Histomagia

OQUEDAD INFINITA

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La transformación de Guanajuato en una ciudad de vanguardia por sus nuevas tiendas departamentales ha destruido gran parte de las construcciones antiguas que albergaron familias de abolengo en otro tiempo. Pensar en las dimensiones de las casas antiguas constituidas principalmente con pisos y sótanos que ayudaban a conservar la comida o a algún difunto mientras se le daba santa sepultura, es aterrador, pero esas viejas costumbres parece que se borran con esas nuevas construcciones que, queriendo y no, intentan borrar vestigios antiguos, y no, no es así.

Recientemente tuvimos que ir a la Plaza El Cantador a hacer algunas compras, entramos al estacionamiento subterráneo buscando un lugar, lo encontramos en una zona retirada con luz intermitente, como si estuvieran por apagarse las luces, y como íbamos solo por un producto aunado a mi condición reciente de dolores en mis piernas, me quedé esperando a mi esposo, Hugo, en el auto; vi cómo se iba alejando hacia la parte iluminada del estacionamiento y cómo subía al elevador, solo.

En la espera, hice lo que todos en estos tiempos, revisar mis redes sociales en el celular, en eso estaba cuando me di cuenta que había un molesto silencio, voltee hacia todos lados esperando que alguien vivo apareciera entre los autos ya sea para tomar su carro e irse, o igual alguien estaba en mi misma condición esperando. Nadie. No había nadie. Suspiré con alivio, pensando en que pronto terminaría mi espera, pero no. Desde ese momento los tiempos cambiaron. Literalmente. Sentí cómo la atmósfera se hacía densa, me incomodé, e intenté marcarle a Hugo, no salía la señal, estaba hasta debajo de la construcción rodeada de arcos antiguos de piedra que no pudieron tirar pues es la base del edificio. Pensé en rezar, iba a comenzar cuando vi cómo las piedras se movían acomodándose en una especie de puerta de donde salían murmullos, voces ininteligibles, pensé que lo imaginaba, entonces vi, lo juro por Dios, a dos mujeres jóvenes, con ropajes antiguos, platicando, no se distinguía lo que hablaban, pero ahí estaban. Quedé estupefacta ante tal aparición. Intenté no moverme, traté de bajar la mirada, pero me fue imposible quitar la vista de ellas. Mientras en el muro que cubría el arco, vi una especie seres de piedra queriendo salir, aterrada decidí bajar del auto e ir hacia la luz, cuando Hugo llegó a mi puerta, preguntando qué me pasaba. Le señalé con el dedo en la dirección de las chicas que juro seguían ahí, pero él no las pudo ver. Cerré los ojos, los abrí y ellas desaparecieron, todo estaba ya normal. El ruido común del estacionamiento, el entrar y salir de carros y personas en sus autos, las risas de niños. Hugo al verme tan asustada, subió al carro, me abrazó y salimos de inmediato de ahí. Al dar la vuelta para dirigirnos a la salida, vi en los arcos a esos seres especie gárgolas reacomodarse en su lugar, esperando otra ocasión de soledad para salir y ser libres aunque sea un momento, libres de su sepultura, de su oquedad infinita.

Dicen los que saben que estos fenómenos son energías residuales que permanecen en el lugar y que al conjuntarse ciertos elementos físicos se disparan y recrean en la realidad temporal desfasada. No sé, sólo sé que vivir en esta ciudad me hace ver que siempre estamos rodeados de esas energías residuales que se manifiestan como espectros, fantasmas o seres mágicos elementales que, de una u otra manera, se quieren mostrar en las diferentes dimensiones existentes. ¿Quieres conocer este nuevo multiverso mágico? Ven, lee y anda Guanajuato.