Diego Rivera, el niño prodigio de Guanajuato

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Diego Rivera a la edad de tres años. Fototeca Nacional.

En esta ocasión rendimos un reconocimiento al gran Diego Rivera quien murió un 24 de noviembre de 1957. El recordatorio lo haremos no refiriéndonos a su genialidad como pintor, sino recuperando algunas de las estampas de su niñez en la ciudad de Guanajuato.

Diego Rivera, el pintor magnífico, nació, junto con su hermano gemelo que nació poco después, el 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato; su hermanito José Carlos María murió cuando apenas tenía un año y medio de nacido. Cuentan las historias que aquella noche cayó una estruendosa tormenta en Guanajuato que estaba acompañada de fuertes vientos que azotaban puertas y ventanas que solo se calmó cuando nació su hermanito gemelo.

Su padre, Diego Rivera, fue profesor rural y entusiasta editor de una publicación periódica denominada El Demócrata de orientación liberal, su madre María del Pilar Barrientos fue ama de casa y una extraordinaria cocinera conocedora de antiguos platillos de la región.

Diego Rivera fue bautizado como Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, aunque siempre, desde pequeño, fue conocido simplemente como Diego Rivera.

Cuentan también que el pequeño Diego descubrió los colores y comenzó a dibujar mucho antes de aprender a hablar y a caminar. Su pasión entonces era apoderarse de un lápiz y rayar o quizá dibujar en cuanto papel se encontrara, una hoja suelta, una carta. Un recibo o cualquier supercie de papel.

Fragmento del mural: Sueño de una tarde dominical en la Alameda donde Diego Rivera se representó de niño. Museo Mural Diego Rivera. Conaculta CDMX.

Más adelante se fue apoderando de las paredes de la casa hasta que sus padres le habilitaron una habitación cubierta con tela negra para que él trazara sobre ella sus dibujos con tizas y crayones.

Diego enfermó de pequeño, no se sabe bien de qué o por qué, pero quizá la terrible tristeza que vivió su madre por la muerte de su gemelo Carlos y que la llevó al borde de la locura provocó también una recaida en el niño Diego.

Luego, pocas horas antes del nacimiento de su hermanita, Diego pasó el acontecimiento fuera de la casa por recomendación de sus tías. Hasta que le notificaron que su hermanita ya había llegado en una preciosa caja. Diego corrió a su casa y luego de ver a su hermanita comenzó a buscar la caja frenéticamente. Diego no encontró la caja y molesto les reclamó que le habían mentido de nueva cuenta y les dijo también que en realidad a su mamá le habían dado un huevo y ella lo calentó en la cama tratando de resolver el misterio del nacimiento de su hermanita.

Al paso de los días el pequeño Diego atrapó una rata preñada y la destripó para indagar más sobre el misterio del nacimiento. Sus tías escandalizadas decían que era un monstruo y que estaba poseido por el demonio. Su padre que en realidad comprendió lo que ocurrió le acercó libros de medicina, claro es que Diego había aprendido a leer solo y tuvo de pequeño una pasión por los tratados de anatomía.

Se dice también que al niño Diego le fascinaban los juguetes, los compraba en los viejos almacenes del Canastillo de Flores o en otros comercios de la ciudad, luego los desarmaba con la curiosidad de descubrir los secretos que guardaban para su funcionamiento, de ahí le vino el popular apodo de “el ingenierito”.

Poblaciones mineras del noreste. Fragmento del mural Visión política del pueblo mexicano, Diego Rivera. 1923. SEP. CDMX.

Tenía también una pasión por la contemplación del trabajo artesanal en las maravillosas piezas que coleccionaba su tía Vicenta, objetos de cerámica tradicional y bordados, alhajas de plata y las formidables piezas del juguetito de arroz tan guanajuatense, esas pequeñas obras de arte elaboradas por los antiguos alfareros de San Luisito.

El pequeño Diego Rivera descubrió en los populares grabados de José Guadalupe Posada un universo que lo maravilló, como se lo contó a Alfredo Cardona Peña quien escribió el libro El monstruo en su laberinto como producto de 365 entrevistas realizadas al gran pintor y donde comentó lo siguiente: Posada me encantaba ya desde Guanajuato

Pero es indudable que a Diego lo marcó también ese mágico y enigmático perfil de Guanajuato y sus calles y callejones, los colores de la tierra, las expresiones de los mineros, los retablos populares y las estampas cotidianas de esta ciudad.

Al pequeño Diego lo llevaba a pasear un mozo  indígena, Melesio, que mientras caminaban le contaba historias y cuentos indígenas tristes y llenos de dolor. Melesio lo llevaba a los caballitos y a apreciar la ciudad desde diferentes miradas. A Diego también lo llevaban de paseo a los ranchos cercanos a Guanajuato donde veía las marcadas diferencias, de todo, entre ricos y pobres.

Las prostitutas de aquella época que atendían a los mineros y que recibían su paga en monedas de oro y plata, que gustaban de vestir ropa suntuosa y llamativa, como su triste vida disfrazada de alegría que discurría entre risas y pleitos, atraía poderosamente la atención de Diego  que se quedaba pasmado al verlas pasar, pelear o gritar por las laberínticas calles de Guanajuato como lo eran, con seguridad, las historias que de niño imaginaba.

El propio Diego contó cosas de su infancia. Yo era el “niño prodigio de Guanajuato donde nací el 8 de diciembre de 1886” decía:

Mi padre entró a los trece años como voluntario en el ejército repúblicano que combatía a Maximiliano y la reacción, había acompañado a Juárez en su peregrinación al extremo norte de México. Después de siete años regresó a su casa con el grado de mayor. Dejó el ejército para convertirse en maestro.

También contaba cómo en esa época abundaban en Guanajuato los bandidos, viejos combatientes de la revolución liberal que no podían ser controlados. Su padre promotor de la idea de que se requerían más escuelas y menos caballerías fue nombrado Inspector de Educación y tuvo que recorrer, como parte de su encomienda, todo el estado fundando escuelas y negociando la paz con los rebeldes.

Mi padre, referería Diego Rivera: había sido desde siempre mi mejor amigo, tomaba invariablemente el partido de los mineros y de los campesinos pobres contra los explotadores.

Pero un día, aun en su niñez, la madre de Diego desesperada y angustiada por el caos que se vivía de forma casi permanente en Guanajuato, decidió vender algunos muebles y huyó con el pequeño Diego de seis años a la ciudad de México. Luego su padre los alcanzó y se radicaron de forma definitiva en la capital del país.

Diego comenzó a dibujar entonces levantanientos populares, se apasionó por las armas y la temática militar. Cuando tenía ocho años, contó el propio Diego Rivera, su padre le descubrió una gran cantidad de papeles escondidos, eran dibujos de planes de batalla y otras anotaciones, había recortado cinco mil soldados de cartón y contó que persuadía a sus amiguitos de hacer lo mismo.

Su padre orgulloso lo llevó con sus amigos militares, con el general Hinojosa que era ministro de guerra y donde fue sometido a un examen de seis horas, luego cuando concluyó fue felicitado y besado y de nuevo declarado niño prodigio. El gran Diego Rivera contó lo siguiente: Entonces no hablaba yo de esas cosas con mi padre. Pero lo sé de cierto que tanto para él como para mí al concepto de lo militar estaban ligadas las causas de los mineros, los campesinos, los obreros y la causa del pueblo. 

Dibujo de Diego Rivera tomado del libro El monstruo en su laberinto de Alfredo Cardon Peña. Ed. Diana. 1980.

 © J.E.V.A.2020. NOVIEMBRE 27.