Ecos de Mi Onda

El Elector (Oferta – Demanda)

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Un gran deseo no es suficiente para satisfacer las expectativas de los sueños perdidos.
Dejan Stojanovic (1959) Filósofo, poeta, escritor serbio-estadounidense.

Parte 2

El PAN gobernó al país por doce años, en los períodos sucesivos de Vicente Fox y Felipe Calderón. Los resultados no fueron de ninguna manera satisfactorios, considerando las expectativas surgidas alrededor de la alternancia, con un proceso de transición que apuntaba a cambios estructurales de fondo, el combate frontal a la corrupción y un desarrollo económico que mitigara las enormes brechas de desigualdad, para reducir los niveles de marginación y pobreza. Además, la insatisfacción fue mayor por el incremento exponencial de la violencia por parte del crimen organizado, convirtiéndose en un problema coyuntural, al diversificarse la modalidad de los delitos sumados al narcotráfico, que desde los regímenes priistas ya alargaba sus ambiciosos tentáculos y se instalaba, incluso al interior mismo de las esferas del gobierno, como poder fáctico en algunas regiones del país.

El combate contra los llamados cárteles, respondiendo a la violencia con violencia, pero descuidando el desarrollo social de los sectores marginados con pobreza extrema, exacerbó la agresividad de los bandos criminales, al grado de llevar a la nación a una guerra civil no declarada, en la que se involucró de lleno al ejército mexicano.

En esta atmósfera de desencanto, la población vivió un nuevo proceso de elecciones, repleto de descalificaciones y promesas como oferta, adjudicándose todos los partidos la capacidad de recomponer los desperfectos ocasionados por los predecesores, incluidos los panistas, alegando que ahora sí iba en serio. El electorado optó por regresar al poder a un desgastado PRI, que trató de allanarse el camino mediante un pacto partidista, poniendo en la mesa una serie de reformas, que en su planteamiento supuestamente aseguraban “elevar la competitividad, para fortalecer nuestro régimen institucional democrático y para ampliar los derechos sociales en nuestro país”, en lo económico, financiero, hacendario, laboral, telecomunicaciones, energía, política y electoral, transparencia y rendición de cuentas, procedimientos penales, educación y seguridad social. Todo un paquete envuelto en alardes legislativos, pero integrado con planteamientos parciales, que en la práctica no mostraba una base sólida. La reforma educativa atendía más a fines administrativos que a cambios de fondo, la reforma energética no presentaba un plan factible de fortalecimiento interno en materia de energías convencionales, limpias y renovables, lo que a la postre resultó que sólo enmascaraba el debilitamiento de Pemex, mediante el saqueo inaudito del llamado “huachicoleo”, el cual no puede explicarse sin la complicidad de personal técnico interno, ni de políticos de primera línea.

Ya para finalizar este sexenio priista, fueron del conocimiento público acontecimientos como la “estafa maestra”, los sobornos de la empresa brasileña Odebretch, el gasolinazo del 2017, el abyecto huachicoleo, así como la desaparición inexplicable de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, entre muchas otras acciones relevantes, que generaron la genuina presunción de un estado fallido, pues tomando el ejemplo de la desaparición de los 43 estudiantes, resulta incomprensible que a la fecha, lo repito, al día de hoy, no sólo se desconozca su paradero, si están vivos o muertos, sino que tampoco se tenga plena identificación de los involucrados en el crimen, y lo más grave para un sistema de justicia, que no exista tan siquiera una hipótesis oficial razonablemente convincente, del móvil.

Todos estos síntomas de un sistema de gobierno decadente a todos los niveles, fue muy bien diagnosticado y aprovechado por el candidato Andrés Manuel López Obrador, que competía en tercera oportunidad por la presidencia, con una oferta política sustentada en la lucha contra la corrupción, simbolizada por lo que denominó “La Mafia del Poder” y definida por el principio moralista de “por el bien de México, primero los pobres”. Un candidato tenaz, que en su lucha por el poder ya había transitado por el PRI, PRD y ahora encabezaba con carácter de caudillo, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), “La Esperanza de México”.

Meses antes de las elecciones del 2018, el pueblo de México manifestaba su rotunda inconformidad frente al sistema gubernamental ineficiente, una burocracia envuelta en una corrupción endémica, con los mismos actores políticos alternándose burdamente los puestos públicos, para tratar de sostener una estructura en franca descomposición, con un olor desagradable que envolvía a los candidatos de los partidos contendientes principales, PRI y PAN. Por desgracia, esta exigente y legítima postura ciudadana, fue desvanecida y sustituida por el paquete de promesas supuestamente reivindicadoras de MORENA, envueltas en un proyecto ideológico de rancio nacionalismo, sin el cimiento de estrategias medibles que evidenciaran avances efectivos, pero que endulzaba el oído de una gran parte de la población, bordado en una utopía factible simplemente alcanzando el poder, una mitológica “Cuarta Transformación”, que no requería demostración, sino que se concretaba per se, desde el inicio mismo de la gestión presidencial, sin necesidad de pruebas de certificación, sino como signo de fe en el paladín de la honestidad, que desarmaría al sistema caduco con solo ponerse frente a los molinos de viento.

