Panteones y rituales guanajuatenses en torno a la muerte

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José Eduardo Vidaurri Aréchiga

Cronista municipal de Guanajuato

Magnífica tumba de don Francisco de Paula Castañeda al lado de la de su esposa, Doña María de la Luz Obregón de Castañeda en el panteón de Santa Paula. Fotografía J.E.V.A.

Es conocido que durante la época colonial o virreinal, como herencia del traslado a nuestras tierras del profundo pensamiento religioso heredado de la Edad Media, se consolidó la costumbre de sepultar a los muertos, preferentemente, en los templos católicos ya fuera en el interior de los mismos en sus criptas o bóvedas o en los espacios descubiertos de los mismos conocidos como atrios.

En esa época se fortalecieron en la Nueva España las arraigadas creencias en torno al hecho de que, el sepultar a los difuntos en los espacios interiores o exteriores del templo representaba, simbólicamente, una mayor cercanía a Dios durante el descanso eterno, o de que siendo el templo el espacio sagrado de visita obligada con regular frecuencia facilitaría mantener viva la memoria de los difuntos y garantizaría, en cierta forma, la oración por su eterno descanso.

Regularmente se buscaba también que los difuntos fueran sepultados en los templos de su preferencia y mejor aún, si pudiera ser, cerca del santo o de la imagen sagrada de su particular devoción, la idea social en términos generales consistía en buscar para los difuntos el lugar más cercano a Dios o de los santos que mejor pudieran interceder por ellos ante Dios. Debemos recordar que la ideología religiosa fue la predominante en la época colonial y contribuyó, en gran medida, a fundamentar el orden social y cohesionar a los habitantes arraigándolos a sus barrios y pueblos a través de esa identidad religiosa que en muchos casos aún se mantiene viva.

Pintura Santa Pascuala, la muerte arquera, en el templo de la Compañía de Guanajuato. Fotografía J.E.V.A.

En Guanajuato con seguridad la práctica de sepultar a los difuntos en el interior de los templos o en sus espacios exteriores fue también común, de tal forma que podemos imaginar que los primitivos templos o capillas hospitales de indios tarascos, mexicanos y otomíes y los terrenos circundantes a ellos sirvieron como camposantos, al igual que los múltiples templos que se construyeron en los siglos XVII como el parroquial y el convento de San Diego, o los edificados en el siglo XVIII como san Roque o Belén, por referir solo algunos ejemplos.

Sabemos también que allá por 1589 se fundó, en el Real de Santa Ana, por recomendación de fray Diego de Basalenque una de las primeras cofradías que hubo en la población, la del Santísimo Sacramento, luego en el año de 1595 fue trasladada al hospital de indios tarascos del Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato. Las cofradías cumplían una función social muy importante de ofrecerse ayuda mutua entre los hermanos y sobre todo la de acompañarlos en el momento de la muerte, cubriendo en ocasiones los gastos funerarios, ofreciendo misas y elevando rogativas por el eterno descanso de los fallecidos.

Tarjeta postal de la pintura Los Huérfanos ante el sepulcro de la madre de Luis Monroy. Colección particular.

Para 1646 existía ya una Cofradía de las Ánimas, en 1680 se fundó también la Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio en el templo parroquial que áun estaba en construcción, siendo su primer mayordomo don Joseph Pardo, la cofradía pedía especialmente, como su nombre lo indica, por las ánimas del purgatorio. También en 1698 se fundó la Cofradía del Santo Entierro y, aunque existieron muchas más refiero especialmente a estas porque entre las obligaciones auto impuestas por sus integrantes estaba la de rogar por el eterno descanso de los fieles difuntos.

Entre 1759 y  1760 comenzó a funcionar, en un predio colindante con la Capilla de Gutiérrez, el camposanto de San Sebastián que ya daba nombre a esa zona de los arrabales de la ciudad, ahí desde 1759 se había fundado una hermandad de las Ánimas Benditas del Purgatorio que tenía como obligación, visitar cada domingo el camposanto y rezar el rosario caminando entre las tumbas para luego asistir a misa en la Capilla de Gutiérrez.

Panteón de San Sebastián. Fotografía antigua de archivo.

Ese camposanto de San Sebastián prestó un importante servicio a la sociedad cuando en el año de 1780 se presentó una terrible epidemia de viruela que provocó la muerte de unas 5 mil personas que fueron sepultadas ahí.

