La ocupación de Guanajuato por los insurgentes el 28 de septiembre de 1810

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José Eduardo Vidaurri Aréchiga

Cronista Municipal de Guanajuato

El combate de la Alhóndiga de Granaditas el 28 de septiembre de 1810.Oleo sobre tela de José Díaz del Castillo. 1910. Imagen de internet.

Relatamos en una intervención previa algunos de los pormenores ocurridos en la marcha insurgente de Dolores a Guanajuato en aquel histórico septiembre de 1810. Ahora nos ocuparemos de reseñar, de manera lacónica, lo que ocurrió, mientras tanto, en la ciudad de Guanajuato, capital de la intendencia del mismo nombre en el periodo referido.

Era un “secreto a voces” en aquella época que las discusiones sobre la idea de la independencia de la Nueva España eran el pretexto ideal para organizar “tertulias” en diferentes puntos de la geografía novohispana. Desde la famosa discusión suscitada en el Ayuntamiento de la Ciudad de México, un bastión criollo, se intentó en 1808 la declaración provisional de la Independencia del virreinato como respuesta a la abdicación y prisión del rey Fernando VII.

Sin proponérselo, esa circunstancia promovió el surgimiento de las famosas conspiraciones, las más reconocidas en poblaciones como Valladolid, Querétaro y San Miguel el Grande, aunque también hubo conspiradores muy comprometidos en la ciudad de Guanajuato, como ejemplo podemos referirnos al  prestigiado profesor de matemáticas, física y química del Colegio de la Purísima Concepción (nuestra actual y querida Universidad de Guanajuato) José Antonio Rojas, quien fuera denunciado y expulsado de la ciudad, en 1804, por una mujer que lo acusó de promover las ideas libertarias en las cartas que le enviaba.

No fue la única infidencia ocurrida en nuestra ciudad y, mucho menos, en la Nueva España, por lo que las autoridades desconfiaban de casi cualquier reunión de criollos y se movilizaban con prontitud para iniciar indagaciones a la menor provocación.

El intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena supo, desde el 13 de septiembre de 1810 por denuncias, que el cura Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y otros militares criollos estaban involucrados en una de esas conspiraciones, iniciando con mucho sigilo las averiguaciones respectivas. Los involucrados también sabían que habían sido denunciados y decidieron actuar con mayor discreción en sus movimientos.

Los acontecimientos se precipitaron y la marcha insurgente arrancó, como sabemos el 16 de septiembre de 1810, el inicio tomó desprevenidos por pocos días a las autoridades realistas, el intendente Riaño se enteró del levantamiento hasta el día 18 de septiembre.Tan pronto como tuvo noticia del levantamiento, el intendente se entregó a preparar la defensa de la ciudad, ordenó que se llamara a generala con tambor y trompeta a todas las fuerzas de la guarnición de Guanajuato. La inusual llamada convocó también al pueblo que curioso acudió a la Plaza Mayor para saber, de primera mano, que estaba ocurriendo.

Riaño explicó lo que ocurría y los mineros, los comerciantes, la plebe y todo el pueblo reaccionó a su favor, la ciudad vivió desde ese momento en estado de alerta y a cada hora y cada día que pasaba se incrementaba la confusión, los rumores y la angustia, el miedo se había apoderado de todos.

Don Mariano Abasolo

Algunas voces como la del sargento mayor del Batallón Provincial de Guanajuato, Diego de Berzábal, proponía salir al encuentro de los insurgentes, pero el intendente Riaño, al no saber donde estaban los insurgentes, determinó preparar la defensa de la ciudad. Para ello dispuso que se cerraran calles, se cavaron fosos y se colocaron paredones para frenar el paso, se organizaron patrullas de centinelas que hacían rondines hasta poblaciones como Santa Rosa, Villalpando y Marfil.

También el intendente escribió al virrey Francisco Xavier Venegas para ponerlo al tanto de la situación y solicitarte apoyo para la defensa de Guanajuato. Los rumores se incrementaban, como aquel del día 20 que anunció que el cura estaba próximo a Guanajuato y movilizó personalmente al intendente para ir a su encuentro. Todo resultó una falsa alarma, pero permitió que Juan Antonio de Riaño y Bárcena se percatara de que el estado de ánimo del pueblo estaba cambiando de parecer y comenzaba a esperar con cierta simpatía la presencia de los rebeldes.

Así, sorpresivamente el día 24 de septiembre, por la noche, el intendente modificó radicalmente la estrategia de defensa y dispuso resguardarse en la Alhóndiga de Granaditas con los españoles peninsulares residentes en la ciudad, los caudales reales y los bienes preciosos, los archivos y los valores de la corona, mucha pólvora, mucho azogue, suficiente comida y 25 mujeres que prepararían y servirían los alimentos.

Carta del intendente Riaño del 23 de septiembre de 1810. Archivo General de la Nación.

La Alhóndiga era en esa época el edificio más nuevo, amplio y resistente de la ciudad.  En marzo de 1796 se había presentado al Ayuntamiento de Guanajuato el plano y el presupuesto para la construcción. En 1797 el virrey don Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte concedió la licencia para la construcción y comenzó la compra de las casas, su demolición y la preparación del terreno. En enero de 1798 iniciaron los trabajos de construcción y se concluyó el 7 de noviembre de 1809, fue conocido en su tiempo como el Palacio del maíz y el Castillo de Granaditas.

