lo sintieran, no podría haber comunicación, no habría contacto entre poema y lector. Pues bien, yo pienso que toda mi poesía procede de la realidad, de la realidad que yo he vivido. Naturalmente he vivido en circunstancias muy especiales. La Guerra Civil, la Dictadura a mí me afectaron de una manera muy directa, muy intensa. Naturalmente esa experiencia aparece en mi poesía. Es el periodo en que yo fui identificado con la llamada entonces “poesía social”.

Miembro de una familia de republicanos, Ángel González recuerda que la Guerra Civil le asesinó a un hermano, le exilió a otro y su hermana fue impedida para ejercer la docencia. De aquella época, el poeta recuerda que estuvo al borde de la muerte, afectado de una tuberculosis que amenazaba su hálito de niño. A causa de ello, la familia completa debió mudar su residencia para irse a vivir a Páramo del Sil, un pueblecito de León,  favorable para la salud del muchacho, donde su hermana volvió a dar clases. Creció pues apretujado por el franquismo, cuyas vicisitudes supo capotear sin sucumbir y sin torcer el rumbo, el rumbo que le marcó desde siempre la izquierda, esa izquierda de que dice Yevtushenko: a la izquierda, sí, a la izquierda, más a la izquierda, pero no más allá del corazón.

—La experiencia de otros se traduce al fin y al cabo en una experiencia personal en cuanto que uno la observa o la juzga o se conmueve con ella o por ella. Yo creo que esto es algo que puede suceder. Claro que hay muchos tipos de acercamientos a la poesía. Poemas y poetas de muy diferentes tonos y talantes que a mí me pueden interesar menos pero que a lo mejor a otros les interesan más que lo que yo hago, o que son objetivamente obras de arte perfectas. Estoy pensando en un gran poeta como Mallarmé que a mí me interesa muy poco, precisamente porque pretende borrar la realidad, pretende destruirla. Y aunque reconozco su gran talento, a mí su poesía me interesa poco. La he leído mucho precisamente porque no entendía el punto de vista de Mallarmé y me producía curiosidad y he llegado a leerla bastante, pero sigue sin interesarme demasiado, si bien reconozco que es un poeta indiscutiblemente grande.

Como una saludable actitud a desarrollar, Ángel González recomienda en algún texto memorizar la poesía, apropiársela hasta llegar a interiorizar esa sensibilidad, de tal forma que pueda convertirse en parte de uno. Agrega que en su caso la experiencia con la poesía de Antonio Machado había sido todo un acontecimiento. En un principio, confiesa, dichos poemas le parecían obsoletos, un poco polvorientos, ayunos de “aquella novedad de expresión” de Juan Ramón Jiménez. Pero conforme pasaba el tiempo, los poemas machadianos fueron descubriéndole “a un poeta mucho más misterioso, profundo”: “Creo que Machado es el poeta en lengua española más importante de este siglo”, en quien además encontró a un “pensador disidente”: “Machado fue bandera para muchas causas, sobre todo de la poesía social, pero creo que le hicieron una mala lectura. Salvo excepciones no se le leyó bien, se le sacrificó”.

—Yo creo que Ezra Pound tiene razón acerca de que con los años el poeta pierde, no sé si capacidad de escritura o interés por la escritura. Pero yo pienso que puso el listón muy bajo: creo que treinta años son pocos. Yo creo que entre los treinta y los cincuenta años el poeta puede y suele escribir mucho, a veces lo mejor de su obra. Lo que ocurre es que la poesía nace, por lo menos en mí, y no es sólo mi experiencia, la he visto también relatada por otros poetas, nace un poco por la sorpresa ante el mundo, ante la vida, ante la realidad. La realidad produce una sorpresa que a su vez repercute en una especie de iluminación, que es lo que desencadena las palabras del poeta. La sorpresa, el desacuerdo, el disgusto con el mundo —que es lo que me motivó a mí a escribir muchas veces—, todas esas capacidades de sorprenderse ante las cosas, se producen con menos intensidad, con menos nitidez conforme se cumplen años: se ha vivido bastante. Entonces el mundo nos sorprende menos, aunque nos disguste a veces mucho más.

Aunque ha recibido algunos de los más importantes galardones que pueda recibir un poeta en España (Premio Príncipe de Asturias, Premio Reina Sofía de Poesía) Ángel González no parece ser el hombre importante que es. Conserva una tal bonhomía y un entusiasmo hacia lo vivo, que uno nunca tiene la impresión de hallarse junto a un Real Académico de la Lengua Española (por cierto, su discurso de ingreso se tituló Las otras soledades de Antonio Machado). Viste con sencillez, la misma sencillez con que se sienta bajo una sombrilla y pide un trago de ron, con la que va y busca entre la orfebrería de pajaritos el regalo que comprará para su mujer, con la que atraviesa Plaza de la Paz para abordar el taxi que lo lleva de regreso a su hotel. Entonces no es difícil recordar sus palabras, alejándose ya en el tiempo.

—Empecé a leer, desde niño, poetas que son propios para niños, como por ejemplo Rubén Darío, que tiene el poema a la tigre de Bengala, la historia de san Francisco de Asís, aparte del famosísimo poema a Margarita Debayle. Luego también empecé a leer poemas que en cierto modo son también para niños como los de Espronceda: “La canción del pirata”, que es un maravilloso poema, pero que yo leí sin saber que estaba leyendo un maravilloso poema: aquello me sonaba muy bien y me gustaba mucho, aquel pirata. Y bastantes cosas de niño. Pero cuando la lectura ya me estimuló la escritura, fue cuando descubrí al poeta Juan Ramón Jiménez y a los poetas del 27, que yo no había leído hasta que tuve 16 o 17 años. Por lo menos no los había leído con frecuencia y con intensidad. Y eso fue lo que me provocó escribir. En realidad Juan Ramón Jiménez, quien me deslumbró por la forma, nueva para mí entonces. Es un poeta del que me he alejado un poco andando el tiempo, para sustituirlo, que para mí fue gran figura magistral, en la persona de Antonio Machado. Luego me influyó bastante también, ya más tarde, también lo leí más tarde, César Vallejo. Todos los poetas me influyeron, que yo sepa. Porque muchos me habrán influido sin yo saberlo. A veces descubro resonancias muy claras en un verso mío de algún poeta en el que yo había pensado que jamás iba a repercutir de alguna manera en mí. Todas estas influencias agitadas harían el resultado de mis palabras.