Entre 1785 y 1786 se vivió en toda la Nueva España el terrible “año del hambre” que provocó también la muerte de miles de guanajuantense que fueron sepultados en San Sebastián.  Lucio Marmolejo refiere en sus efemérides que de acuerdo a los apuntes manuscritos de D. Bartolo Álvarez escribió:

“…había personas caritativas que desde la oración de la noche hasta las cuatro de la mañana, se ocupaban de recoger cadáveres que se encontraban tirados a cada paso, y los llevaban al panteón de S. Sebastián para darles allí sepultura. Su multitud fue tanta que el mencionado panteón, único que entonces existía, hubo de llenarse de tal manera, que los miasmas corrompidos que exhalaba se percibían desde grande distancia; y se hizo necesario por esta razón echar sobre toda su superficie un atierre de media vara de espesor, providencia que fue tomada por el Ayuntamiento el día 1º de agosto…” (Efeméride de 1786. Tomo  II. Pág. 343. Edición de  1908).

Hacia 1833 una epidemia de cólera causó de nueva cuente muchas muertes en la ciudad, para ellos se utilizó de nueva cuenta el panteón de San Sebastián y se inauguró el de San Cayetano y el de San Agustín a espaldas de la hacienda del mismo nombre. En 1850 otra epidemia motivo que se pensara en la construcción de un nuevo panteón y fue en 1853 cuando el Ayuntamiento de Guanajuato presidido por Manuel Jarrín determinó solicitar el apoyo del gobierno estatal para la construcción del cementerio en el terreno que había donado el güero Victoriano en el cerro trozado.

Osario del panteón municipal de Guanajuato. Fotografía antigua de archivo.

Luego de múltiples conflictos la obra fue concluida y el panteón se inauguró el 13 de marzo de 1861. Se cuenta que un trabajador de la policía de Guanajuato, don Francisco Centenero,  debió ser el primer huésped del nuevo panteón, pero su familia había decidido sepultarlo a escondidas en el templo de la Compañía, a la vieja usanza, en su lugar sepultaron un cajón con piedras. En realidad el primer cuerpo sepultado en Santa Paula fue el de una pequeña niña de tan solo 11 meses, Virginia Hernández.

El panteón municipal de Tepetapa 20, Santa Paula, fue bendecido el 17 de abril de 1861 por el párroco de Guanajuato. Luego, en diciembre de 1861 se efectuaron obras para comunicar la plazuela de San Roque con el entonces nuevo jardín Reforma, para lo cual fue necesario demoler la gran gradería circular del panteón de San Roque.  El 9 de junio de 1865 en el panteón municipal de Santa Paula, se exhumó el cuerpo que estaba sepultado en el nicho número 214 de la primera serie, correspondiendo a la persona que en vida llevó el nombre de Remigio Leroy, un médico francés que se radicó en la ciudad de Guanajuato. La sorpresa del personal que efectuó la labor fue el encontrar que el cuerpo estaba momificado por lo que se tomó la determinación de colocar el cuerpo en una pieza de las oficinas administrativas del panteón dentro del mismo recinto, esa fue la primera momia que se encontró y a la que se sumaron muchos cuerpos más que alcanzaban esa extraña condición de conservación.

Altar ofrenda instalada por alumnos de la DCEA Campus Guanajuato. Fotografía J.E.V.A.

En el año de 1918 y con motivo del peligro que representaba la visita al panteón en medio de la pandemia de la fiebre española se prohibió la visita al mismo, en una circunstancia similar este 2020 no será posible visitar ninguno de los panteones para evitar la propagación del terrible COVID-19.

Lo más conveniente es atender las recomendaciones sanitarias, usar el tapaboca, lavarnos las manos frecuentemente y honrar la memoria de nuestros difuntos con una ofrenda familiar, en casa, con una oración o con un pensamiento, con cajeta y pan de muerto.

Ya tendremos oportunidad nuevamente de disfrutar la visita a las necrópolis guanajuatenses, de visitar el altar monumental, de montar altares en escuelas, oficinas y comercios, de salir a la calle para apreciar los tapetes de la muerte, los desfiles de catrinas y tantas otras cosas que nos distinguen. Pero este año lo mejor es quedarnos en casa.

Inauguración del primer túnel de tradición en Guanajuato. Fotografía J.E.V.A.

© J.E.V.A.2020. Octubre 30