Retomando el curso de los acontecimientos, el 25 de septiembre el pueblo de Guanajuato despertó para darse cuenta de que los fosos, los paredones y los retenes habían sido eliminados, el plan de defensa de la población no iba más, pronto corrió la voz de que el pánico se había apoderado del intendente y los peninsulares.

El Ayuntamiento de Guanajuato a través de Fernando Pérez de Marañón convocaron a una reunión urgente en las Casas Consistoriales para conocer las razones que tuvo el intendente para modificar la estrategia de defensa, pero el intendente puso como condición que la reunión se celebrase en la Alhóndiga de Granaditas.

La reunión se verificó por la tarde en un ambiente de profunda agitación, los ánimos estaba exaltados, los integrantes del Ayuntamiento exigían que se establecieran trincheras, puntos de defensa o cualquier recurso que garantizara la defensa de la población pero el intendente expuso que él tenía la obligación de cuidar el patrimonio real y luego velar por la seguridad de los peninsulares, que no tenía intenciones de abandonar el macizo edificio de la Alhóndiga y que el pueblo… que se defiendan como puedan

Al correr la noticia la reacción del pueblo no se contuvo y disgustado mostró su enojo e indiferencia a las instrucciones del intendente, el pueblo esperaba ya, ansioso, la llegada del ejército insurgente.

El intendente dispuso resguardar los accesos próximos a la Alhóndiga, ordenó colocar tres trincheras, una en la parte baja de la cuesta que comunicaba a la hacienda de los Dolores (Mendizabal), otra en la esquina de la calle de los Pósitos y la Galarza y, una más en la parte baja del río de Cata (por la actual explanada). Se ubicaron algunos soldados en las cornisas de la Alhóndiga, se tapió la puerta Oriente (la de Mendizabal) y se colocó un paredón tras la puerta Norte. La estrategia fue diseñada por Gilberto Riaño, hijo del intendente que se formaba ya en la carrera de las armas.

El intendente, en un afán por disminuir el evidente enojo del pueblo, dispuso eliminar mediante un bando el castigo impuesto a la población de Guanajuato en 1767 por su desordenada conducta ante la expulsión de los jesuitas. Emitió otro bando eliminando también el castigo de la botilla a vagos y malandros, pero el pueblo, lejos de mostrar beneplácito con las medidas, simplemente despreciaba las instrucciones del intendente.

Desesperado el intendente escribió cartas al general Félix María Calleja clamando su auxilio. En un acto desesperado, el día 27 de septiembre pasó revista a sus tropas en la plaza mayor, la fuerza de defensa exhibida era de 570 hombres, de los cuales solo 60 eran soldados de formación y eran dirigidos por el sargento mayor Diego de Berzábal.

Llegó el día 28. Muy temprano llegaron a la trinchera de Mendizabal don Ignacio Camargo y don Mariano Abasolo, portadores de las cartas de intimación que Hidalgo envió a Riaño. Fueron conducidos con los ojos vendados al interior de la Alhóndiga y Riaño dió lectura a la carta, una era, digamos de carácter público y la otra privada.

Los emisarios fueron despachados, el peninsular Bernardo del Castillo incitó a la lucha, el intendente, su hijo y Berzábal comenzaron los últimos preparativos para el enfrentamiento. Mientras el pueblo, apostado en las faldas de los cerros próximos a la Alhóndiga observaba los movimientos y esperaba con impaciencia la llegada de los insurgentes.

Poco después del medio día comenzaron a llegar a la ciudad, por diferentes rumbos, por la cuesta del Tecolote, por la garita del hormiguero que estaba muy cerca del Cantador, por la Calzada de Nuestra Señora de Guanajuato, por los caminos que conducían a Valenciana, incluso por la Calzada de Guadalupe, por todas partes se veían grupos de insurgentes armados con palos, lanzas, machetes y hondas.

Recreación en comic de la toma de Guanajuato. Novedades Editores.1987. Fotografía J.E.V.A.

Fue en la trinchera de la Cuesta de Mendizabal donde se produjo el primer contacto, a los insurgentes se les marcó el alto, pero ellos no sabían de disciplina y órdenes militares y siguieron de frente, los realistas asustados reaccionaron con disparos, luego todo se desordenó, de pronto el edificio de la Alhóndiga estaba rodeado de insurgentes, el intendente ordena abrir rápidamente la puerta Norte para supervisar que ocurría en el exterior y para dar paso a los soldados que estaban atrincherados y que intentaban ponerse a resguardo de la turba incontrolable. La lluvia de piedras y balas era intensa, de pronto una se impactó en el ojo izquierdo del intendente que poco después perdió la vida.    

La confusión se apoderó de todos, realistas e insurgentes se trabaron en una terrible batalla que se prolongó por casi cinco horas. Tuvo lugar entonces la admirable hazaña del Pípila, del pueblo minero que entregado a la causa insurgente inclinó la victoria a favor de la independencia.

Al caer la tarde los muertos se sumaban por varios cientos, el caos y el desorden se apoderó de la ciudad que vivió por casi tres días entre saqueos, violaciones y todo tipo de crímenes hasta que logró restablecerse medianamente el orden por parte de los caudillos insurgentes. Así fue la primera batalla por nuestra independencia nacional.

La conmemoración del 28 de septiembre y la renovación del fuego simbólico de la libertad no es festiva, es un acto contra el olvido, es un ejercicio de memoria histórica, un acto cívico para recordarnos que la mejor vía para la solución de las diferencias es el diálogo, para recordarnos la importancia de cumplir nuestros deberes como ciudadanos, para valorar siempre la solidaridad y la paz.

 © J.E.V.A. SEPTIEMBRE 25. 2020.