Ecos de Mi Onda

Feliz Navidad (Nostalgia)

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Noche de paz, noche de amor, todo duerme en derredor, entre los astros que esparcen su luz, viene anunciando al niñito Jesús, brilla la estrella de paz…

Joseph Mohr y Franz Xaver Gruber, 1818 

Tomé este artículo publicado en el entonces Igeteo, en diciembre del 2015, para repasarlo y me pareció interesante darle algunos ajustes para esta ocasión en la que la “saudade” se intensifica por motivos de la pandemia, que nos trae un cambio, ahora sí verdaderamente sustancial, en la celebración de esta fecha tan significativa para el mundo entero y en especial para los cristianos. Si bien no se podrá tener la alegría desbordante de los años pasados, tenemos la oportunidad de hacer una introspección y respondernos a las preguntas inquietantes sobre las razones de la situación que nos envuelve y tal vez concluir en algunas respuestas correctas que nos den paz, esa paz que irradia de los seres humanos de buena voluntad.

En el Festival Internacional Cervantino de 2015, la cantante portuguesa Teresa Salgueiro, se presentó en la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas cantando en español varias canciones latinoamericanas de su disco reciente, titulado “La Golondrina y el Horizonte”. La que más me gustó fue “Todo Cambia”, del chileno Julio Numhauser, que si bien es un referente en la voz de Mercedes Sosa, la interpretación de la Salgueiro tiene ese sabor peculiar de lo que en portugués llaman “saudade”, vocablo sin traducción que entraña un sentimiento profundo de añoranza, nostalgia por algo muy querido que se guarda en el alma, pero que se pierde en el tiempo y en la distancia, como ver alejarse en alta mar la nave que transporta a la persona amada, aún con el dulce recuerdo del sabor de sus labios, mezclado con el sentimiento de la pérdida inmanente, que provoca lágrimas indiscretas de tristeza y esperanza, resbalando por el rabillo del ojo.

“Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo, cambia el clima con los años, cambia el pastor su rebaño. Y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”. Todo cambio conlleva dejar atrás las condiciones de un espacio relativo anterior. Muchas veces tenemos que abandonar un lugar confortante, la compañía de los amigos, el calor del seno familiar, el olor de la tierra, los colores del paisaje, todo por perseguir un sueño de felicidad y realización personal en lo material y espiritual. En otras ocasiones la pasión se desborda y el cambio nos lleva por derroteros de opresión y dolor. Es decir, el resultado de los cambios es incierto, no podemos asegurar que en el día de mañana todo nos será favorable.

La vida es muy compleja y puesto que nos encontramos de lleno en la época navideña, quisiera enfocarme, no sin cierta timidez por tratarse de aspectos personales, a describir el sentimiento que la cercanía de la Navidad me produce y los cambios de percepción con respecto al tiempo que inevitablemente transcurre. En mi niñez, la proximidad de los días de Navidad me causaba un sentimiento agridulce, pero ¿cómo sentir esa especie de nostalgia por algo que apenas estaba por llegar? Yo creo que por la vivencia pues, así como hay signos previos al retorno de las golondrinas viajeras a sus nidos en el patio de las casas, asimismo advertimos por algunas señales del entorno, la inminencia de la Navidad, pero también entendemos que una vez vivida, tendrá que transcurrir todo un año, período que en la niñez nos parecía una eternidad, para que se vuelva a presentar.

Al acercarse el invierno ya sentíamos el cosquilleo de las vacaciones escolares y el clima se tornaba fresco en el Bajío, teníamos que usar suéter y cuidarnos de gripes o resfriados. Ya en los primeros días de diciembre, mi recogimiento melancólico se iba desdoblando para convertirse en alegría al escuchar los comerciales en el radio (Colgate Palmolive fabricantes de Fab les desea cordialmente una Feliz Navidad) y al caminar por el centro de León observando el bullicio de la gente, agitada en los comercios adornados con luces de colores, escuchando villancicos y tratando de adquirir los mejores regalos de acuerdo a los presupuestos del bolsillo. Por el rumbo de los mercados, todo mundo compraba heno, ramas de pingüica y romero, musgo, biznagas y figuras de barro para levantar los nacimientos.

Llegaban las posadas y el entusiasmo crecía entre los amigos, teniendo previsto que seriamos aceptados en las casas convidantes, lo que incluía para los rezos y los cantos, velitas, luces de bengala, serpentinas y confeti. María y José, los peregrinos, pedían posada con urgencia ante el apremio del nacimiento de Jesús (En el nombre del cielo, os pido posada) y el ambiente subía de tono cuando los peregrinos eran aceptados en la posada (Entren santos peregrinos, reciban este rincón, que aunque es pobre la morada, la morada, os la doy de corazón). Luego se iniciaban los cantos mientras se repartían las bolsas con fruta y dulces (Avienten confeti con colaciones pa´ los muchachos que son muy tragones) y la algarabía de la piñata (No quiero oro ni quiero plata, yo lo que quiero es romper la piñata)

Este ambiente festivo se mantenía las ocho posadas previas a la Nochebuena, la novena posada en la que los peregrinos eran aceptados y nacía el niño Jesús, el Hijo de Dios, la Natividad que celebrábamos en familia, pero en la numerosa familia de mi papá, que reunía a más de treinta primos inquietos en la casa de mi tío Polo. Los mayores se ponían a platicar y tomar la copita en la sala y la muchachada levantaba jolgorio en el amplio patio golpeando las piñatas. Recuerdo con mucho agrado cómo después de cenar pavo o pollos rostizados y tomar sidra a escondidas, en el tocadiscos escuchábamos al coro francés Les Djinns, conmovidos con “El día que llegaron las lluvias”, y luego bailábamos con las primas al ritmo del órgano de Ken Griffin. Con la celebración del año nuevo y la visita de los Santos Reyes se cerraba el ciclo ritual, sólo para iniciarse uno nuevo. Doce meses eran un horizonte muy lejano.

