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La vida en la capital cervantina se enaltece de cultura en estos momentos en que el Festival Internacional Cervantino 49 se encuentra en todo su apogeo. Los medios dicen que el aforo de turistas a la ciudad se ha incrementado. Cierto. Pero que lo que estos visitantes ignoran es que los fantasmas y espectros que vagan por la ciudad y las entrañas de estas tierras los acompañan en cada concierto, exposición, incluso en las calles, callejones y plazas.

Me cuenta mi amigo Ernesto que este fin de semana quiso salir del encierro que nos ha impuesto la pandemia, por lo que decidió bajar de su casa al centro para recorrer las calles y llenarse un poco de la fiesta del espíritu, y me dice: “así fue”. Resulta que él iba bajando por la calle de Positos rumbo al evento de la Alhóndiga. Iba aprisa porque ya era tarde, ni modo no iba a poder entrar hasta donde lo tenía pensado. La Reyna y La Real tendrían que esperar con su música cubana, aunque sea un ratito. Ernesto llegó y se encontró con que ya estaba casi lleno total. A esas alturas ya ni intentó siquiera seguir su camino a las escalinatas, se quedó mirando el espectáculo desde un lugar lateral donde no hubo problema, sólo el no poder sentarse. Estaba ya gozando del ambiente cubano cuando de repente ve a un lado de él a un niño de color, de raza negroide, bailando, el niño tendría como ocho o diez años, feliz de bailar esa música. Azorado mi amigo le pregunta que dónde están sus padres, él le señala con el dedo el escenario, pero no para, sigue bailando. Un tanto despreocupado Ernesto se une al baile del niño y en una de esas vueltas guapachosas, vio claramente cómo el niño se desvanece ante sus ojos, él queda petrificado sin saber qué decir, lo busca con la mirada entre las personas cercanas a él y no lo encuentra, niega con la cabeza, no cree que le haya pasado esto, voltea al escenario y lo ve. El niño semitransparente ahora estaba ahí parado, viéndolo, con una mirada que le heló la sangre, los ojos del niño ahora ya no eran amables ni la sonrisa, todo él se había transformado en un montón de humo maldito que acompaña siempre a la maldad, no sabe cómo pero Ernesto como pudo dio unos pasos hacia atrás, tambaleante, y salió huyendo de ese lugar, en verdad, casi corría de regreso a su casa al callejón de Peñitas, volteando para ver si el niño no lo seguía. Y lo que nunca: llegó a su casa en menos de 5 minutos. Abrió la puerta y se sentó en el sillón de la sala tratando de regular su respiración, tratando de calmarse por lo recientemente vivido. Me dice Ernesto que de inmediato puso sal de grano en el quicio de la puerta, agua bendita en toda la casa, con el fin de mantener a raya al niño con quien bailó.

Dicen los que saben que tal vez ese niño sea un guardián de la ciudad, pues antiguamente, como ahora, en esta ciudad se congregan personas de todas las nacionalidades, y no duda ni un instante que ese niño sea uno de los tantos que habrán muerto en las minas sacando con sus manitas el oro y la plata.  Yo pienso que este niño es un ser que convive con los elementales que han estado siempre entre nosotros con las plantas, los animales, las nubes, el agua que son parte de esa vivencia mágica que permanecen y permanecerán hasta el día que nos vayamos de este plano. Es en esta ciudad energéticamente distinta que suceden varios fenómenos paranormales tanto arriba como debajo de la tierra, ya que la minería es una de las formas más amplias de conocer nuestro planeta desde sus entrañas donde seres “viven” en las grutas, y conviven son los mineros vivos o muertos. Coincido en que ese niño salió de esas cavernas a bailar, a beber su cultura, ahora que Cuba está de país invitado en el FIC 49, ¿Quieres vivir estas experiencias sobrenaturales? Este lugar en verdad te va a sorprender. Ven, lee y anda Guanajuato.