El espacio de Escipion

La guerra civil de la 4T: la corcholata, el destapador y el reventador

Compartir

Tres razones tendrían las decisiones de Andrés Manuel López Obrador para acelerar los tiempos políticos, más allá de que sea el gran distractor de los problemas nacionales, como señalan alguno de sus oponentes:

  1. La experiencia personal de que quien no recorre el país y es conocido con anticipación, no tiene posibilidades de refrendar la victoria de la 4T.
  2. Exonerar a Claudia Sheinbaum y a Marcelo Ebrard de las eventuales sanciones por el crimen por omisión de la Línea 12.
  3. Tener el control de su propia sucesión, sin que nadie salga de su redil y tratando de detener la serie de mensajes políticos que tanto la jefa de Gobierno, el Canciller y el presidente del Senado se reparten cotidianamente a través de columnas, filtraciones, declaraciones de gobernadores y de cuadros destacados de MORENA.

Por supuesto, cuando AMLO dio a conocer su lista de “tapados” más que una señal de “todos tranquilos porque aquí el que manda soy yo”, abrió el frente más arriesgado de su administración: que se comience a hablar de quién podría sucederlo y no de qué está haciendo para consolidar lo poco que ha logrado.

Cuando Andrés Manuel López Obrador dejó de ser el único candidato natural del PRD a la gubernatura de Tabasco, pues desde agosto de 1996 se instaló en la CDMX para dirigir al partido, a todos sus cercanos de su estado natal les daba esperanzas de que podrían sucederlo y que con su apoyo podrían triunfar. Así, dejaba que todos caminaran y, llegado el momento, él tomaba la última decisión pasando por encima del partido, de las amistades y de los grupos internos perredistas.

De este modo apoyó como candidato a Raúl Ojeda por tres ocasiones, mismas que perdió y que dejó en el camino saldos de división, encono y un PRD totalmente desfigurado de su origen: todas las élites tabasqueñas del PRI, a los que despreciaba el líder López Obrador en el mediano plazo terminaron controlando al perredismo y las bases sociales y liderazgos campesinos e indígenas, como el tristemente célebre Auldárico Hernández Gerónimo, fuera del círculo central del partido. El resumen de esta transición fue que, en 2012, Arturo Núñez Jiménez, quien era visto como brazo represor del perredismo en la entidad, fuera gobernador bajo sus siglas y que, bajo el sello de MORENA, en 2018, Adán Augusto López Hernández también ganara, después de haber sido por muchos años mancuerna priista de Manuel Andrade.

Sin duda, Andrés Manuel es un excelente operador político y gracias al liderazgo nacional, que construyó desde ese lejano 1996, ha logrado que otros candidatos triunfen sin tener carisma, trayectoria o siquiera experiencia política. Sin embargo, a la luz de las estadísticas del 2020 y 2021, hay un declive y el ejercicio de poder desgasta, cansa, aturde y genera muchas discordias. Y, hay que decirlo, ya no todos los morenistas lo están respetando ni se están alineando como él quisiera.

Para llegar al 2024 y tener el control de su sucesión como la tuvieron los ex presidentes Luis Echeverría o Miguel de la Madrid, es muy complicado. Hemos citado al ejemplo de Carlos Salinas, quien jugó sus cartas anticipadamente dándole aire a Pedro Aspe, Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho y terminó con las cartas rotas. De nada le sirvió a Salinas de Gortari promoverse como el presidente más poderoso, el más popular del mundo, el padre de la modernidad (“mucha política moderna”, decía), el que sondeó la reelección y el que aspiraba a liderar al mundo globalizado a través de la OMC.

¿Qué queremos decir? Sencillo, un buen amigo proveniente de la izquierda alertó: “es la guerra civil”. Y en efecto, la lucha intestina de la 4T ya comenzó y enlistamos varios de los movimientos que se han desatado en días recientes: la remoción de Gabriel García Hernández de la jefatura de esa estructura electoral llamada “siervos de la nación”; un videoescándalo que pega en el corazón del discurso anticorrupción del gobierno; los líderes de PVEM, MC y PT elevando el costo de su alianza con MORENA para la próxima legislatura y la elección del 2024, es decir, el chantaje o la “extorsión política” en su máximo descaro; se desatan los escándalos en PEMEX donde hay operadores financieros y políticos en conflicto; Ricardo Monreal, quien fuera excluido, ya dijo que sí va, y lo mismo Marcelo, “el Renacido”, como él mismo se definió; y bueno, Claudia Sheinbaum, a quien considera delfín de AMLO también está haciendo ajustes a su equipo de trabajo.

La lectura inmediata sobre los cambios en el gobierno de la CDMX es que Claudia Sheinbaum, de alguna manera, es relevada de las decisiones políticas de su gobierno para que se dedique a hacer campaña presidencial e inaugurar obras y más obras en la capital y de paso se le vea placeando en otros estados morenistas. Al depositar en Martí Batres tal responsabilidad, sólo se puede entender que será AMLO quien tome las riendas en el gobierno local y abrirle el camino al senador con licencia para su eventual candidatura a jefe de Gobierno, a pesar de que siempre se ha negado a construir consensos y conciliación, y demostrar muy poca tolerancia a la crítica. Claro, este movimiento es una afrenta directa a Ebrard y a Monreal, con quienes Batres tiene sus diferencias, pero, sobre todo, al otrora “cacique del Altiplano”, René Bejarano.

La “guerra civil” de la 4T ha comenzado. Si AMLO es el destapador, quien está detrás de la “corcholata” es Claudia, y eso acelera a MC y al PVEM al abordaje de los bandos que queden relegados de la querencia del presidente de la República.

Aunque muchos dirán que el movimiento de la 4T es más fuerte que sus individualidades, cuestión de observar el empoderamiento de Andy en MORENA y en la estructura de gobierno (quien no se ve, pero se siente) y el probable golpe de mano de los duros contra los moderados en la dirigencia de MORENA, controlada por ahora por los ebrardistas.

Mientras, la oposición sigue sin inexistir; está adormilada y durmiendo en la hamaca el sueño provocado por victorias pírricas.

Contacto: feleon_2000@yahoo.com