Pero todo cambia, cambia, la infancia queda atrás con su bendita inocencia y llega la adolescencia displicente, las ansias juveniles, ensueños y deseos. Si bien por el radio era ya muy natural escuchar a los Beatles y a los Rolling Stones, entre muchos otros grupos, en el ambiente familiar de la Nochebuena hubo un cambio, para mí simbólico. La Nochebuena de 1969, mientras sonaba Ken Griffin, llegó el amigo Óscar con un disco nuevo, que confianzudo puso en el tocadiscos, sin oportunidad a que los tíos refunfuñaran y en el espacio inmutable fluyó el sonido de “Born on the Bayou” de los Creedence. El cambio estaba dado, los primos mayores ya habían iniciado la dispersión de la gran familia.

Con los años, la sensibilidad a flor de piel del aroma navideño fue disminuyendo de intensidad, porque no sólo se presentan cambios al interior, sino también en el entorno. Con la edad vienen las responsabilidades y los nuevos espacios. Tengo el recuerdo especial del 24 de diciembre de 1977. Trabajaba en la Siderúrgica de Lázaro Cárdenas y tenía apenas tres meses laborando. Estaba de segundo turno, de tres a once de la noche, y el químico responsable del tercero sencillamente no llegó, tal vez empezó la fiesta y luego se le pasaron las copas, no lo supe. El caso es que doblé turno, de once de la noche hasta las siete de la mañana del día siguiente, lo que hasta cierto punto me alegró, pues al menos, lejos de casa, estaría acompañado por los dos técnicos recolectores de muestras para los análisis de control de calidad. Esa noche, la enorme planta se veía con mucho menos personal de lo normal, prácticamente el mínimo suficiente para el proceso continuo siderúrgico. Solicité permiso para salir de la planta unos minutos y comprar un pollo rostizado, regresé y dimos curso a las tareas programadas. Alrededor de las doce de la noche, hice una pausa y llamé a los técnicos para compartir el pollo. Uno de ellos, tranquilo, pero hosco, me espetó que él no creía en esas tonterías de la Navidad. Lo único que se me ocurrió responderle fue que no se trataba de creer o no creer, que simplemente le estaba invitando a cenar. Pienso que se ablandó, porque se acercó y así, tres seres humanos pudimos convivir en un momento de sencilla armonía. Justamente por reanudar nuestro trabajo, un locutor transmitía por el radio la lectura del capítulo del libro “El Profeta” de Gibran Jalil, que habla sobre el trabajo: “…Se os ha dicho siempre que el trabajo es una maldición y la labor una desgracia. Pero yo os digo que, cuando trabajáis, realizáis una parte del más lejano sueño de la tierra, asignada a vosotros cuando ese sueño fue nacido. Y, trabajando, estáis, en realidad, amando a la vida. Y amarla, a través del trabajo, es estar muy cerca del más recóndito secreto de la vida…” Esto resultó una emotiva coincidencia.

Ahora soy un adulto, he visto crecer a mis hijos, he vivido la experiencia de muchas Navidades al lado de mi familia y sigo siendo testigo de cómo todo sigue cambiando. Sin embargo, algo que late en el corazón universal es el deseo de paz en el alma y paz entre los seres humanos. Muchos deseamos recibir paz, justicia y libertad como regalo de Navidad. El mensaje de Jesús en el mundo fue y sigue siendo el amor, y a través de los siglos no nos percatamos que la voluntad de Dios es amor, bondad y misericordia, lo que precisamente tenemos sembrado en el alma como una semilla, con el potencial de producir ese sentimiento y cualidades como frutos. Es una actitud infantil acusar a Dios de ser indiferente ante la maldad, la injusticia, la crueldad y la miseria humana, cuando bien sabemos que es nuestro egoísmo la causa de caer en las paradojas de criticar la pobreza derrochando recursos, analizar el hambre durante un banquete, o promover la paz con las armas en la mano.

Recordemos la tregua de la Navidad de 1914 durante la Primera Guerra Mundial, hecho espontáneo, insólito: al margen de los altos mandos y con el influjo de la Navidad que inundaba los corazones, los soldados rivales, británicos y alemanes, recordaron que primero eran seres humanos. Esperemos que esta vez la tregua se disperse por todo el mundo y se prolongue indefinidamente en el tiempo, cobijado como en aquella memorable ocasión, por la magia de la “Noche de Paz–Stille Nacht”.

Cambia, todo cambia. Nostalgia, saudade. A pesar de la pandemia ¡Siempre habrá esperanza!

Feliz Navidad y muy próspero Año Nuevo para todos.