Recuerdos de agradecimiento (2)

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Federico Velio Ortega

Premio estatal de periodismo 2020. Categoría: trayectoria profesional

Cuando me enamoré de Cuévano

Tras el zigzagueo en las Curvas Peligrosas, apareció la Noria Alta, pasamos Los Pastitos de mi infancia, donde comía las tortas de huevo con frijol cuando iba de turista charamusquero, y llegamos a la Plaza de la Paz. Teatro Juárez, Congreso del Estado, Universidad de Guanajuato, Mercado Hidalgo, Alhóndiga de Granaditas. Mis primeras noches en Cuévano fueron en el Hotel Posada Santa Fe y luego en el San Gabriel de Barrera.

Todo empezó cuando Beto Barajas llamó y me invitó a incorporarme a un proyecto en ciernes: El Nacional de Guanajuato. Acudí primero a las oficinas-talleres, que eran la imprenta del gobierno del estado y hoy es el Registro Civil, donde me presentó a Paco Mendoza (el chilango, luego llegó un homónimo de Irapuato), Lázaro Ríos y otros más.

Ahí me presentaron a reporteros selectos de todo el estado. Recuerdo a Bulmaro Alfaro (León), Felipe Alvarado (Irapuato) y Antonio Abúndiz (Guanajuato), de Deportes. El jefe de información era Felipe Canchola (Irapuato) y daba de latigazos a Juan Manuel Álvarez (El Cuadros) y Alfredo García Ledezma, el famoso “Pata”, para Guanajuato. En León habían incorporado a José Luis Pérez Hernández; de Irapuato era Martín Mendoza y de Celaya, Martín Fuentes. Sobresalía entre los fotógrafos un tal Gerardo García (¡mi sangre!), a quien traté de bautizar como “Pepe Cortisona”, por su parecido con un personaje de historieta. Creo que el apodo no pegó porque los demás no leían a Condorito. Telegrafista de Irapuato, de ideas rojillas, mujeriego y bromeador, era el compañero ideal para los trabajos especiales que Cuéllar muchas veces nos encomendó.

El periódico tiró números cero desde febrero de 1987, para salir a la luz en abril de ese año.

Al principio me enviaron a León, bajo las órdenes de Pérez, quien me asignó las fuentes más “chafas”: salud, religiosas y cultura. Se acabó el dormir en los hoteles de Guanajuato.

La cobertura de salud era oficialista en lo estatal y crítica en lo local (el alcalde era panista). Con el clero tuve mis diferencias, pero con la paciencia del padre Guerrero, vocero de la Diócesis, los pleitos con el obispo García fueron mínimos.

Una de mis primeras crónicas de cultura fue un concierto de Tania Libertad en el Teatro Doblado de León. Escrito al estilo de La Jornada, mi periódico favorito, generó comentarios diversos, entre ellos la “carrilla” de Gilberto Moreno, en ese momento reportero de Contacto y del equipo de trabajo de Oliva.

Eran debates del rojillo con los colegas derechosos: Alfonso Alvarado, Álvaro Osorio, Antonio Rocha Pedrajo y el inolvidable Pepe Sancén, entre otros. La tolerancia de Any Quiroga y las charlas con Gustavo Adolfo Sánchez, estrella de Notisistema de Guadalajara, que se expandía a León, compensaban el ser voz casi aislada en ese mundillo que mostraba el ocaso del priismo y preludiaba el ascenso panista.

Meses adelante, el gobierno de Rafael Corrales Ayala tomó las riendas de El Nacional y los fundadores chilangos del diario se retiraron. Dejaron a Beto en la redacción y a Canchola en la información y dieron la sorpresa en la dirección:

Había un reportero alto, muy alto, delgado, barbón y greñudo. Dicen que de huarache y morral, que era el combativo corresponsal en Guanajuato del en ese tiempo izquierdoso periódico unomásuno. Había participado, junto con el Pata, en la promoción a las Bandas Unidas de Guanajuato (BUG) y otros movimientos sociales. El más combativo de los tundeteclas de la capital del estado llegaba al proyecto. Yo no lo conocía en persona y él me había leído más a mí que yo a él. El día que lo presentaron lo vi bañado y trajeado, con cabello y barba no tan largos. No te vayas, me dijo, voy a hablar contigo.

Y hablamos.

El Nacional de Guanajuato tenía una sección de Cultura, con grandes comentaristas, pero sin reporteros. Ahí estaban Alfredo Pérez Bolde, Mario Padilla y Javier Velázquez, expertos en historia, música y teatro, respectivamente. Lo mejor del mundillo cultural cuavanense tenía en la sección un espacio, pero no había talacha, así que el nuevo director me puso a coordinarla. Huelga decir que se trataba nada más y nada menos que de Arnoldo Cuéllar.

El equipo de la sección cultural habría de brillar en especial en la cobertura cervantina. Por la sección pasaron Javier Bravo (que se iría becado a la URSS), Edurne Grela Antón (hija de refugiados comunistas españoles), Manuel Carrillo (hoy guanajuateño putativo), Moisés Cervantes y Leopoldo Navarro, escritores autodidactas; y otras dos muy buenas reporteras: Chela Nieto Urroz y Verónica Espinosa.

Redactores y fotógrafos, Revista cervantina de El Nacional (Foto del autor)

Chela y su hermana Esther vivían en el callejón de Cachimba, en Noria Alta, donde la Vero, el Pata y demás hacíamos la tertulia y la bohemia con entonces jóvenes de la ralea de José Luis García Galiano, Lamberto Popoca y otros chavos de la Ibero, nada fresas y mucho bailadores y bebedores (y otros ores).

