Recuerdos de agradecimiento

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Federico Velio Ortega

Premio estatal de periodismo 2020. Categoría: trayectoria profesional

Cuando el Sol salió para mí

Durante varios días iré publicando anécdotas sobre las personas que contribuyeron a ser lo que soy en materia de periodismo. Cualquier queja, con ellos.

Corría el año del Señor de 1983 cuando yo era un buen mozo, flaco y guapo, estudiante de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (CC de la FCPyS de la UNAM, para los huevones para leer), cuando tras un concurso interno de guiones ganó el mío: «Vivienda y Movimiento Urbano Popular en León, Gto.”.

El contenido surgió del seguimiento que daba a los quehaceres del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) y la mayor parte de los datos los extraje de una revista que publicaba un recuento histórico de la lucha mirista. Nos organizamos y en un coche vinimos a León, grabamos a Adolfo Andrade y a un funcionario municipal. Con la venia del primero, que nos aceptó por ser estudiantes de la UNAM, grabamos nuestro material e hicimos un video que luego sería difundido en un Congreso Internacional de Sociología.

Veía que la prensa de la época atacaba rudo al MIR (mismo que por obligación de estudiante marxista leninista guanajuatense ex mocho, yo apoyaba) y que Julio era de los pocos que le daba voz a ellos y cualquiera que fuera de izquierda, así que fui a El Sol de León y buscar a Julio e inició una amistad que se amplió:

En los cafés aledaños a la Plaza Principal se reunía un grupo de reporteros a jugar ajedrez y tomar cerveza o café. Ahí conocí a otro par de amigos entrañables: Manuel Carrillo y Guillermo Cano. A veces llegaban Antonio Silva o Antonio Pérez Guajardo (APG) y muchos más y ahí tuve la mejor cátedra de periodismo práctico en el Bajío.

Este grupo no era nada sano para León: apoyaban discretamente a la izquierda del rancho. Por ellos conocí a la marginal banda del Partido Mexicano de los Trabajadores y a compas ex militantes del Partido Comunista Mexicano, que para esos entonces se había convertido en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM).

Para esos reporteros cafeteros, cerveceros y ajedrecistas, acostumbrados a tratar estudiantes de la Universidad del Bajío (UBAC), en su mayoría muy de derechas, era novedad conocer a un rojillo joven, abiertamente izquierdoso; acostumbrado a lidiar con adultos reaccionarios del Bajío, esos camaradas mayores eran un oasis cuando venía de vacaciones o pasaba algún puente en León (al DF iba y venía en tren de segunda clase, así que era un martirio viajar diez horas en un vagón apestoso a caño, por lo que le medía los retaches al rancho).

Estos compas me presentaron a otro revoltoso igualmente egresado de CC de la FCPyS de la UNAM: Juan Rivera Campos, quien había encabezado una huelga en El Heraldo de León y era el jefe de prensa del Instituto Tecnológico de León. También nos hicimos cuates y lo visitaba cuando venía a León. Guardo con cariño su tesis “Análisis integral de El Heraldo de León”, trabajo que ya es fuente para la historia de la prensa de Pedrones (donde confundimos lo grandote con lo grandioso).

Cuando en 1986 me regresé de la ciudad de México a León, comencé a buscar chamba. En mi retache me encontré con Graciela Chela y Esthter Teté Nieto Urroz, excompañeras de la Prepa oficial y que estuvieron un tiempo en la UNAM para regresar a hacer su carrera a la UBAC, quienes me presentaron a sus compas: Felipe Zavala, José Luis Reynoso y otro tipo de ideas raras, contaminado por su contacto con sindicalistas de izquierda: Paco Mares.

Con las Urroz y el Paco hubo química ideológica y gracias a ellas y él conocí a un grande del periodismo leonés: DON Arturo González Cano. Descendiente de revolucionarios de la ciudad de Guanajuato y miembro del ala socialista-cardenista del PRI, impulsó una huelga en 1978 en El Sol de León (eso generó el contexto para la apertura del a.m.) y quien daba clases en la misma UBAC.

Llegué a estar en clases y a dar charla al grupo de alumnos de Arturo González. Muchas horas platiqué con este hombre que murió sin haberle extraído mucho de lo que sabía. Se requiere homenajear e historiar a este SEÑOR. A él se le debe mucho del periodismo crítico leonés.

A mediados de 1986 estuve como meritorio en el a.m. Creo que no me fue tan mal: di seguimiento a notas sobre conflictos en la Flecha Amarilla y en la CNC, amén de un reportaje sobre la Granja de Recuperación para Enfermos Mentales de San Pedro del Monte, que tuvo llamada en portada y media plana en interiores (yo ahí anduve, pero nunca me recuperé).

