El Laberinto

Dolor de cabeza

Compartir

Esa punzada, esa molestia, ese no poder pensar, la nube que se instala en la torre de control obstruyendo los procesos, tapando las ventanas, interfiriendo todas las señales que vienen del exterior, pasándolas por un filtro que las distorsiona haciendo que hasta lo más placentero parezca insufrible.

El odio a la luz, la intolerancia al ruido, ese sentir que de pronto el cráneo va a estallar y los sesos acabaran siendo un cuadro impresionista en la pared, uno muy feo además,  ese ser cruelmente castigado por  una mano invisible que empuja tus ojos hacia afuera, para que se columpien en sobre tus pómulos, o que los jala hacia adentro, hasta quedar pequeños y sumidos, como un botón de tapicería o el ojo de un oso de peluche.

Eso que es tan molesto, que te hace que el resto del mundo y sus pequeños habitantes también te parezcan así,  que no te deja dormir pero tampoco estar despierto, la nausea que te quita las ganas de comer y de oler hasta las cosas más agradables, las punzadas que no dan lugar a ninguna expresión que no sea de sufrimiento.

Puede ser que tú te lo hayas buscado, por imprudente, por ignorante, por aventado, pero es también posible que tan solo haya llegado y se haya instalado, porque si, sin haber fallado. Muchas veces constituye el problema en sí y solo basta con tomarse un simple analgésico, otras veces es síntoma de algo peor, desde un resfriado hasta un cáncer.

Con todo lo dicho, puede que haya pocos insultos peores que llamarle a alguien “eres un dolor de cabeza” y sin embargo los hay y andan ahí tan campantes sin saber que son la razón de la incomodidad de los demás o sabiéndolo pero sin poder evitarlo, o sabiéndolo y enfatizándolo, asco que dan los últimos, aunque también supongo que hay quien los merece.