Chela y José Luis terminarían dando el mal paso (de salsa y huapango arribeño) y, a la postre, se casaron.

En El Nacional se generaron grandes amistades de toooodo el estado. Ubico a Cuca Domínguez, Manuel Aguilar, Eugenia Chávez, y José Luis, de Salamanca; Martín Mendoza, Eduardo Vilchis, El Buitre Gerardo Hernández, Juanito Ramírez, Armando Torres y otros tantos en Irapuato; a Meche Martínez (quien providencialmente se salvó de morir en las explosiones del septiembre negro celayense), Sergio Hernández y Vicente Ruiz, de Celaya; al Amiguito Campos, Manuel Mora, Martín Diego, Edgar Contreras, Francisco Picón, Tatiana Gutiérrez, Martha Ramírez y una laaaarga lista de lioneses y lionesas; a Jorge Contreras, Rosy Balderas, además de los antes mencionados, de Guanajuato. Hubo muchos más que por ahora el Alzheimer bloquea.

En El Nacional viví primero la etapa de la sección cultural, antes de que me echaran por asesorar a compañeros que organizaban un sindicato. Arnoldo pidió mi renuncia, pero logró que me liquidaran conforme a la ley y prometió volverme a juntar… y lo cumplió.

A invitación y aceptación de Cuéllar, me volví a incorporar de 1992 a 1994, antes de que se transformara en Correo de Hoy (que amerita relato aparte) y tras un inter en Contacto vespertino (que también tendrá su histeria, digo, historia.

En la nueva etapa en El Nacional nos tocó hacer periodismo combativo hacia el gobierno panista desde los estertores del poder priista.

Las vivencias abundan: la aventura en Séptimo Día, semanario también financiado por El Nacional y dirigido por Israel López Chiñas, a quien conocí en Contacto. Fue un medio de plumas combativas y variadas, de lo mejor que ha tenido León.

El Nacional de Guanajuato se vio obligado a abrir las secciones de Sociales y Policía y fue la oportunidad para resucitar la columna de «Un Domingo en Barandilla», iniciada en el Sol de León. Ya para entonces las y los reporteros del diario usaban la columna para sus dotes literarias: Sergio Hernández en Celaya; Martín Mendoza, y otros en Irapuato; la ahora reportera Cuca Domínguez en Salamanca; y Moisés Cervantes, en León. Muchos trabajos son joyas de colección. La idea tuvo éxito, a tal grado que otros medios, entre ellos el a.m., crearon columnas similares.

A la nota roja de El Nacional se incorporó uno de los reporteros más audaces de la fuente: Ignacio Nacho Tapia. Escribía al estilo de la vieja guardia, pero reporteaba con riesgo y arrojo de juventud. Él y Paco Mares, pluma grande en crónica y reportaje, son el símil de El Güero Téllez en Guanajuato.

A mediados de los noventa regresé a León, donde participé efímeramente en el programa “Polémica”, producido en Radiorama por Luis Alberto Reyes y que iniciaba con lectura de poesía con la magnífica voz de Luis de Alba (homónimo del actor). Luego, la etapa política con Malú Micher y su candidatura perredista al gobierno de Guanajuato (relato aparte).

También fui reportero de Radio Televisión de Guanajuato, a invitación de Guillermo Rivera, hombre de mucha y divertida capacidad profesional, de charla amena, capaz de salir de cuadro y tener de la cintura para arriba camisa, saco y corbata y de la cintura para abajo bermudas y sandalias, y que también se nos ha adelantado, quien abogó por mí y me aceptaron con una condición: no cubrir al gobernador Vicente Fox.

En RTG conocí a Tere Vergés, ejemplo de talento y superación, pues pasó de ser recepcionista a ser conductora y reportera. León ganó la mejor voz femenina de la radio. Ahí viví una etapa de trabajar divirtiéndome en competencia de crónicas con Mario Moreno, con la cámara de Chuy Reyes y, especialmente, de José Luis Medina Lona, el gran “Cosita”.

Ya había regresado a León e iba y venía a la ciudad de Guanajuato. Con El Cosita tuve una de las mejores experiencias de trabajo: una extraordinaria crónica de un debate entre Vicente Fox y Diego Fernández de Cevallos en una convención nacional panista. Diego apabulló a Vicente, pero finalmente éste se salió con la suya y fue el candidato panista a la presidencia de la república. El debate fue magistralmente visualizado con las imágenes de José Luis y el relato en el guion las respaldó. El material era muy bueno, pero José Morrill, el director del canal, vio que no favorecía al gobernador Fox y lo archivó. Esos materiales, pasados de tres cuartos de pulgada a VHS, fueron posteriormente destruidos. El Cosita y yo lamentamos hasta la fecha no haber copiado la grabación.

Seguía como fiel lector de El Nacional de Guanajuato hasta ver que la debacle priista lo haría desaparecer. Arnoldo supo qué hacer: buscó a inversionistas y rescataron el proyecto para convertirlo en Correo de Hoy. Y así como me tocó ser fundador de El Nacional de Guanajuato, me tocó con el que terminaría por llamarse, simplemente, Correo.

Ya para entonces anhelaba regresar a la ciudad de la que me había enamorado. Y así sucedió, pero eso lo cuento en la siguiente entrega.