A Arcelia Becerra no le pareció suficiente el mérito y dijo que nel. El puesto al que yo aspiraba fue ocupado por otros dos amigos: Álvaro Osornio y Juan Aguilera Cid.

En el a.m. estaba el Paco Mares, quien ya era parte de mi banda y me empezó a promover en otros medios, entre ellos el Contacto (en su era panista matutina), dirigido por un tal Juan Manuel Oliva.
Contacto se había quedado sin reportero de nota roja y era la oportunidad para mí, que no le sacaba a la fuente policiaca, pero Oliva dijo que nel. Cuando Paco le preguntó por qué, la respuesta fue contundente: es de la UNAM y los de la UNAM son comunistas.

No creo que el hecho de que yo reporteara vistiendo una camiseta con un Zapata montado a caballo y un letrero que decía “¡Viva Zapata, cabrones!” fuera motivo para acusarme de rojillo.

Cuando estaba a punto de regresar al DF a buscar fortuna allá, me reencontré nada más y nada menos que con Manuel García Gallegos.

El Gallo era otra mala influencia. Cuando entré a la Prepa él iba un o dos años adelante y me dio a leer libros rojillos y novelas como “El Evenagelio de Lucas Gavilán·, de Vicente Leñero. Manuel tenía un hermano que le proporcionaba esos textos negativos que promovían la indecencia ideológica: otro “gallo” de nombre Francisco.

El chiste es que el Gallo me llevó ante don Alfredo Contreras Lunar (grande entre grandes) y zas, que me dan chamba de reportero de guardia. Luego supe que también Memo Cano metió ahí su cuchara. Gracias a ambos.

Fueron días inolvidables, de tardes de escuchar en la grabadora de la redacción música clásica que llevaba Javier González (abrazo, no balazo, con mucho cariño) y luego yo poner al TRI o Rockdrigo González. Javier aguantaba estoico esas mariguanadas. Ese sacrificio le merece un premio.

Y hablando de mariguanadas: un día se presentó el TRI en León. Ofreció un concierto en el Casino Charro y desde la guardia me enteré que detuvieron a chavos rockeros, entre ellos uno que venía de la ciudad de Guanajuato, muy rocker, con melena muy acá y una cara mezcla entre Mel Gibson y José Luis Rodríguez “El Puma”: Alfredo García Ledezma, conocido en los bajos mundos del periodismo como “El Pata” (dice su hermano El Caballo que le pusieron así por vago).

Alfredo fue detenido entre la bola y cuando ya lo subían a la “julia” se identificó como reportero. El comandante que lo detuvo (famoso por sus abusos) lo soltó, pero Alfredo sentenció: todos o ninguno. Y fueron todos, en su mayoría cuevanenses. Al enterarme del hecho lo entrevisté y publiqué la nota. Desde entonces el Pata y yo nos queremos mucho y ahora hasta somos compadres.

Aconsejado por el mismo Gallegos y el galán Ramiro Muñoz, el carita de la redacción, fui cubriendo la nota roja con un estilo diferente: echarle sociología y literatura. En esas lides nació la columna “Un Domingo en Barandilla”.

Resulta que un día castigaron al reportero de poli y me mandaron a sustituirlo. Era domingo. Había terminado mi guardia a las dos de la mañana y llegué a las nueve a Prevención y no alcancé al MP de turno, por lo que me quedé sin fuente informativa. Aún no conocía a otros reporteros de la fuente y no había quién me pasara las notas del día.

Escuché que una mujer gritaba que la dejaran salir. Pedí a Juanito, el cancerbero de la poli, me permitiera charlar con la señora y encontré una historia: se prostituía sin su certificado de salud y la encerraron 36 horas. Sus hijos se habían quedado bajo candado en su casa de la colonia Peñitas.

De ahí salió la primera columna, donde describí que los separos eran como el infierno de Dante, comentario me observó mi exprofesor de literatura y español de la Prepa, don Juan Mireles, exseminarista que en ese momento era el jefe de información de El Sol, pues consideraba que el vulgo no conocía la obra de Dante y no entendería que era un infierno de tortura y no de fuego. Javier González, el jefe de redacción no le vio pero y se publicó un estilo que luego tendría escuela.

Éramos todos felices en El Sol de León hasta que un día me llamó Humberto Barajas, a quien había conocido en el a.m. Era el Jefe de Redacción y había dejado el periódico para irse a un proyecto en ciernes: El Nacional de Guanajuato. A Beto sí le había gustado mi trabajo y por eso me llamó.

La oferta fue tentadora y tuve que divorciarme de El Sol y despedirme de Don Alfredo, Javier y sus cuatro primaveras de Vivaldi, García Gallegos, Memo Cano y demás.

Empezaba otra historia.