Histomagia

Humedad

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Siempre en estas fechas, el caminar por las calles de Guanajuato ha sido una verdadera delicia: el viento fresco de la sierra pega en el rostro y pareciera que te dará frío necesitarán un chipiturco para cubrirte, pero no, el sentir ese viento que corre por las calles, plazas, e iglesias, te hace sentir que estas viajando al pasado en la soledad de las madrugadas, en la oscuridad de las noches que a veces brevemente permanece pese a las luces de la ciudad que la coloca como una de las más visitadas del país. Y es en esas madrugadas cuando suceden cosas inexplicables.

En esta pandemia eterna, platicando en ZOOM con unas amigas de antaño, recordábamos las experiencias de estudiantes universitarias, cuando estaba La Pasadita, esa cenaduría que recibía a cada solitario de la noche ya bien entrada la madrugada. En ese entonces, la preocupación era poder llegar lúcidos a clases, y convivir con nuestros compañeros y con nuestros maestros en clases presenciales, donde el contacto humano -se extraña ahora- era imprescindible e inevitable también.  

En esos recuerdos estábamos, cuando una de ella comienza a hablar sobre la visita que tuvo una de esas veces en que llegó casi de día a su casa, ahí por el callejón de Perros muertos, cerca de La Pasadita. Atentas todas, esperamos su relato. En pantalla la cara de mi amiga se veía contrariada, a cada palabra a cada recuerdo, su rostro cambiaba, sus ojos evocaban el miedo que le provocó ese ser que la esperaba en su casa.

Nos dice que llegó a su vivienda con una de esas tostadas, ricas tostadas de La Pasadita, no quiso quedarse esa vez con nosotras (recuerdo yo que insistimos y ella dijo que no, que tenía que terminar un ensayo para entregarle a uno de los profesores más estrictos de la escuela, así que bueno la dejamos ir, entre risas de su enamoramiento y fervor que le tenía al profesor en cuestión).

Cuenta que cuando abrió la puerta de la casa, sintió un frío helado que le recorría la espalda, ella lo atribuyó a la humedad de las casas de Guanajuato, pensó de inmediato en abrir las ventanas para que se aireara el lugar mientras cenaba sus tostadas. Llevó su rica cena a la cocina y solo, ella lo recuerda bien, solo prendió la luz de la cocina, su depa era pequeño, y regresó de inmediato a la entrada a abrir las ventanas tal y como lo había pensado. Abrió el ventanal que da a la calle, la luz tenue iluminó el sillón y ahí fue cuando con el rabillo del ojo vio a alguien sentado. Pensó que era su compañera de Relaciones Industriales que algunas veces se queda el fin de semana a terminar trabajos académicos, en la calma total le dice: “Ya vete a acostar, ya llegué”, y se ríe. Al no obtener respuesta, voltea y entonces lo ve: era un hombre que parecía un cadáver, sentado, viéndola con los ojos secos fijos, grandes…sus ropas eran jirones, como si hubiese estado enterrado; la miraba con desesperación, su boca estaba cerrada, sus labios secos, juntos, sellados, con algo rojo, como si fuera un pegamento, su cuerpo parecía que se iba a quebrar pues era tan frágil, la piel pegada a los huesos, el zapato, sí el zapato pegado a los huesos, sin carne. Mi amiga ante tal visión, retrocedió un solo paso y quedó a contraluz de la ventana, haciendo así que su sombra cubriera al ser que seguía viéndola, lo sabía por esos ojillos que brillaban como puntos amarillos en la oscuridad de su sombra. Impresionada no gritó, pero quedó paralizada al oír el crujir de los huesos que se quebraban al querer levantarse de ese sillón. Ella cerró los ojos, muerta de miedo, y esperó lo peor…en su mente pensaba que ojalá “eso” se fuera como vino, era imposible que alguien lo hubiera dejado entrar… pensó “de seguro se irá al ver que no huyo”. En ese instante, el crujir de huesos se detuvo, y solo se escuchó cómo se derrumbaron los huesos envueltos en una nube de polvo que le golpeó el rostro, con olor a muerte. Mi amiga abrió los ojos, se movió lentamente hacia un lado dando entrada a la luz de las farolas del callejón, y vio que el sillón estaba vacío, no había nadie ahí. Desesperada busca a tientas el apagador de luz de la salita, lo encuentra y ella espera ver los huesos y el polvo en el suelo, enciende la luz y no había absolutamente nada. Aterrada ya, sin fuerzas, cae al suelo, desmayada. A la mañana siguiente, la despierta la luz del sol que entra por la ventana. Recuerda lo que le pasó, y de inmediato toma su bolso y sale de esa casa para no regresar jamás.

Hasta la fecha, ella no sabe qué es lo que vio, sabe que la ciudad es antigua, y que las historias de fantasmas y de seres descarnados son experiencias que se escuchan recurrentemente aquí, jamás pensó que le ocurriría a ella. No tiene idea de quién fue esa persona en vida, lo que sí suponemos todas es que ese ser vivía con ellas en la casa, quizá fue su casa y no se quiso ir nunca, pues de vez en cuando aparecían montoncitos de polvo en el suelo, que olían a humedad, de hecho, su casa siempre olía a humedad, característica de las casas antiguas de por aquí, esa humedad que sale de los cuerpos muertos que poco a poco se secan por conservar húmeda su vivienda, aunque sea a costa de sus decrépitos cuerpos. Así que es claro que, si la humedad persiste en tu casa, tal vez, y solo tal vez, uno de esos seres viva y duerma siempre contigo. ¿Quieres conocer la casa? Ven, lee y anda Guanajuato.