La ingenuidad en aceptar esta oferta como dogma, no es ingenuidad del ofertante político, por honesto que este realmente sea, sino de los votantes que lleguen a suponer que la complejidad del manejo de la administración federal depende de una sola persona, quien lo simplifica todo mediante su influjo dogmático, purificando lo pervertido en un alarde alquímico de conversión, sin complicadas y fastidiosas técnicas, el sencillo arte de gobernar a un pueblo sabio desde el trono del populismo y la demagogia. Frente a la cruda realidad política, la mayoría de la población concretó la imperiosa necesidad del cambio. Lo desafortunado en esta transición ha sido la lamentable evaporación, como por arte de magia, de un amplio sector tradicionalmente crítico, que ha olvidado el principio de que a un gobierno se le evalúa, se le exige eficacia y rendición de cuentas. Por supuesto que un nuevo régimen merece el beneficio de la duda, pero eso no elimina la precaución de contener una presidencia eventualmente centralista omnipotente, coronada con el dogma imprudente de infalible. 

Bajo la situación actual, para establecer el justo equilibrio en la ley de oferta – demanda política, resulta imprescindible que los votantes inclinen la balanza priorizando, por fin, las demandas sociales, que hoy por hoy se diluyen ante el pesado lastre de una oferta política realmente facciosa. En la democracia se ha estimado que los partidos son las organizaciones políticas que fomentan la participación social, integrando a los ciudadanos que comparten la visión particular de un sistema de gobierno, en el que sean no sólo representados, sino efectivamente incorporados en el diseño, desarrollo y construcción de la nación, en el marco institucional de un concepto ideológico específico, con apertura a trabajar con otros partidos en todos aquellos acuerdos, planes y alianzas, que genuinamente contribuyan al desarrollo y bienestar social.

Pero surgen las dudas, pues en el papel los partidos resaltan las virtudes que no han sabido sostener. El PRI declara sustentarse en los principios ideológicos de la Revolución Mexicana, postulando el ejercicio de gobierno nacionalista, en libertad, orden constitucional, defensa de los derechos humanos y justicia social, con una tendencia ideológica de democracia social en lo económico, político, social y cultural. Un partido laico, progresista, comprometido con las causas sociales, integrada por los sectores obrero, campesino y popular. Por su parte, el PAN se define como un partido laico, humanista, con una ideología de derecha y de conservadurismo, que afirma los valores esenciales de tradición, economía y cultura, con ordenamiento jurídico y político centrado en la persona humana, garantizando vida, desarrollo y bienestar social, afín a la corriente liberal de la democracia cristiana. El PRD dice centrarse en una ideología progresista, de izquierda moderna, que busca resaltar la integración de la juventud en la toma de decisiones. Ha manifestado también ser opuesto al corporativismo al interior del partido.

Estos son los tres principales partidos políticos en México, hasta al menos alrededor del 2018 que, con sus virtudes, pero principalmente con sus defectos, explican el lamentable estado actual de la política nacional. El PRI y el PAN con la oportunidad de ejercer el poder presidencial en el país, y el PRD, de haber gobernado a la populosa capital mexicana, por períodos suficientemente prolongados como para presentar evidencias positivas, que lograra dignificarlos en el honorable oficio de gobernar. La historia incluye a una infinidad de otros partidos políticos, algunos de ellos con una participación honrosa que fortaleció la democracia mexicana, pero otros que pueden ser calificados de rémoras y que sólo se han fundado desde su oscuro origen, para beneficiarse vergonzosamente del erario nacional.

Nunca ha habido un apego real a los postulados partidistas, pero por desgracia, particularmente desde finales del siglo pasado, ha sido claramente perceptible el desapego absoluto de principios éticos en el ejercicio del poder, que al menos marcaban cierta fidelidad y respeto a las formas. Ha sido finalmente la tendencia pragmática, la que ha privado en el medio, con la codicia de mantenerse en los privilegios del poder, despreciando los auténticos intereses de la sociedad mexicana. La clase política ha llegado a mostrarse cínicamente corrupta en este sentido, enmascarando conflictos de interés, verdaderos delitos de peculado, asociaciones delictuosas con empresarios infractores en la asignación de obras y servicios, dañando a la sociedad con desvío de fondos hacia empresas fantasma, o sufragando productos muy por encima de los valores presupuestados y calidades muy por debajo de las estipuladas en los contratos.

Todo lo anterior cobijado por la complicidad de un buen número de directivos de los partidos y de muchas de las direcciones de los gobiernos de todos los niveles, con políticos sin escrúpulos en cambiar de bandera partidaria para mantener las ventajas de un sistema que no sólo lo permite, sino que parece alentarlo. Los llamados “chapulines” que asumen sin empacho ideologías incluso contrarias a las de sus partidos de origen y que en los últimos años han configurado una especie de linaje, que se ha introducido en la genética nacional, apropiándose de los puestos públicos, sin que importe el cumplimiento del perfil de las funciones, ni las evaluaciones que técnicamente los reprueban, pues finalmente en un entorno carente de cultura política, a buena parte del pueblo votante parece no importunarle, mientras lo dejen buscarse el sustento en paz y supuestamente no se vea significativamente perjudicado de manera directa, en la marcha de sus actividades cotidianas.

¿Hacia dónde va México? Duele.

Continuará en una tercera y última parte: El Elector (Al Grano)