El Laberinto

La maldición de Apolo

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Para Isis

Con los años he aprendido que existe una combinación funesta de temas y personas, donde una inocua charla se vuelve un callejón sin salida, una discusión bizantina, una batalla campal y en los peores casos termino recibiendo una explicación que no pedí incluso sobre cosas que he vivido o estudiado a profundidad. Supongo que mucho tiene que ver con el hecho de que se nos educó para pelear y no para dialogar, pero en mi caso hay dos circunstancias que lo cruzan y agravan.

La primera de ellas es que si se trata de un tema de salud y un médico opina, suelen  creerle al igual que casi nadie le va a cuestionar una suma a un matemático o un DO a un músico o la muela a un dentista. Pero para todos aquellos que somos parte de las castigadas ciencias sociales sabemos que esto rara vez es una realidad, al parecer vivir en sociedad le da a las personas la sensación de que conocen bien el tema, como si hablar español ya te hiciera experto en gramática, y en los casos más ciegos de esta condición, llegan a suponer que su experiencia personal es completamente equiparable al conjunto.

Así se llega al punto de terminar enfrentando teorías de corte antropológico y datos históricos contra la anécdota de alguien y el sentir visceral y por más absurdo que esto parezca, si es ya de por sí difícil convencer a alguien de que está equivocado, en estas charlas se vuelve una misión casi imposible que acaba en burlas y algo de mala leche por parte de los involucrados. Por eso es que suelo decir que nos parecemos a Casandra.

A Casandra, personaje mitológico griego, el dios Apolo le dio el don de conocer el futuro, a cambio de un encuentro carnal y cuando ella lo rechazó se desquitó escupiéndole en la boca para que a pesar de decir la verdad nadie le creyera. Las consecuencias fueron simplemente la caída de Troya con el popular caballito de madera lleno de soldados. Ahí de ustedes si nos creen.

Pero como les decía son dos condiciones y la otra no es exclusiva de mis colegas, si no que nos afecta a todas las mujeres, que a pesar de demostrar tener conocimientos siempre corremos el peligro de recibir explicaciones innecesarias  o  de que nuestros puntos sean retomados, sin que nosotras recibamos  crédito, por parte de algún hombre. Me atrevo a decir que ambas son maldiciones de Apolo, si lo pensamos bien.