El Laberinto

Sumar

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Recuerdo las fiestas de mi adolescencia, yo de quince años y buscando algún tipo de identidad me definía como una persona aficionada al rock y obvio seguía el cliché de los ojos negros, la ropa obscura y una eterna cara de enojada, mala actitud de persona “ruda” y cuando algún valiente se animaba a sacarme a bailar yo siempre decía “los roqueros no bailan”, y me quedaba como ostra en mi lugar viendo cómo mi mejor amiga se divertía mientras giraba por la pista y meneaba las caderas.

El pensar que un gusto o actividad es excluyente de otras es, tristemente, una creencia que rebasa por mucho nuestros primeros años de adultos y que a veces se extiende durante toda la vida. Al parecer las preferencias o actitudes deben ser integrales y estar correlacionadas y se extienden a prácticamente cualquier característica que nos distinga de unos y nos una con otros, cómo la edad, el lugar de origen, la clase social. Supongo que es muy útil para los mercadólogos que encuentran sus nichos de consumo bien delimitados, pero para el resto de la humanidad es bastante limitante y aburrido.

En la vida diaria me encuentro, por ejemplo, muchas de estas limitaciones marcadas por  cuestiones de género  encontrándonos con mujeres que jamás disfrutaran un partido de futbol porque eso es muy masculino o con hombres que no se vayan a tomar una margarita y experimentar un desprendimiento escrotal irreparable. Hay actividades, colores, olores y sabores relacionados con esto y romper con ellos levanta dudas sobre nuestra sexualidad o burlas de nuestros congéneres.

Lo mismo sucede con las profesiones, los ingenieros no leen, los humanistas no saben sumar y pocos están dispuestos a trabajar de algo que requiera menor preparación a la que ya tienen, pues no vaya a ser que se les borre el título por atender una mesa o vender papitas. Aprender a hacer otras cosas, afortunadamente, tampoco implica que dejemos de saber las que ya hacemos, no es que tengamos un número de cajones de conocimiento en nuestros cerebros.

Cosa aparte es la congruencia ideológica, que sí requiere mayor cuidado como por ejemplo que si te consideras defensor de los derechos humanos no puedes estar a favor de la esclavitud o si eres de izquierda simplemente no puedes ser neoliberal. La diferencia, entonces, entre los gustos y las posturas estriba en que en este caso la existencia de una de las cosas es completamente contraria a la existencia de la otra y por ello es que se debe jalar exclusivamente en una dirección.

En mi caso, los años pasaron, mi amor por la música pesada y por los ojos negros nunca cambió, pero mi actitud sí, y ahora me encanta ver la cara de sorpresa de las personas cuando canturreo algún éxito pop o bailo una buena cumbia. No se me borraron las canciones anteriores de la lista, simplemente se hizo más amplio mi repertorio y, por lo tanto, mis posibilidades de disfrutar y pasarlo bonito en vez de ver desde lejos como otros se divierten.